Fiesta de la Virgen de la Fuentesanta (Homilía)

Mons. Jesús Catalá Ibáñez, Obispo de Alcalá de Henares, España

 

Talamanca de Jarama, 18 de Abril de 2004

Jn 20,19-31.

1. Talamanca venera hoy a la Virgen de la Fuentesanta y se viste de fiesta. La comunidad cristiana talamanquesa quiere honrar a su excelsa Madre y Patrona. Habéis engalanado este hermoso templo parroquial, joya arquitectónica, santuario permanente donde está entronizada la Virgen de la Fuentesanta; hoy le habéis puesto un dosel especial, cubierto de hermosas y primaverales flores, signo de la Pascua de Cristo Resucitado. Estamos celebrando la Pascua de la Resurrección, la Pascua de primavera.

1. María, Madre de Misericordia

2. Queremos honrar hoy a la Virgen, tomando pie de las lecturas que nos ofrece la liturgia de este segundo domingo de Pascua, bajo tres títulos entrañables; los tres se los rezamos en las letanías del rosario; son piropos que le echamos a la Virgen: en primer lugar María es "Madre de misericordia". 

El segundo domingo de Pascua es llamado también "De la divina misericordia", en el que celebramos la entrañable piedad de nuestro Dios, que ha querido salvarnos en su Hijo Jesucristo. 

3. La Madre del Salvador, junto con la primitiva comunidad cristiana, goza de la alegría de la resurrección de su Hijo. En la lectura del libro de Los Hechos de los Apóstoles hemos escuchado lo que ocurría en la primitiva comunidad cristiana: la presencia de Cristo Resucitado produce unos efectos, que son gracia y misericordia para el hombre; «por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el pueblo» (Hch 5,12). 

Pero aquellos signos de la presencia de Cristo Resucitado, que María y los cristianos percibían, no los vemos habitualmente ahora; no hay grandes signos externos, ni señales prodigiosas en nuestros días; no vemos grandes hechos espectaculares, que cautiven la atención y reclamen la fe.

4. ¿Dónde están hoy los signos y prodigios, que se realizaban en la primitiva comunidad cristiana? Quisiera llamar vuestra atención al respecto. Aquellos que se dejan salvar por Cristo experimentan dentro de sí un cambio, una transformación, una renovación primaveral, que cambia su vida; en ellos se operan verdaderos prodigios y maravillas. 

Los que se dejan trasformar por el amor de Jesucristo viven de otra manera su vida. Vosotros podéis ser testigos de la transformación, que se ha operado dentro de vuestro corazón. La presencia del Resucitado opera un cambio en el creyente, una resurrección, una transformación, un vivir con mayor plenitud y sentido la vida.

A pesar de todas las limitaciones, dificultades, achaques, pesares, dolores, enfermedades y trabajos, la presencia de Cristo Resucitado y de su madre, la Virgen de la Fuentesanta, hacen posible que los cristianos seamos capaces de llevar una vida de gozo y paz auténticas.

5. La presencia de Cristo resucitado en la comunidad cristiana es percibida también mediante la adhesión de nuevos miembros a la comunidad eclesial: «Los creyentes cada vez en mayor número se adherían al Señor, una multitud de hombres y mujeres» (Hch 5,14). 

Cada día, cada año, se unen nuevos miembros a la Iglesia, por la gracia bautismal; con el bautismo, celebrado de manera especial en la Vigilia Pascual y durante en el tiempo Pascual, cada hombre o mujer bautizados son hechos nuevos miembros de la Iglesia. 

6. Hay cristianos, bautizados en su infancia, que se alejaron del Señor. Celebrar la fe una o dos veces al año, o vivirla "de uvas a peras", no es vivir la fe. Visitar a una madre sólo una vez al año, no es amarla. Amar a la Madre es tenerla presente siempre en el corazón y manifestárselo con hechos: venerándola, rezando, pidiendo perdón, manifestándole afecto y agradeciéndole su maternal intercesión. 

Hemos de pedir para que los adultos, que recibieron la fe bautismal y la han perdido o descuidado, vuelvan otra vez a la casa paterna, y se encuentren de nuevo con la mirada maternal de María. 

Es motivo de alegría el regreso de los que abandonaron la fe y vuelven a reencontrarse con el amor paternal de Dios y el amor virginal y maternal de María, la Virgen. 

7. El efecto de la presencia de Cristo Resucitado y de la intercesión maternal de la "Madre de la Misericordia" es la salvación que el hombre experimenta. Nos recordaba el Libro de los Hechos: «También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran curados» (Hch 5,16). 

La cruel Pasión que ha sufrido Jesús, muriendo en Cruz, ha sido salvación para el género humano. La enfermedad física, los dolores, los sufrimientos y la muerte son manifestación del mal moral. Cristo ha perdonado nuestros pecados y nos ha hecho pasar de la muerte a la vida; sus heridas nos han curado (cf. 1 Pe 2,24).

La Virgen María estaba presente en estos acontecimientos de amor y salvación; por eso podemos decir que la Virgen de la Fuentesanta es "fuente santa" de dones, manantial de gracias, "madre de misericordia". Su intercesión poderosa y su maternal solicitud ayudan a que los nuevos hijos, renacidos por las aguas bautismales, se incorporen a la vida eclesial y puedan gozar de la salvación prometida en Jesucristo. 

8. La Iglesia primitiva crece por medio del testimonio que Pedro y demás Apóstoles dan de Cristo resucitado (cf. Hch 2,32; 3,15; 4,10; 5,30-32). La Virgen María no recibió la misión específica de los Apóstoles; Ella "no se encontraba entre los que Jesús envió «por todo el mundo para enseñar a todas las gentes» (cf. Mt 28, 19), cuando les confirió esta misión. Estaba, en cambio, en el cenáculo, donde los Apóstoles se preparaban a asumir esta misión con la venida del Espíritu Santo de la verdad: estaba con ellos. En medio de ellos, María «perseveraba en la oración» como «madre de Jesús» (Hch 1,13-14), o sea, de Cristo crucificado y resucitado" (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 26). 

El primer núcleo de creyentes, que contemplaban a Jesús como autor de la salvación, eran conscientes de que María era la Madre de Jesús; Ella era un testigo singular del misterio de Jesús. 

Ella estaba entonces en esa primitiva comunidad cristiana; Ella está hoy en esta comunidad cristiana de Talamanca; Ella está en medio de vosotros; Ella está en vuestros corazones. ¡Vivid esa presencia maternal e intercesora de la "Madre de misericordia"! 

9. La Iglesia primitiva, desde el primer momento, "miró a María a través de Jesús, como ‘miró’ a Jesús a través de María. Ella fue para la Iglesia de entonces y de siempre un testigo singular de los años de la infancia de Jesús y de su vida oculta en Nazaret, cuando «conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc 2, 19; cf. Lc 2, 51)" (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 26). 

Si la primitiva comunidad miró a María a través de Jesús y a Jesús a través de Ella, hoy se nos invita a contemplar a María, la "Madre de la Misericordia"; a contemplar a través de sus ojos misericordiosos, la gran misericordia de Dios con los hombres, con cada uno de vosotros; a que alcancemos el amor de Dios, a través de la mirada tierna de María; a que, a través de su presencia maternal, descubramos la presencia misteriosa y misericordiosa de Dios Padre. 

¡Experimentad en vuestro corazón el amor de la Madre; de una madre que se entrega por sus hijos; que ha sufrido viendo al Hijo clavado en la Cruz! La película "La Pasión" (de M.Gibson) narra magistralmente la actitud de María, quien ha acompañado a su Hijo en cada momento, desde el nacimiento hasta la muerte en cruz. Por eso se la puede llamar "corredentora" y "Madre de Misericordia".

10. Los Apóstoles son testigos del amor misericordioso de Dios. Hemos escuchado el testimonio del Apóstol San Juan: «Yo, Juan, vuestro hermano y compañero de la tribulación, del reino y de la paciencia, en Jesús. Yo me encontraba en la isla llamada Patmos, por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús» (Ap 1,9). 

