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Esperar
como María + D. Braulio Rodríguez Plaza. Arzobispo de
Valladolid, España
18
de diciembre de 2005
Así
oraba un creyente ante la llegada inminente de la Navidad: «Oh
pueblos, oh tierra entera, gritemos al Señor y escuchará nuestra
oración, porque el Señor se alegra del arrepentimiento y de la
conversión de los hombres. Todas las potencias celestes esperan que
también gocemos de la suavidad de Dios y contemplemos la belleza de
su rostro. Cuando los hombres conservan el santo temor de Dios, la
vida en la tierra es serena y dulce. Ahora, sin embargo, los hombres
han comenzado a vivir según su propia voluntad y su razón, y han
abandonado los santos mandamientos, y esperan encontrar felicidad
sin el Señor, no sabiendo que sólo el Señor es nuestra verdadera
alegría y sólo en el Señor el hombre encuentra la felicidad. Él
caldea el alma como el sol reaviva las flores del campo y como el
viento le acuna, infundiéndola vida».
La
felicidad, en efecto, se basa en la verdad. Y es imposible fabricar
la verdad o someterla a los propios caprichos; se nos da y hay que
inclinarse ante ella. El hombre no puede conquistarla; frente a la
verdad es sólo un mendigo que debe servirla. Es lo que vemos en María,
Madre del Señor. Aunque ella ha acogido el anuncio del ángel y ha
pronunciado su sí, no ha hecho más que entrar en una verdad que se
le comunicaba. No fue ella quien la descubrió, ni se ha adueñado
de la verdad. María entra en algo que le acontece. Con temor y
confianza.
No
habla, escucha. Es toda oídos. Aunque tenga labios y lengua. Dios y
el Niño que va a llegar determinan totalmente su existencia. La
vida es para ella espera y esperanza y ninguna actitud es tan
respetuosa del tiempo como esta actitud de adviento, todo espera. En
toda la narración de la Anunciación se presta muy poca atención
al corazón de María, a su yo, a su psicología. Aprendemos mucho más
de lo que acontece en Dios que en María. Este amor a la verdad
hunde sus raíces en una profunda humildad de criatura: «Aquí
está la esclava del Señor».
Y
es que María tiene fe. Por eso da crédito ilimitado a lo que viene
de Dios: «Hágase en mí según tu palabra». El único
camino hacia la felicidad consiste en ser hombre, mujer de adviento:
uno que escucha más que habla, sobre todo uno que es consciente de
que «nada es imposible para Dios». Si Dios nos da poco,
significa que hemos esperado poco; y, de hecho, es imposible
alimentar a alguien que no tenga hambre.
Nos
dice el Concilio: «Dios formó una comunidad de hombres y
mujeres, quienes, creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación
y el principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a
fin de que fuera para todos y cada uno sacramento visible de esta
unidad salvadora» (Lumen Gentium, 9). Como María,
pidamos al Señor que en esta Navidad nos haga capaces de sintonizar
nuestros deseos con los suyos; y que nosotros, miembros de su Pueblo
santo, aprendamos en Navidad a estar en comunión con el Dios que se
nos acerca en su Hijo, dando sin dudar nuestro sí a su voluntad.
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Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Valladolid
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