Exhortación
Pastoral
Al
acercarse el final del CL Aniversario de la definición dogmática
de la Inmaculada Concepción de María y el inicio de un nuevo año
litúrgico, os invito, con gratitud filial y gozo compartido, a la
celebración de la Novena y Festividad de la Inmaculada Concepción
con especial preparación y esplendor, así como a un nuevo
despertar de la esperanza ante el acontecimiento del Nacimiento de
Nuestro Señor Jesucristo.
1.- El próximo día 8 de Diciembre SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA
CONCEPCIÓN de la Virgen María, termina el “Año de la
Inmaculada” en que hemos celebrado en las Iglesias de España el
CL Aniversario de la Proclamación de este dogma mariano tan
enraizado en nuestra historia y sus profundas raíces inmaculistas y
marianas.
Cuando hablamos de María Inmaculada pensamos de inmediato en su
concepción sin pecado. Este es como el aspecto negativo, pero esta
verdad tiene otra vertiente positiva: la santidad de María.
Decir que la Virgen es Inmaculada equivale a confesar su total y
absoluta santidad. A la hora de definir con un solo término quién
es María en las Iglesias de oriente se habla de “la toda
santa”, la Teología occidental, por su parte, expresa la
santidad de María, en cambio, “como preservación del pecado
original”.
La concepción inmaculada de María está referida, por otra parte,
y como bien sabemos, a su maternidad divina como a su fundamento. El
nexo intrínseco entre maternidad e inmaculada concepción se
refleja en la unidad de gracia y misión, de existencia y de función.
Los contenidos de este dogma de la Inmaculada, se encuentran
perfectamente recogidos en las palabras de la Bula “Ineffabilis”
de Pío IX cuando el 8 de diciembre de 1854 proclamó esta verdad.
Vamos a recordarlo:
“Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que
sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de
toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción
por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a
los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está
revelado por Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída
por todos los fieles.” (DS 2803).
Encontramos,
en efecto, en esta definición los siguientes contenidos:
-
Pío IX prescinde de todas las explicaciones de los teólogos
de entonces
sobre
el modo de infusión del alma en el cuerpo de María y atribuye a la
Madre de Jesucristo: “ser preservada de toda mancha de culpa
original en el primer instante de su concepción”
-
La inmunidad “de toda mancha de culpa original”
implica, como consecuencia positiva, la completa inmunidad de todo
pecado y la proclamación de la santidad perfecta de María, esto ya
se defendía y vivía de forma explícita en la tradición oriental,
hacía siglos.
-
La completa preservación de María de “toda mancha de
pecado” tiene como consecuencia en ella también la inmunidad
de concupiscencia, de cualquier tendencia desordenada que procede
del pecado e inclina al pecado (DS 1515).
-
Esa preservación del pecado original en María fue concedida
“por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente”,
don gratuito que María obtuvo ya desde el primer instante de su
existencia.
-
La Virgen María recibió la singular gracia de la Inmaculada
Concepción “en atención a los méritos de Cristo Jesús,
Salvador del género humano”, es decir, por la acción
redentora universal de Jesucristo.
-
Finalmente, se le en la Bula que esta proclamación solemne,
calificada
como
“doctrina revelada por Dios”, debe ser “firme y
constantemente creída por todos los fieles”. Por ello quién
no haga suya o defienda o exprese una opinión contraria a ella “se
separa de la unidad católica”.
2.-
EL ADVIENTO: es, y así lo recordamos, el tiempo litúrgico
en que se convoca e invita a la Comunidad Eclesial, a cada uno de
nosotros, a preparar la Navidad, a crecer en la esperanza, a acoger
con fe la venida continuada del Señor.
En
el “hoy” actualizado de la celebración del Adviento se unen a
la celebración de la venida de Cristo en la carne, a través de la
Virgen María, la futura venida de Cristo al final de los tiempos
para revelar la plenitud de su obra, y la presencia continuada de
Jesucristo que opera su salvación en la Iglesia, en el mundo, en
cada persona, en cada celebración sacramental y acontecimiento.
