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El primer privilegio de la Virgen María
Homilía en la Solemnidad de la Madre de Dios +
Sr. Cardenal. Juan Sandoval Iñiguez, Arzobispo de Guadalajara, México.
1 de enero de 2004
Muy
estimados empresarios guadalupanos, organizadores de esta Misa.
Muy queridos hermanos y hermanas todos en el Señor.
Un
privilegio único
La
Solemnidad de la Maternidad Divina de María es la fiesta más
antigua del cristianismo, puesto que se celebra desde sus primeros
siglos. Esta festividad se refiere al privilegio más grande de María:
ser la Madre del Hijo de Dios, verdadera Madre del Hijo de Dios, en
cuanto se hizo hombre el Verbo, segunda Persona de la Trinidad, en
sus benditas entrañas.
Tenemos
a nuestro Salvador, Jesús, Dios verdadero y hombre verdadero, como
Dios eterno, nacido del Padre antes de todos los siglos, sin
principio, y como hombre, nacido en el tiempo de la Virgen María,
para ser nuestro Salvador y nuestro Redentor. Ese privilegio de la
Virgen María es la raíz de los demás privilegios; las demás
gracias, tan grandes y singulares que le concedió Dios, se deben a
que es la Madre del Hijo de Dios.
San
Pablo lo expresa con pocas palabras, en su carta a los gálatas:
cuando el tiempo se llegó, según lo que habían anunciado los
profetas, Dios mandó a su Hijo, nacido de una mujer, para que
nosotros recibiéramos la adopción de hijos de Dios, y con la
adopción de hijos de Dios, la herencia eterna, la de los hijos de
Dios (cfr. Ga 4, 4-7). Ésa es la grandeza de la Virgen María, y es
también el motivo de la alabanza tan especial que la Iglesia le
tributa.
Por
encima de todos los santos y todos los ángeles, la dignidad de la
Virgen María es única, y a Ella la alabamos, bendecimos y
glorificamos como la Madre del Señor, Madre de nuestro Dios y
Salvador, y también le tenemos confianza porque es Madre nuestra en
lo espiritual. En este comienzo del año 2004, alegra la imagen
hermosa y materna de María. Sabemos que yendo a Ella, vamos al
encuentro de Jesús, nuestro Salvador, así como lo hicieron los
humildes y sencillos pastores que encontraron a Jesús el Niño,
recién nacido en brazos de su Madre, o como también lo hicieron
los Magos, los sabios de Oriente, que encontraron a Jesús en brazos
de María.
La
confianza del Pueblo de Dios en María
La
devoción del pueblo cristiano a la Virgen es un camino seguro de
salvación, porque allí está Jesús Nuestro Salvador, unido
siempre a su Madre Santísima, la Virgen María. Y nuestra
confianza, si la Virgen toma nuestras súplicas y las presenta a su
Hijo, será ciertamente satisfecha. Recordemos que cuando no era
todavía el tiempo de que Jesús hiciera milagros, a principios de
la predicación y de la vida pública de nuestro Señor, Él
convirtió el agua en vino, porque su Madre se lo pidió. Todo lo
que le pidamos al Señor por intercesión de la Virgen María, Madre
de Él y Madre nuestra espiritual, estamos seguros, que si es para
nuestro bien y para gloria de Dios, nos lo concederá.
Un
año de conflictos
Este
día primero del año, uno de enero, por voluntad del Papa Paulo VI,
de feliz memoria, se celebra la Jornada Mundial de la Paz, con la
intención de pedir a Dios nuestro Señor ese bien tan deseado y tan
ansiado, que la mayor parte del tiempo está ausente en la
humanidad, debido a innumerables y lamentables conflictos, guerras y
discordias que anidan en el corazón del hombre, porque no está en
paz, porque la sociedad en general tampoco está en paz.
