Fiesta de la Virgen del Val (Homilía)

Mons. Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares, España

 


Ermita de la Virgen del Val Alcalá de Henares, 21 de Septiembre de 2003
Jn 12,44-50.
1. El Santo Padre Juan Pablo II tuvo a bien proclamar un Año Santo dedicado al Rosario, que termina el próximo mes de octubre. En su carta apostólica Rosarium Virginis Mariae nos ofrecía la meditación de los misterios tradicionales del Santo Rosario y presentaba a la consideración de todos los cristianos los misterios llamados "luminosos" de la vida de Cristo: "Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos -misterios «luminosos»- de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1. Su Bautismo en el Jordán; 2. Su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. Su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. Su Transfiguración; 5. La institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual" (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 21). 

2. Respecto a la oración del Santo Rosario, otro gran Papa de nuestra época, Pablo VI, nos comentaba: «Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico -la repetición litánica del «Dios te salve, María»- se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: «Bendito el fruto de tu seno» (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave Maria constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen". (Pablo VI, Marialis cultus, 46: AAS 66 (1974), 155). 

Hoy, en esta fiesta de la Virgen del Val, quiero invitar una vez más a todos los fieles a rezar con frecuencia esta hermosa plegaria mariana y cristológica, a la vez. Os lo digo con las mismas palabras del Papa Juan Pablo II: "Pienso en todos vosotros, hermanos y hermanas de toda condición, en vosotras, familias cristianas, en vosotros, enfermos y ancianos, en vosotros, jóvenes: tomad con confianza entre las manos el Rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana" (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae 43).

En esta celebración de la Virgen del Val, partiendo de los misterios luminosos, vamos a contemplar a María como fuente de luz, como Madre del Sol invicto.

3. San Juan, en el Prólogo de su Evangelio, nos dice, refiriéndose a Cristo: «Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas» (Jn 12,46). Cristo es la Palabra eterna del Padre; el Verbo del Padre, que se encarna entre los hombres; el Unigénito, que toma la condición de esclavo, siendo dueño y Señor, y nos trae la vida y la luz de Dios Trino. En esa Palabra encarnada del Padre «estaba la vida y la vida era la luz de los hombres» (Jn 1,4): una luz, que ha venido a la tierra para iluminar al hombre; una luz, que ha brillado en las tinieblas, en las que viven los hombres; y una luz, que ha vencido esas mismas tinieblas (cf. Jn 1,4-5). Cristo es la luz de Dios, que brilla en medio de las tinieblas y que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. Cristo es la Palabra eterna del Padre, «la Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9). 

4. Queridos hermanos, ¿queréis dejaros iluminar por la luz de Jesucristo? Esa luz que vino a este mundo tiene una lucha con las tinieblas. El mundo no ha aceptado a Cristo. El mismo San Juan sigue hablándonos del rechazo de esta Luz, y nos dice: «En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron» (Jn 1,10-11). ¡Que no se diga de nosotros que rechazamos a la luz, a Cristo! Abramos nuestros corazones, como lo hizo la Virgen María, para que ilumine todo nuestro interior y nuestra alma. 

5. ¿Qué sucede a los que acogen a Cristo, Luz del mundo? Sigue San Juan comentando en su Evangelio: «Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (Jn 1,12). Somos hechos hijos de la luz en nuestro bautismo. "Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera" (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae 21). 

El bautismo es descrito también como "Iluminación". Cuando nos bautizan, se nos regala la fe; se nos regala la luz de Cristo, que ilumina nuestro corazón. Por el bautismo somos hechos hijos de Dios, pero somos iluminados por su gracia y su presencia. Todos los bautizados hemos sido iluminados por la luz de Jesucristo; por ese Sol que la Virgen tuvo en su seno.

6. Si queremos ser fieles a nuestro bautismo y consecuentes con lo recibido en él, nuestros ojos han de mirar las cosas con la luz de la fe. Nuestros ojos han de estar iluminados por la luz de la fe, como lo estuvieron los ojos de María. Toda nuestra persona, nuestro corazón y nuestra alma, ha de quedar inundada por la luz de Jesucristo. En nuestra vida no puede ocurrir lo que ocurre en el mundo, en el que unos aceptan la luz y otros quieren permanecer en tinieblas. ¡Los devotos de María no deben permanecer en las tinieblas! ¡Dejaos iluminar por la luz que ella ha traído al mundo! 

7. Juan Bautista, el que bautizó a Jesús en el Jordán, dio testimonio de la misma luz, «vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él, no era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz» (Jn 1,6-8). No somos tampoco nosotros luz; somos testigos de la luz, que nos ilumina. No fue María luz; la Virgen del Val es fuente de luz; es fuente de vida, pero no es la luz; la luz es Cristo. No somos luz; no queramos ser tan pretenciosos; podemos ser, si queremos, hijos de la luz y testigos de la misma, como lo fue la Virgen. ¡Pidámosle a Ella, en esta fiesta suya, que nos ayude a ser fuente de luz; o mejor, testigos de la luz, como lo fue Ella!

