Santa María de la Esperanza

+Josep Àngel Saiz Meneses. Obispo de Terrassa, España

4 de Diciembre de 2005 

El día 8 celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción, entre el segundo y el tercer domingo de Adviento. El año pasado se cumplió el 150 aniversario de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen María, y comenzamos un Año Mariano que termina el 8 de diciembre de este año. Con la definición de este dogma culminó un largo camino de reflexión eclesial y a su vez la definición ha ido propiciando un conocimiento más profundo de los dones que Dios hace a María y de su lugar en la historia de la salvación. 
Esta solemnidad se celebra en pleno tiempo de Adviento. Ya Pablo VI lo recoge en el número 3 de la exhortación apostólica Marialis Cultus: "Durante el tiempo de Adviento la liturgia recuerda frecuentemente a la Santísima Virgen –aparte de la solemnidad del día 8 de diciembre, en que se celebra conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la preparación radical a la venida del Salvador y el feliz comienzo de la Iglesia sin mancha ni arruga-, sobre todo en los días feriales desde el 17 al 24 de diciembre y, más concretamente, el Domingo anterior a la Navidad, en que hace resonar antiguas voces proféticas sobre la Virgen Madre y el Mesías, y se leen episodios evangélicos relativos al nacimiento inminente de Cristo y del Precursor". Precisamente María Inmaculada nos presenta el fruto más importante de la venida salvadora de Jesús.
De los textos de este tiempo de Adviento que en la Liturgia de las Horas y el misal hacen referencia a María, hay una frase que se me quedó grabada desde los tiempos de seminarista. Se encuentra en el II Prefacio y resume una vivencia profunda y entrañable de María que la Iglesia nos propone a la contemplación: Al que habían anunciado los profetas "la Virgen lo esperó con inefable amor de madre". 
Maria de la esperanza. Maria esperó con un amor de madre inefable. Inefable significa que no se puede explicar con palabras. Me imagino que, a cualquier madre que espera un hijo y siente palpitar la vida en sus entrañas, seguramente le cuesta explicar sus sensaciones, sus sentimientos, su amor. Me imagino que la espera de cualquier madre que lleva en su seno un hijo es algo grande, indescriptible, una experiencia humana fuerte e intensa. María, la joven humilde de Nazaret, la Virgen Inmaculada llamada a ser Madre de Dios y madre nuestra, cómo esperaría el nacimiento del Señor, al que llevaba en su seno. Con un amor de madre inefable, que no hay palabras capaces de explicar, que sólo se puede intuir desde la contemplación, desde el silencio, desde la oración.
Las disposiciones de María para recibir a Jesús fueron la fe, la esperanza y el amor. También el ocultamiento y el sentido de sierva. Adviento es tiempo de esperanza. Esta ha de ser una actitud de la Iglesia y de cada cristiano. Celebramos al Dios de la esperanza y vivimos en esperanza gozosa. La venida de Cristo no puede dejarnos indiferentes, requiere una respuesta de cambio, de conversión. Vivir la esperanza, vivir de la esperanza, esperar en este Adviento algo nuevo. Estrenar este Adviento más allá de la rutina de otro año litúrgico que empezamos y del que esperamos poca cosa. Dios siempre nos sorprende, pero hemos de estar atentos a su paso por nuestra vida. Vigilantes, atentos, con intensidad y amor, como María. Viviendo en esperanza y sembrando esperanza.

+Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa