Día de Novena a la Virgen del Val (Homilía)

Mons. Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares, España

 

Catedral-Magistral, 16 de septiembre de 2004

Lc 1,26-38.

1. Durante esta Novena de preparación a la Fiesta de la Virgen del Val, queridos fieles y devotos de nuestra Patrona, estáis meditando las Bienaventuranzas, acompañados en esta reflexión por D. Luis García, ilustre canónigo de nuestra Catedral. Siguiendo esta pauta, hoy nos centramos en la bienaventuranza que nos habla de la limpieza de corazón: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).

2. El Salmo 24 se formula la pregunta: «¿Quién subirá al monte del Señor?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?» (Sal 24,3); o lo que es lo mismo: ¿quién puede estar en la presencia de Dios?, ¿qué condiciones hay que tener para poder gozar de la compañía del Señor?, ¿quién puede contemplar a Dios? Y el mismo Salmo responde: «El que tiene manos limpias y puro corazón; el que a la vanidad no lleva su alma, ni contra el prójimo en falso» (Sal 24,4).

3. Pureza de corazón y visión de Dios son términos correlativos de la Bienaventuranza: “Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios”; pero el término “visión” no se refiere a una simple mirada pasiva de espectador, sino a la gracia de ser admitido a la presencia de Dios, para servirle. En el ámbito cultual el sumo sacerdote, una vez purificado, entraba en el santuario, a la presencia de Dios, para ofrecer el sacrificio (cf. Ex 29, 29-30). 

4. La Virgen María ha sido la persona humana más limpia de corazón, a la que Dios ha hallado digna no sólo de admitirla en su presencia, sino de hacerla santuario de su presencia, Madre de su Hijo eterno, Jesucristo. En la Anunciación, el ángel Gabriel, como hemos escuchado en el Evangelio, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). 

Su pureza de corazón y su plenitud de gracia le permiten que el Señor la llene con su presencia personal: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dio; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un Hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1,30-31). 

María acoge en su propio seno al Hijo de Dios. La presencia divina, por obra del Espíritu Santo, la llena desde dentro: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). María lleva dentro de sí al Santo de los santos; no sólo puede estar en presencia de Dios, sino que lo contempla amorosamente dentro de sus entrañas maternales. La limpieza de corazón en María ha dado como fruto su maternidad divina.

5. El cristiano está llamado, como la Virgen María, a vivir la presencia de Dios desde la limpieza de corazón; a poder gozar de la visión de Dios desde la actitud de servicio; a contemplar beatíficamente a la Trinidad, desde su disponibilidad para vivir el amor. En la medida en que viva el amor, podrá contemplar al amor, porque lo vivirá. La vida de la Virgen María ha sido un servicio a la Trinidad. Ella se ha ofrecido como esclava del Señor, como sierva del Altísimo, como humilde y sencilla colaboradora del proyecto divino. Su respuesta al ángel expresa esa actitud: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). El Señor está esperando también de cada uno de nosotros una respuesta similar: “Hágase en mí, según tu Palabra”. 

Hoy le pedimos a la Virgen del Val que interceda por nosotros, para que el Señor nos haga cada día más “limpios de corazón”, más disponibles a la escucha de su Palabra, más atentos a las necesidades de los hermanos, más humildes en el servicio y más obedientes a su voluntad.

6. El corazón, en el lenguaje bíblico, expresa no solamente la afectividad, sino el centro de la persona, la totalidad del ser, la fuente de la vida interior, la unificación de todo el ser humano. 

Cuando el fiel busca de veras a Dios lo hace de todo corazón: «De todo corazón ando buscándote, no me desvíes de tus mandamientos» (Sal 119,10); cuando el hombre ama, debe hacerlo de todo corazón: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt 22,37). 

En lo que respecta a Dios no caben medias tintas. Sin embargo, nos cuesta vivir la fe y el amor cristianos de manera coherente y plena. A veces, nuestra vida diaria no está muy en consonancia con la fe que profesamos. Da la impresión de que nos movemos en la superficialidad y de que existe una dicotomía en nuestras vidas: por una parte la fe y por otra muy distinta la vida familiar, los compromisos sociales, la acción en la vida política; por una parte los rezos y la piedad cristiana y por otra la vida real. 

La Virgen del Val nos da ejemplo de coherencia interna, de unidad de corazón y mente, de compenetración entre la vida de fe y la vida cotidiana, de armonía entre fe y acción. 

7. Cuando esta unidad se da, aparecen los buenos frutos. A través de María nos ha llegado el Salvador, Jesucristo, quien ha traído la novedad de una humanidad nueva. La limpieza de corazón y la unidad entre el corazón y la acción traen los frutos de una creación nueva. 

En el libro del Apocalipsis hemos escuchado: «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1); éstos son fruto de la acción salvífica de Jesucristo. Para gozar de estos frutos es necesario un corazón limpio, que esté lleno de la presencia de Dios, como lo estuvo en María. 

María, la Virgen del Val, es la imagen del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia. Lo hemos rezado en la oración, al inicio de la misa; hemos pedido a la Virgen, imagen de la Iglesia, que nos socorra. Ella es imagen de la nueva Jerusalén, de la que nos habla el Apocalipsis (cf. Ap 21,2). En esta nueva Jerusalén habita Dios con los hombres y allí «enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado» (Ap 21,4). 

8. ¿Queremos vivir como hombres nuevos? ¿Queremos vivir como una humanidad transformada, como verdaderos Hijos de Dios, como auténticos Hijos de María? Es necesaria la unidad entre corazón y acción, entre fe y vida; es necesaria la limpieza de corazón, para que Dios nos llene de su presencia. Esta es la gran lección de María. 

Dios quiere hacernos partícipes de esa nueva creación; quiere realizar en nosotros un cielo nuevo y una tierra nueva; quiere recrear «un mundo nuevo» (Ap 21,5); quiere hacernos criaturas nuevas. En el bautismo metió en nuestro corazón la semilla de la inmortalidad y nos dio el gran regalo de ser hijos de Dios. 

9. Pidamos a la Virgen del Val que nos ayude a tener un corazón limpio para poder contemplar las maravillas de Dios en nosotros; para poder gozar anticipadamente, ya aquí en esta vida, en nuestra vida terrenal, la presencia del Señor, ya desde ahora. Y para gozarla de manera plena en la otra vida.

¡Que la Virgen nos llene de la alegría que ella vivió; que el Espíritu Santo nos llene de su gozo, como la llenó a Ella; que nos llene de su presencia, como también la hizo vivir a ella! Esto pido para todos vosotros: los sacerdotes, la Junta de la Cofradía de la Virgen del Val, los cofrades, los devotos de María y todos los fieles. 

10. Quiero saludar esta tarde, de una manera especial, al Seminario diocesano con su Rector y superiores, y a todos los seminaristas, que han participado en esta eucaristía. Hoy comienzan el nuevo curso y han querido unirse a esta celebración mariana, en honor de la Virgen. ¡Que Ella los proteja, los cubra con su manto maternal y les acompañe en este nuevo curso, que ahora comienzan!

En breve marcharán para hacer “Ejercicios Espirituales”. Os pido, queridísimos devotos de la Virgen, que recéis por ellos, por nuestro Seminario y por las vocaciones a la vida sacerdotal y a la vida consagrada. ¡Que la Virgen, con su intercesión, nos conceda santos sacerdotes y santos religiosos! Se lo pedimos a Ella con todo cariño. Amén.