8. El libro de los Hechos nos ha presentado el discurso de Pedro el día de Pentecostés, en el que invita a todos los presentes a acoger en su corazón a Cristo, el Salvador del mundo: «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hch 2,36). Los presentes, con el corazón compungido preguntan a Pedro y a los demás apóstoles que deben hacer para salvarse (cf. Hch 2,37), y la respuesta de los apóstoles fue: «Convertios y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2,38). 

También hoy San Pedro nos exhorta a la conversión del corazón y a que acojamos en nuestro interior al Señor Jesús. Todos tenemos necesidad de conversión, de una auténtica conversión; de renunciar a las tinieblas de nuestros egoísmos; de pedir perdón de nuestros pecados; de volver nuestra mirada al Señor que salva. 

La Virgen del Val supo aceptar a Cristo como a su Dios y Señor; lo acogió en su corazón; lo recibió en su propio seno y nos lo regaló como luz del mundo. ¡Pidámosle a María que nos ayude a acercarnos a su Hijo Jesús, para poder gozar de su luz, de su compañía y de su amor!

9. Los primeros cristianos llevaban una vida que se distinguía de la de los demás, de los no cristianos e incluso de los no creyentes; dice el texto de los Hechos: «Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hch 2,42). Estas acciones caracterizaban a los cristianos. 

Los devotos de la Virgen del Val deben vivir según este estilo. La devoción a María debe ayudarnos a ser mejores cristianos; a ser auténticos testigos del Evangelio; a seguir las huellas de Cristo; a profundizar nuestras raíces cristianas; a purificar nuestra religiosidad de adherencias profanas y a depurarla de expresiones religiosas no-cristianas. 

En nuestra sociedad existen diversas formas de religiosidad, que no tienen nada que ver con la fe en el Dios de Jesucristo. San Pablo nos exhorta a que glorifiquemos, unánimes y a una sola voz, «al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo» (Rm 15,6). Estimados hijos de Alcalá, no es suficiente una fe difusa en la divinidad; no es suficiente una fe en un dios impersonal; no es suficiente realizar unas prácticas religiosas de manera periódica. El cristiano está llamado a vivir el misterio de Jesús, el misterio de Cristo en su plenitud; a celebrar, siguiendo el año litúrgico, los misterios de la vida del Señor; a unirse a la Virgen María en el seguimiento de Jesús, como fieles discípulos suyos.

10. San Pablo, en su carta a los Romanos, nos recuerda que Dios a los que conoció de antemano "los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo" (Rm 8, 29). 
En esta fiesta de la Virgen del Val, se nos invita a reproducir la imagen de Cristo en nosotros; a vivir según el modelo que tenemos en Cristo Jesús, como lo hizo la Virgen.

El Espíritu Santo, que fecundó a la Virgen María, haciéndola Madre de Jesús y madre de todos los hombres, nos santifica también a nosotros y nos renueva haciéndonos renacer a la vida divina. El Espíritu plasma en nosotros la imagen de Jesucristo, haciéndonos hijos de Dios en el bautismo. Hemos de dejar que Dios modele en nuestros corazones la imagen de su Hijo. 

Celebrar la fiesta de la Virgen del Val, estimados devotos de la Virgen, nos invita a descubrir la imagen de su Hijo y hacerlo el centro de nuestra vida. Al reproducir en nosotros la imagen del Hijo, se opera una transformación espiritual en nuestros corazones. ¡Dejemos que el Espíritu actúe en nosotros, como lo hizo en la Virgen María! ¡Seamos dóciles a sus inspiraciones y a la acción de su gracia!


11. ¡Que en esta su fiesta, la Virgen del Val, fuente de luz y de vida, que alumbró la luz del mundo y nos ofreció al sol de justicia que no conoce el ocaso, nos conceda acoger en nuestro corazón al Señor! ¡Que ella nos ayude, con su maternal intercesión, para que seamos hijos de la luz, siguiendo las huellas de su Hijo! ¡Que la fe, que recibimos en nuestro bautismo, sea luz y vida para cada uno de nosotros! ¡Que sepamos ser testigos de esa misma luz, para que llegue también a todos los hombres, de modo especial a los devotos de la Virgen del Val! ¡Que María, la llena de gracia, nos ayude a saber escuchar la palabra de Dios, a conservarla y meditarla en nuestro corazón, a ponerla en práctica en cada uno de los momentos de nuestra vida y a meditar los misterios de la vida del Señor! Amén.