Este
año 2003 que recién terminó, se vio ensangrentado por la guerra
en Iraq, conflicto del que todavía no se vislumbra final, puesto
que siguen los disturbios, continúa la enemistad entre los pueblos
involucrados, y lo que es también grave, es que tal vez, a largo
plazo, surja un resentimiento profundo de los pueblos de Medio
Oriente contra los de Occidente, y germine una semilla malsana de
futuras guerras, de futuros enfrentamientos.
Por
otra parte, en el mundo impera la desigualdad social y económica;
la riqueza fabulosa en manos de unos cuantos y la pobreza abismal de
otros muchos. Grandes sectores de la humanidad padecen inmensas
carencias, y eso pone en peligro la paz. Mientras no haya
fraternidad entre los hombres, disponibilidad sincera de ayudar al
necesitado, de compartir los bienes que Dios nos ha dado para todos,
la paz constantemente se verá amenazada. Por ello, nuestra súplica
a nuestro Padre Dios va encaminada a que cambie el corazón del
hombre.
La
paz es algo que se siembra dentro de nosotros mismos; la paz debe
estar en el corazón de quien ama a Dios, lo teme y lo respeta;
sigue y guarda sus Mandamientos, y siente hacia su prójimo bondad,
compasión, misericordia y deseo de compartirle lo que Dios le dio.
La
paz que no alcanza a nuestro País
En
nuestra propia Patria, queridos hermanos, hemos sufrido y sufrimos
actualmente también el crecimiento desmedido de la pobreza, el
incremento del desempleo, y vemos con tristeza cómo nuestros
gobernantes están paralizados, casi siempre por atender intereses
particulares, de grupo o partido, más que velar por el interés
general de la Nación.
Así,
también pedimos para nuestros gobernantes que Dios les cambie el
corazón, que los haga ser verdaderos patriotas que pongan por
encima de los intereses particulares, de sus egoísmos, el bienestar
general del pueblo mexicano, y vean por el bien común. Pidamos a
Dios que pronto se den esas reformas que están urgiendo, porque si
esas iniciativas se concretan, el desarrollo de la Nación puede
encaminarse por mejores cauces y tener, así lo esperamos, un año
2004 de más posibilidades, de más oportunidades para tanta que
gente que está sumida en la pobreza y sufre por el desempleo.
Bendiciones
para 2004
Al
comenzar el año, nos encomendamos a la Providencia de Dios, a ese
cuidado amoroso, paterno y misericordioso que Dios procura a todas
sus criaturas. Claro está que esa Providencia de Dios, cuando se
trata del hombre, del ser racional y libre, no actúa en contra de
su libertad ni sus decisiones; más bien, Dios nos puede ayudar si
nos ayudamos; nos puede socorrer si ponemos lo que está de nuestra
parte.
Si
nos encomendamos sinceramente a la Providencia de Dios para que nos
ayude, ilumine y abra caminos de mejor realización, tanto personal
como espiritual, tengamos la certeza de que seremos escuchados.
Pidamos y luchemos para que haya mejores días, que haya más
fraternidad entre nosotros, que haya oportunidades para todos y que
compartamos lo que tenemos con los necesitados.
Hemos
escuchado en la Primera Lectura aquella bendición que Dios, amoroso
y bueno, quiso dar a su pueblo por medio de su siervo Moisés. Éste
le dijo al sacerdote Aarón: «Cuando bendigas al pueblo, dile esto:
“Que Dios te bendiga y te guarde, que te muestre su rostro
amoroso, que te conceda su paz y te bendiga”». Eso es
precisamente lo que pedimos todos a nuestro Señor, que nos bendiga,
que no nos esconda nunca su rostro, y que nos conceda la paz en el
corazón, para que del corazón salga esa paz e impregne a quienes
nos rodean, a toda la sociedad. Y que la Virgen María, nuestra
Madre, nos ampare, nos socorra e interceda siempre por nosotros. Así
sea.
Fuente: Boletín
Eclesiastico
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