"Con María llamados a la misión"

+Cardenal Arzobispo Carlos Amigo Vallejo, Arquidiocesis de Sevilla, España

 

CARTA PASTORAL 

Toda la vida cristiana gira en torno al gran misterio de nuestra fe: la encarnación del Verbo de Dios en las entrañas purísimas de la bienaventurada Virgen María. Tratamos ahora de identificarnos con Cristo y hacer que el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, con todas sus consecuencias, llegue a todos los hombres, de todos los pueblos, de todas las épocas. 

En el misterio de la Encarnación

El Hijo de Dios tomó nuestra naturaleza, nuestra debilidad, vivió en el ambiente y las condiciones sociales y culturales y en las que estaba el pueblo en el que había nacido, y al que tenía que redimir con su propia sangre. Nos lo ha dicho Juan Pablo II: "Dios ha querido asumir, en Jesús, los rasgos humanos. Por medio de su realidad corpórea, entramos en contacto con su misterio divino" (Rosarium Virginis Mariae 29). 

Tenemos, por tanto, una misión que cumplir: anunciar a todas las gentes el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Y hacerlo en ese lenguaje en el que los hombres pueden entender la salvación que se les anuncia. Con un gran respeto, a su forma de vida, a su cultura, a su modo de ser. Por eso la evangelización no impone nada, sino que ofrece aquello que ha recibido: el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. 

En medio de las grandes dificultades con las que nos podemos encontrar, ante una situación de costumbres y pensamientos secularizados, que todo lo quiere medir y explicar simplemente por razonamientos materialistas, nosotros como creyentes tenemos que reafirmar la fe en el gran misterio de la Encarnación. 

Las obras salvadoras de Dios no pueden retroceder, siempre van hacia adelante y con una eficacia que se esconde a nuestros ojos. Pero, el valor redentor de Jesucristo es en tal manera generoso y abundante, que no puede sino abrirse camino en medio de las dificultades que ponemos los hombres. Es por ello, que con el anuncio del Evangelio a todos los pueblos lo que se pretende es hacer presente ese Reino que ya ha llegado y que se ofrece a todos. 

En el misterio de la Encarnación hemos conocido la Verdad. Ha sido la Santísima Virgen María quien nos lo ha enseñado. Y ella, la Estrella de la evangelización, es quien debe seguir alumbrando el camino que se debe recorrer para encontrar a los hombres y hablarles, con obras y en palabras, de la salvación de Jesucristo. 

Es la hora de la misión

Vivimos el Congreso Nacional de Misiones, reflexionando sobre el mandato misionero, el estado de nuestras misiones, las necesidad del relevo de vocaciones misioneras. Viendo, también, la realidad admirable de tantos miles de misioneros y misioneras que no solo dan testimonio con una dedicación ejemplar, sino con la misma vida entregada por amor a nuestro Señor Jesucristo y el servicio en la caridad a los hermanos. 

Según los últimos datos de que disponemos, son 85.000 sacerdotes, 28.000 religiosos no sacerdotes, 450.000 religiosas, y más de millón y medio de catequistas los que están presentes en lo que llamamos la misión ad gentes. Además de los ministerios propiamente eclesiales, estos misioneros y misioneras se ocupan de 42.000 escuelas, 1600 hospitales, 6000 dispensarios y 780 leproserías, y un número incalculable de obras caritativas y sociales de todo tipo. 

Pero, siendo tan admirable y digno de reconocimiento todo este ingente trabajo que realizan, todo ello queda empequeñecido con el testimonio ciertamente admirable de tantos misioneros y misioneras que ofrecen su misma vida con fidelidad a Cristo y a la iglesia. En estos últimos años son cerca de mil los misioneros y misioneras que han pagado con su sangre el amor a Jesucristo, su vocación misionera y su entrega a los demás. 

Con María, llamados a la misión

Todo ello es motivo para dar gracias a Dios y también a tantos y tantos hombres y mujeres que, movidos por su fe en Jesucristo, nos ofrecen este testimonio de generosidad al servicio de todos los pueblos. 

El motivo por el que se pusieron en camino para anunciar el Evangelio no fue otro que el amor de nuestro Señor Jesucristo. En ese camino encontraron hombres que vivían muy lejos de un mínimo de dignidad. Tenían que hablar de Jesucristo, pero hacerlo con las obras de dar de comer al hambriento, de dar cobijo al que no tenía casa, de proporcionarle una formación para el trabajo, de curar sus heridas y ayudarle a levantar sus propios hospitales... Todo ello era la misión: El Reino que nosotros anunciamos, el de nuestro Señor Jesucristo, lo es de justicia, de amor y de paz para todos los hombres. 

