Natividad de la Santísima Virgen María

+ Excmo. y Rvdmo. Mons. José María Yanguas Sanz, Diócesis de Cuenca, España

 

Santuario de Tejeda (Garaballa), 8 de septiembre de 2005.

En el sermón de San Andrés de Creta, Obispo, de este día en el oficio de lecturas, se dice: “Convenía, pues, que la fulgurante y sorprendente venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que nos preparara a recibir con gozo el gran don de la salvación (Jesucristo). Y este es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de este cúmulo de bienes, exordio que hallará su término y complemento en la unión del Verbo con la carne que le estaba destinada. El día de hoy nació la Virgen; es luego amamantada y se va desarrollando; y es preparada para ser Madre de Dios, rey de todos los siglos”.

Día del Nacimiento de Nuestra Madre, que venimos a celebrar en este Santuario mariano, a los pies de esta venerada imagen de Nuestra Señora de Tejeda. La historia de esta devoción está unida a la historia y desarrollo de la Diócesis de Cuenca, desde su nacimiento hasta el día de hoy. Ocho siglos desde que, junto al pueblo de Garaballa, en el año 1205, se apareció la Santísima Virgen en un tejo, al pastor Juan, conforme a una constante tradición de siglos que ha llegado viva hasta el día de hoy.

Saben que, con este motivo, la Penitenciaría Apostólica concedió a este Santuario “Indulgencia Plenaria”, en las condiciones acostumbradas y otras gracias a favor de los fieles que visiten y oren ante esta venerada imagen, desde el día 26 de noviembre de 2004, hasta el 6 de diciembre de 2005. (Prot. n. 420/04/I).

¡Cuántos favores divinos derramados por Dios durante este año a través de las manos e intercesión de Nuestra Madre, la Virgen de Tejeda! ¡Cuántas conversiones y curaciones en el espíritu y otros favores! Y sus manos continúan abiertas, mirando a su Hijo que se da en alimento desde su Palabra, desde la Eucaristía y desde el sacramento del perdón con abundancia en este templo santo.

Debemos sentirnos alegres y llenos de esperanza en este día, en este templo, ante esta imagen, en este año de especiales favores en este lugar sagrado.

En la niña María que celebramos en esta Fiesta de su Natividad contemplamos la aurora de un nuevo amanecer, el Templo santísimo, sagrario y custodia que recibirá un día en su seno al Hijo de Dios. La alegría de aquellos padres Joaquín y Ana, llega hasta nosotros e inunda a la Iglesia entera.

Por eso, hacemos nuestras las palabras de la Liturgia en este día:

“Canten hoy, pues nacéis vos,

los Ángeles, gran Señora.

Y ensáyense desde ahora, 

para cuando nazca Dios.

Canten hoy, pues a ver vienen

nacida su Reina bella, 

que el fruto que esperan de ella,

es por quien la gracia tienen.

Digan Señora, de vos,

que habéis de ser su Señora,

y ensáyense desde ahora, 

para cuando nazca Dios”.

Y aquella niña, fue abriendo su corazón a Dios, a su presencia, ayudada por su padres, sobre todo, al contacto con la palabra de Dios, con los Salmos, con muchos silencios y contemplación, por cuyo camino se descubre la entrañable cercanía d Dios.

En un mundo como el de su tiempo, que estaba a punto de perder toda esperanza, supo oír la voz de Dios, descubrió su presencia salvadora y se sintió inundada de seguridad y alegría interior. Es el desarrollo de una fe viva, que marcó su vida, hasta hacerla exclamar: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador. El Poderoso ha hecho obras grandes en mí…”

Queridos fieles: esa presencia de Dios, por la fe, en nuestras vidas, lejos de ser obstáculo para el desarrollo de nuestra persona, de nuestro ser, es el acicate y la luz auténtica que nos lleva a conocernos a nosotros mismos. El Espíritu que se nos dio en el Bautismo y que continúa acercándose al creyente y al corazón sencillo, es quien va trasformando nuestro ser con mil gracias e inspiraciones, como en María nuestra Madre, la mujer dócil a esa voz.

Se dejó trasformar por el fuego de su amor, y hoy nos invita a seguir sus pasos. Abrid vuestro corazón al Espíritu de Dios, nos dice a cada uno, porque Él os ayudará a descubrir lo mejor que hay en vosotros. Seguid el Evangelio de mi Hijo, “haced lo que Él os diga”, vivid y predicad este Evangelio, acercaros con un corazón limpio a recibirle porque desde ese alimento sagrado se encarna en vuestro ser, el pan vivo bajado del Cielo, que un día estuvo en mi seno y en otro más lejano ofrecí a Dios Padre, al pie de su cruz, por vuestra salvación.

¡Virgen de Tejeda, Madre Nuestra Bendita eres entre todas las mujeres! ¡Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos! Acércanos a tu Hijo, para caminar donde quiera nos encontremos por sus caminos, siendo luz y sal para nuestros hermanos, desgranando nuestros días en amor y entrega a nuestros hermanos.

Que así sea.