-
Es un tiempo hecho sacramento: Es la historia de la
salvación actualizada sacramentalmente. Tiempo de gracia, de
formación permanente, de profundización de la vida cristiana en
sus actitudes fundamentales de fe y de esperanza
Este
tiempo de Adviento forma una unidad de movimiento con la Navidad y
la Epifanía. Las tres palabras vienen a significar: venida,
nacimiento, manifestación. Es el Dios que ha querido ser
Dios-con-nosotros el que viene, nace y se manifiesta en nuestra
historia y que actualizamos sacramentalmente cada año en estas
semanas hasta las fiestas del Bautismo del Señor.
-
Tiempo de deseo: Es el Señor el que llega, el que
viene hacia nosotros. Nosotros nos limitamos a acogerle, a
recibirle. No podemos reemplazar nunca la iniciativa de la acción
divina. Debemos, como nos enseña Juan el Bautista, “preparar
los caminos del Señor” y en eso consiste nuestro humilde
servicio.
“Venga
a nosotros tu Reino”, debemos suplicar de continuo y nuestra
petición tendrá más fuerza cuanto mayor sea el deseo que la
inspire que, a su vez, como dice San Agustín, incrementará la
capacidad de nuestro deseo.
-
Tiempo de esperanza. Y la necesitamos todos en medio
del mundo desencantado que nos rodea. Nos hace falta la frescura
renovada de la esperanza y convencernos de forma renovada que “El
Señor está cerca”, que el Señor está ya en medio de
nosotros, presente entre nosotros y que debemos descubrir su
presencia. “En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis”
(Jn. 1, 26). Es su presencia la que enciende su esperanza en
nuestros corazones.
“¿Eres
tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”,
preguntaron los discípulos del Bautista a Jesús. A esta pregunta
nosotros responderemos que no esperamos a ningún otro, que sólo
Jesucristo tiene palabras de vida eterna, que “ningún otro
puede salvar; bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda
salvarnos” (Hech. 4, 12).
-
Tiempo mariano. Porque María de Nazaret, la Madre de
Dios, estuvo al lado, íntimamente unida a su hijo en todos estos
acontecimientos por voluntad divina.
Las
fiestas de la Inmaculada, de la Sagrada Familia y de Santa María
Madre, nos acercan y unen a la verdadera “hija de Sión”
y primera cristiana que acogió la salvación de Dios. Bien podemos
hablar de María como Nuestra Señora del Adviento, Nuestra Señora
de la Navidad y Nuestra Señora de la Epifanía. Bien podemos y
debemos asirnos de su mano y tomarla como modelo en nuestra
preparación para salir al encuentro del Salvador que viene (cf.
Marialis Cultus 3-4).
El
Adviento que comenzamos es, sin duda, portada de nuevas gracias y
nuevas esperanzas para esta Iglesia Diocesana. Tiempo de expectante
alegría y de urgente espera como en las vírgenes prudentes de la
parábola. Tiempo en que reanimamos nuestra esperanza bien fundada
en el Señor.
Exhorto
e invito a todos los fieles a que se unan en sus respectivas
Comunidades para la preparación y celebración de la solemne
clausura del Año de la Inmaculada, el próximo día 8 de Diciembre,
en que coincidirá también la clausura del Año Jubilar del VIII
Centenario de las apariciones en el Santuario de Nuestra Señora de
Tejeda (Garaballa).
Que,
como cantamos en los Prefacios de este tiempo litúrgico, nos
encuentre el Señor cuando llegue: “velando en oración y cantando
su alabanza” (cf. Pref. II) “y recibamos los bienes
prometidos que ahora en vigilante espera confiamos alcanzar” (cf.
Pref. I).
Les
saluda y bendice.
X
RAMÓN DEL HOYO LÓPEZ
Administrador Apostólico de Cuenca