Las misiones no son una gran organización, ni una empresa universal de servicios sociales, ni una multinacional que llega a todos los pueblos para ofrecerles aquello que necesitan. Las misiones no son otra cosa que el deseo de hacer presente en todo lugar del mundo el misterio de la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Dios se hace hombre para estar con los hombres, para redimir y salvar a todos. 

Juan Pablo II nos ha regalado un valioso documento: la exhortación apostólica Rosarium Virginis Mariae, sobre la devoción y el rezo del Santo Rosario. Como decía el cardenal Prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, al presentar el mensaje del Santo Padre para este Domund: "El Rosario, en realidad, no es más que un peregrinaje por los caminos de la salvación, que se hace con María Santísima, para contemplar, con sus ojos de creyente, el auténtico rostro de Cristo. María se ofrece como misionera y se convierte en "narradora" del evangelio de Jesucristo, a partir de la singular experiencia de Dios que ha tenido la aventura de vivir, como mujer de fe y, madre de Dios"

En nuestros planes pastorales 

El mandato de Cristo de anunciar el evangelio a todos los pueblos no es algo ocasional, de una época, para unas personas. Evangelizar constituye la vida y razón de ser de la Iglesia."La Iglesia es misionera por su misma naturaleza ya que el mandato de Cristo no es algo contingente y externo, sino que alcanza al corazón mismo de la Iglesia. Por esto, toda la Iglesia y cada Iglesia es enviada a las gentes" (Redemptoris missio 62). La misión es algo insustituible en la vocación de todo el que está bautizado, ya que el que se ha unido a Jesucristo no puede guardar esta riqueza del conocimiento y el amor de nuestro Señor Jesucristo sino que tiene que comunicárselo a los demás. 

Tenemos que revisar nuestros planes pastorales, particularmente aquellos de nuestras parroquias, y ver si en ellos figura un capítulo dedicado a las misiones, a la misión ad gentes. Si ese capítulo no está presente, lo debemos incluir cuanto antes. Pues una comunidad cristiana, una parroquia, que no vive este sentido universal de la fe, puede ser una parroquia empobrecida, al limitar sus horizontes al mero espacio donde viven unas personas. 

Una parroquia estará más comprometida con su propia realidad religiosa y cultural, en la medida en que también tenga ese sentido universal en el que se reconoce, en todos los hombres, la presencia del Verbo de Dios, encarnado en las entrañas purísimas de la bienaventurada Virgen María. 

El Domund de este año tiene que ser como un continuado Magníficat en el que demos gracias a Dios porque se cuidó de todos los hombres, y porque nos ha llamado, igual que a María, para ser portadores de Jesucristo allí donde el Señor no es conocido. La Santísima Virgen María es la mejor y más eficaz de las misioneras. Ella hace presente a su Hijo en medio de la realidad de este mundo. Ella nos invita constantemente, igual que lo hiciera en Caná, a llevar a cabo la voluntad de su hijo Jesucristo. Y el Señor, una vez más nos lo repite: id por todo el mundo y anunciad el evangelio.

Nuestros misioneros

No quiero terminar esta carta pastoral con motivo del Domund, sin reconocer, una vez más, el testimonio y el trabajo apostólico de tantos misioneros y misioneras, bautizados en las aguas de esta Iglesia de Sevilla, y que ahora ofrecen el fruto de su vocación y de su entrega al servicio de los demás en los diversos países. Desde nuestra Diócesis, y a través de la Delegación de misiones y de las Obras Misionales Pontificias, seguimos, queridos misioneros y misioneras, vuestra labor. Estamos unidos a vosotros en la oración y en la gratitud a Dios por haber sido enviados. Nuestro reconocimiento a vosotros que hacéis presente la fe de nuestra Iglesia allí dondequiera que os encontréis. 

También queremos, con nuestra ayuda material, apoyar la extraordinaria obra que estáis realizando. Por eso pedimos a todos los fieles de nuestra Iglesia diocesana la generosidad para ayudar en una obra tan admirable, tan significativa en la caridad, como es la que se realiza en nuestras misiones. 

Que Dios os bendiga y os lo pague a todos.

+ Carlos, Arzobispo de Sevilla