La Virgen María ha sido testigo preeminente, junto con los Apóstoles, de la salvación operada en Cristo Jesús. Como dice el Papa Juan Pablo II: "María pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y pertenece además al misterio de la Iglesia desde el comienzo desde el día de su nacimiento. En la base de lo que la Iglesia es desde el comienzo, de lo que debe ser constantemente, a través de las generaciones, en medio de todas las naciones de la tierra, se encuentra la que «ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1, 45)" (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 27). 

Precisamente esta fe de María, que señala el comienzo de la nueva y eterna alianza de Dios con la humanidad a través de Jesucristo, está entroncada al testimonio apostólico de la Iglesia. Todos aquellos, que a lo largo de las generaciones, aceptando el testimonio apostólico de la Iglesia, participan de esta misteriosa herencia, en cierto sentido, participan de la fe y del testimonio de María (cf. Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 27). 

Ella, la "Madre de Misericordia", pide a todos los talamanqueses que sean testigos de la misericordia de Dios.

2. María, Reina de la paz

11. El segundo título, que se nos ofrece a la consideración hoy, es "María Reina de la Paz". Hemos escuchado en el Evangelio de Juan este relato: «Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros» (Jn 20,19). 

Hoy se habla acerca de la paz desde muchas perspectivas: como un bien social, como un objetivo político, como resultado de unos convenios o tratados. Pero Cristo ofrece una paz distinta a sus discípulos: «¡Paz a vosotros!» (Jn 20,19.21). No se trata de un simple saludo, sino del don de una realidad bien precisa; Jesús ofrece ‘su paz’: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 15,27). 

Mostrando las manos y el costado, el Resucitado hace ver el manantial de donde proviene la paz, fruto de la Pascua. La paz que Cristo trae a los Apóstoles nos la ofrece también a nosotros: «Paz a vosotros!». La paz y la alegría del mundo tienen poco que ver con la paz y la alegría que ofrece Cristo Resucitado.
Somos portadores de paz; colaboradores de la paz; hijos de la "Reina de la Paz", la Virgen de la "Fuente Santa" de Paz. 

3. María, causa de nuestra alegría

12. El tercer título con el que queremos honrar hoy a María es "causa de nuestra alegría". Cuando Jesús se encuentra con los apóstoles y les da su paz: «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20,20). María es "causa de nuestra alegría", porque Ella nos ha traído la auténtica alegría: la alegría de la salvación en la persona de su Hijo. 

Con la paz viene también la alegría, que Jesús había prometido en la tristeza del adiós (cf. Jn 16,20-22). Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Según el pensamiento bíblico la paz y la alegría son los signos típicos del tiempo escatológico, en el que la intervención de Dios traería armonía en el mundo; son signos elocuentes de la presencia del Señor Resucitado y de la vida de los cristianos resucitados. 

La Pascua, estimados talamanqueses, ha inaugurado ya el tiempo escatológico y nos invita vivir la alegría que Cristo nos trae; el Resucitado nos ofrece su paz y alegría, como compañeras de camino.

13. ¡Que la Virgen de la Fuentesanta os bendiga con la Paz y con la Alegría de Cristo Resucitado! Alegría en Jesucristo quiere decir victoria sobre el pecado y sobre la muerte. Sólo Jesucristo ha vencido el pecado y la muerte; y nosotros, unidos a Él, con María, podemos vencer también el pecado y la muerte. La alegría auténtica hace a los seguidores de Cristo, testigos de su Paz. 

La Virgen de la Fuentesanta es hoy objeto de veneración especial; la Virgen de la Fuentesanta congrega hoy a sus hijos; os congrega a todos vosotros, a todos los talamanqueses. Toda Talamanca está presente, honrando a su madre María. 

Estimados talamanqueses, ¡perseverad con María, la Virgen de la Fuentesanta, que es fuente de alegría y de paz! ¡Rezad con ella, como rezaban los primeros cristianos! ¡Hacedle espacio en vuestro corazón! ¡Que Ella sea de veras "Madre de Misericordia" y "Reina de la Paz" en nuestros corazones! 

¡Que Ella sea "causa de nuestra alegría"! Una alegría profunda, que el mundo no puede dar, ni puede quitar ¡Que Ella esté presente entre vosotros, como lo estuvo en la primitiva comunidad cristiana! Amén.