Festividad de la Asunción de María 

+ Sr. + Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México

 

Homilía pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera, Arzobispo Primado de México en el inicio de curso de la Universidad Pontificia de México. 

15 de agosto de 2005, Festividad de la Asunción de María 

La fiesta de la Asunción de María, que hoy celebramos, ha sido confirmada como dogma de fe por el papa Pío XII en 1950; esto significa que desde hace 55 años constituye verdad de fe obligatoria para todo creyente el hecho de que la Virgen María haya sido glorificada por Dios en alma y cuerpo, de una manera análoga a lo que ocurrió con la humanidad de Cristo resucitado. Así es que Cristo y la Virgen constituyen el comienzo de aquella Iglesia triunfante y definitiva hacia la cual peregrinamos a lo largo de nuestra vida, como nos asegura el misterio consolador de la Comunión de los santos. Esta fe unáes que Cristo y la Virgen constituyen el comienzo de aquella Iglesia triunfante y definitiva hacia la cual peregrinamos a lo largo de nuestra vida, como 


El libro del Apocalipsis nos dibuja la espléndida imagen de una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies y con una corona de estrellas sobre la cabeza: ¡cuántos artistas se han inspirado en esta descripción para darnos en distintas épocas las hermosas imágenes de Nuestra Señora que veneramos en muchas de nuestras iglesias! Sin embargo, la escena que nos describe el texto citado es mucho más dramática: esta Mujer va a dar a luz a un hijo, mientras que un enorme dragón, símbolo del Mal, está a punto de devorarlo en cuanto nazca. Este hijo claramente es el mismo Cristo, destinado a gobernar todas las naciones con cetro de hierro y a ser llevado hasta Dios y hasta su trono: en la terrible pasión y muerte que Cristo soportó para redimirnos, nos damos cuenta de que el demonio estuvo casi a punto de derrotarlo, si no era por el poder de Dios que moraba en él, que hasta le permitió ndida imagen de “una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies y con una corona de estrellas sobre la cabeza”: ¡cuántos artistas 


La Carta a los Romanos nos confirma que esta victoria del Hijo de Dios, que es el mismo hijo de la Virgen, es total y completa, no solamente porque Cristo resucitó, sino porque nos comunica a todos su misma vida: Como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida; ... él tiene que reinar hasta que el Padre ponga bajo sus pies a todos sus enemigos. El último de los enemigos en ser aniquilado será la muerte. La muerte es derrotada una segunda vez con la dormitio Virginis, la más antigua expresión con la que se designara la muerte de Nuestra Señora: al final de su vida, más que morirse, ella se durmió en el Señor, como se expresaron los antiguos cristianos; y mientras su alma descansaba en Él, los apóstoles averiguaron que su cuerpo había sido elevado al Cielo, para que compartiera la glorificación completa de su Hijo. Desde entonces ella se ha vuelto para la Iglesia cristiana la Madre más afectuosa, la Abogada más eficaz, la Intercesora má, sino 



El texto del Apocalipsis que hemos leído se concluye de una manera un poco misteriosa: Y la mujer huyó al desierto, a un lugar preparado por Dios. Pues, cuando su Hijo fue elevado al cielo, ella, imagen de la Iglesia, anticipó su situación de permanente huida del mundo (= el desierto) y de profunda intimidad con Dios (= el lugar por Él preparado) al constituirse con los Apóstoles la primera comunidad cristiana, que es muestra evidente de la victoria de nuestro Dios, de su reinado y del poder de su Mesías. Dos mil años después nosotros mismos, aquí reunidos en esta parroquia, seguimos constituyendo esta Iglesia, para recordarles a nuestros contemporáneos que la Madre de Cristo sigue realizando su función maternal como Madre de la Iglesia, íntimamente solidaria con el entero Misterio de Cristo. En efecto, nuestra pertenencia a la Iglesia no llegará do se concluye de una manera un poco misteriosa: “Y la mujer huyó al desierto, a un lugar preparado por Dios”. Pues, cuando 


A la luz de lo que hemos dicho se comprende muy bien el hermoso cántico del Magnificat que brota del corazón de María. Desde hace veinte siglos resuena en la Iglesia el humilde cántico de la sierva del Señor, en rezos individuales o colectivos, como meditación personal o proclamación de toda la asamblea, con melodías sencillas o composiciones musicales de alto nivel. Cualquiera que sea el contexto en que resuene, este cántico constituye la entusiasta profesión de fe y de amor por parte de una criatura proclamada dichosa por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor. Indudablemente, pertenecemos a este grupo privilegiado por Dios con el don de la fe, en la medida en que sintamos dentro de nosotros mismos los sentimientos que María expresa aquí. Dicho de otra manera, el Magnificat nos puede llevar a un serio y saludable examen de conciencia, capaz de mejorar nuestras vidas y nuestro empeñn de 


A pesar de las tantas pruebas de la vida, no pueden faltar en la persona que cree la alegría, el gozo, el júbilo: pues, más allá de las tristezas del mundo está la profunda certidumbre de que estamos en las manos de Dios; Él nos tiene preparado un Reino definitivo, capaz de satisfacer los anhelos más complejos de nuestra ser. Esta es la primera recomendación que nos hace el Cántico. 


La segunda, consiste en una gran confianza en Dios como Señor de la historia humana, cuya misericordia llega de generación en generación, lo que hará que todas las generaciones exalten a María. A veces nos preocupamos exageradamente por los problemas personales, de nuestras familias y de nuestro mundo, dejando que la angustia se apodere de nosotros y paralice nuestras mejores energías: cometemos el error de reemplazar a Dios como dueño de la creación con nuestras perspectivas mezquinas que todo lo complican; pero el que teme a Dios de veras, deja que Él actúLa segunda, consiste en una gran 


En tercer lugar, la acción del poder divino es bien distinta de la que muestra el poder humano: Él prefiere a los humildes y a los hambrientos, mientras deja de lado a los soberbios y a los autosuficientes. Salta a la vista que los criterios de Dios son humanamente chocantes, pero respetan la indispensable primacía del espíritu, que vuelve vivible nuestro mundo. Si, en cambio, nos adecuamos a los principios en boga, sólo en apariencia nuestra vida se vuelve más fácil: en la práctica, nos volvemos materialistas y decaemos sin remedio. 


Finalmente, María, como todo creyente, conoce la historia sagrada y por ende tiene una profunda confianza en las promesas de Dios a la descendencia de Abraham: lo que Él ha prometido, se cumplirá, para el auténtico bien de toda la humanidad. No dudemos nunca de las promesas divinas, pues Dios no nos puede fallar. 


Repitamos hoy a María en la fiesta de su Asunción: Dichosa tú, que has creído, pero añadamos también: Dichosos nosotros, que creemos; no solamente con la profesión de fe, sino también con una vida capaz de reproducir los sentimientos de la Virgen: una vida alegre por la presencia de Dios; una vida confiada en el poder divino de transformar al mundo; una vida espiritual, que, fincada en las promesas de Dios, sepa superar los tantos materialismos que nos acechan. Así n: