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Fiesta de Nuestra Madre del Rosario
+ Mons. José Luis Mollaghan, Arzobispo de Rosario, Argentina
La celebración mariana
Al celebrar la Fiesta de Nuestra Madre del Rosario, y este año, el
sesenta y cinco aniversario de su Coronación Pontificia, en octubre
de1941, deseo ante todo agradecer la bendición Apostólica del Santo
Padre Benedicto XVI, por quien pedimos especialmente en esta
celebración, renovando nuestra adhesión filial.
Al celebrarse el primer aniversario de aquella Coronación mariana,
decía el primer Obispo de Rosario, el Cardenal Antonio Caggiano: “No
han terminado aún los ecos de aquellas magníficas jornadas
religiosas, ni las profundas impresiones de fervor espiritual, que
entonces invadieron nuestras almas, nuestros hogares, nuestros
templos y todo el ambiente de esta Ciudad de Rosario” (Cardenal
Antonio Caggiano, Primer Aniversario de la Coronación, 7. X.1942).
Recién cantamos en el salmo responsorial «Desde ahora me felicitarán
todas las generaciones» (Lc 1, 48). Son las palabras que proclamó la
Sma. Virgen al visitar a su prima Isabel. Precisamente estas
palabras se cumplen en muchos lugares de la tierra, y también aquí,
en Rosario, en esta Ciudad y en esta Arquidiócesis que lleva su
nombre.
Como en Luján, en Lourdes, en Guadalupe y en tantas ciudades y
santuarios del mundo; la imagen de la Virgen del Rosario, reunió
junto a sí a lo largo de la historia, por su simplicidad y grandeza
a todo un pueblo, a una gran Ciudad como Rosario. En torno a Ella se
constituyó un verdadero pueblo y por eso de hecho se la llamó
fundadora.
Hoy estamos aquí porque la devoción a la Virgen del Rosario, en
torno a la cual comenzó la vida de esta Villa en 1730, y después
prosiguió la vida de esta Ciudad, aún continúa viva. Por eso podemos
repetir las palabras del Libro de Judit, “Tu eres la gloria…, la
alegría… y el honor de nuestro pueblo”, porque la Madre de Dios ha
establecido su morada en medio de sus hijos.
Quiera Dios, que en esta Ciudad, podamos renovar cada día la piedad
y los valores religiosos que tuvieron en su origen. Y por eso a
Ella, la Madre tan amada, le decimos con confianza: Tú que has
entrado tan adentro en los corazones de los fieles a través de la
señal de tu presencia, sigue viviendo en el corazón de tus hijos,
ahora y en el futuro.
En el relato del Evangelio que proclamamos hoy, la Virgen es
introducida por la Anunciación del Ángel en el misterio de Cristo.
Como nos dice el Santo Padre Benedicto XVI “Ella desde entonces es y
seguirá siendo la servidora del Señor, que nunca se pone en el
centro, si no que quiere guiarnos hacia Dios, quiere enseñarnos un
estilo de vida en el que se reconoce a Dios como centro de la
realidad y de nuestra vida personal” (Benedicto XVI, 10.IX.06).
El Rosario y súplica por la paz
Este estilo de la vida de María, queridos hermanos, también se hace
visible a través de una oración, la del Rosario, y qué es una
síntesis, un compendio del Evangelio y de la vida de Jesús. Su
oración nos permite volver a las principales escenas de la vida del
Señor, como si nos hiciera «respirar» su misterio y su presencia.
Rezar el Rosario es seguir un camino privilegiado de contemplación.
Es también, por así decir, seguir el camino de María, que los invito
a rezar repasando y reviviendo los misterios de Jesús.
Quisiera, al mismo tiempo, que esta fiesta de hoy, junto a la
querida y venerada imagen del Rosario, tuviera el sentido de una
súplica por la paz, renovando el pedido del Papa Benedicto XVI en
favor de la humanidad, para que haya un camino de diálogo, respeto y
verdadero entendimiento. Y una suplica por la paz de nuestra Patria,
no solo para que nunca haya guerras, sino para que tampoco haya
divisiones entre nosotros, ni se falte a la fraternidad y a la
convivencia pacífica, y nunca se menosprecie el valor de las
instituciones, y de las personas que las componen.
Sabemos que una Nación es una comunidad de hombres y mujeres que
comparten muchos ideales, pero, sobre todo, una historia, una
cultura y un destino común. Por ello debemos volver a la raíz del
amor que teje la convivencia social, entendida como un llamado de
Dios (Iglesia y Comunidad nacional, 63). Los argentinos, tanto los
creyentes, como todos los hombres de buena voluntad, podemos
preguntarnos nuevamente: si queremos realmente asumir con
responsabilidad nuestra parte en la reconstrucción de la Nación
(cfr. CEA, La Nación que queremos, 5).
Sobre todo, debemos promover el sentido del bien común y de la
responsabilidad para alcanzar el bien de todos. De un modo
preferencial, pensando también en el bien de las personas más pobres
y empobrecidas, sobre todo de los desocupados, excluidos, indigentes
y hambrientos. Para crecer como Nación debemos atender a los que más
sufren: a los mayores sin salud, a los adultos sin trabajo, a los
jóvenes sin educación y sin futuro y a los niños sin alimento (cfr.
ibidem nº 7). Sabemos que nuestras vidas distan mucho todavía de
asemejarse a una Madre Teresa de Calcuta o al Cura Brochero, sin
embargo Dios nos llama a ser solidarios, con la oración y con las
obras, ya sean pocas o muchas, pequeñas o grandes, que solo Dios
puede tener en cuenta.
El Rosario, como nos enseñaba Juan Pablo II, es una oración
orientada a la paz. No sólo porque nos lleva a invocarla y a
pedirla, apoyados en la intercesión de María, cuando lo rezamos
solos o en familia, sino también porque nos hace asimilar, junto a
los misterios de Jesús, su proyecto y su buena nueva de paz.
Respeto por la vida
En el proyecto de paz, va incluido también el respeto por la vida.
Nosotros cristianos anunciamos y admiramos la vida como un don de
Dios, agradeciendo y dando ánimo a las madres y padres, abuelos y
abuelas, a los educadores y educadoras, a los agentes del mundo de
la salud a quienes con sus actitudes, dan testimonio del valor y del
respeto por la vida.
En cualquier situación que se encuentre cada hombre y cada mujer,
Dios ama la vida, sana o enferma, feliz o infeliz, virtuosa o
desfigurada. Cristo, el Señor, la vive junto a cada uno El Espíritu
Santo, por cuya obra en el seno virginal de María recibimos al autor
de la vida, es quien sostiene y robustece la nuestra, y le confiere
un sello de dignidad y grandeza. Por esto toda vida humana es
sagrada e irrepetible.
De este modo creer en Dios, significa respetar y valorar la vida del
ser humano, su vida desde el seno materno hasta la muerte natural.
Debemos vivir y respetar al otro, aprender a cuidar y cultivar la
vida de todo ser humano, en toda circunstancia.
En este sentido, el Papa alentó a que las personas que viven en las
periferias degradadas se les aseguren condiciones de vida dignas, la
satisfacción de las necesidades fundamentales y la posibilidad de
realizar sus propias aspiraciones, en particular en el ámbito
familiar y en una convivencia social pacífica (5.X.2006).
Gracias, Madre del Rosario
Queridos hermanos, se hace el bien cuando se es de Dios y se
pertenece a El. Que tengamos como María una profunda caridad; y que
con pequeñas actitudes sepamos llevar consuelo a los corazones,
ayuda en las necesidades, alivio en la salud de los otros, cercanía
en las atenciones más pequeñas. Ayúdanos a abrir el corazón, con
mansedumbre y magnanimidad. Que no perdamos la vida en aquello que
no tiene valor y no puede hacernos felices; y vivamos en el amor y
la esperanza de Cristo. Por eso le pedimos a María que nos ayude a
ser como Ella, fieles a Jesús: que lleguemos a ser discípulos
humildes dispuestos a escuchar la Palabra de Dios y recibir a su
Hijo; con una fe sólida y vivida, que nos impulse a salir y ser
misioneros, y anunciar al Señor.
Queremos agradecerte hoy, Madre del Rosario junto con los Obispos
presentes, sacerdotes, religiosos y fieles laicos por tu intercesión
y cercanía. Vos que abrazaste sin reservas la voluntad de Dios,
enséñanos a vivir con fidelidad los misterios de la vida de tu Hijo.
Vos que seguiste a Jesús hasta el calvario, y estuviste junto a la
cruz, enséñanos a descubrirte siempre cerca, sobre todo en los
momentos de prueba y de incomprensión.
Vos que te alegraste con su Resurrección, enséñanos a llevar
adelante con esperanza y consuelo nuestra misión en el mundo, como
fieles discípulos del Señor, ya que “la misión de los cristianos
abre caminos sin frontera” (Jornada de las misiones).
Vos que fuiste Madre por obra del Espíritu Santo, intercede para que
seamos siempre dóciles a su voz. Madre del Rosario, gracias por tu
ayuda y protección.
Mons. José Luis Mollaghan
Arzobispo de Rosario
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