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106 Aniversario de la Coronación Pontificia de Nuestra
Señora de Itati
+ Mons. Domingo S. Castagna, Arzobispo de Corrientes,
Argentina
1.- Inseparable de la
Iglesia. ¡Qué gozo el del pueblo correntino al celebrar a su Madre
de Itatí! Hoy se cumplen ciento seis años de la Coronación
Pontificia de la sagrada Imagen. La Iglesia corona lo que Dios
corona, como - también - produce lo que Dios produce, por su Santo
Espíritu. La primera infusión del Espíritu elimina del corazón de
los discípulos el temor. Cabe recordar a aquella asustadiza
comunidad, sostenida entonces por María Madre. El primer fruto del
Espíritu de Pentecostés es la respuesta a la repetida exhortación de
Cristo: “¡No teman!”. A partir de aquella semilla humanamente
frágil, pero animada por el Espíritu Santo, comienza la obra
gigantesca de la evangelización del mundo. Dios hace fuertes a los
débiles y sabios a los indoctos humildes. La historia mostrará esos
admirables frutos del Espíritu. María, desde Pentecostés, acompaña a
la Iglesia de su Hijo y mantiene su sitio propio entre los
discípulos y - con ellos - en el mundo. Desde entonces, la misión
evangelizadora no prescindirá de la presencia fuerte y
progresivamente explícita de María. Desde su designación como Madre
de Juan - ultima lectura del testamento de Jesús agonizante - María
adopta a todos los hombres como hijos y los orienta pacientemente al
encuentro con su divino Hijo, en la Iglesia.
2.- Itatí. Itatí es una expresión particularmente bella de esa
historia de acompañamiento materno. Corrientes aceptó aquel legado
divino y estimo que no lo quiere desechar ahora. Pero - aunque
emotivamente no sea así - algunos comportamientos indican olvido y
rechazo. Sus hijos correntinos contristan a María de Itatí, la
Purísima Madre de Dios y nuestra, cuando abandonan la enseñanza de
su Hijo, manifestada en el legítimo Magisterio de la Iglesia. A
pesar de las claudicaciones y confusas actitudes, puestas de
manifiesto recientemente, es éste un momento propicio para volver a
la casa materna y armonizar la propia libertad con la Ley de Dios.
Nadie pierde cuando usa su libertad como corresponde. De lo
contrario todos pierden y corren el riesgo de no acertar el camino
que conduce a la verdad que buscan. Se aprende de María cuando se
toma parte del discipulado del divino Maestro, su Hijo. Allí la
Madre se pone junto a nosotros y nos enseña cómo debemos volvernos
al Padre por el Camino de su Hijo. Es preciso dejarnos llevar por
ella, aceptando nuestra natural condición de niños, dispuestos a
crecer hacia la adultez de los mayores que son los santos. Para ello
se nos exigirá preguntar cuál es la verdad que nos hace libres.
Jesús ha dejado la respuesta - en el corazón materno de la Iglesia –
por el Espíritu vivificante y renovador. Lo ha dejado en el
Ministerio humilde de los sucesores de los Apóstoles, y,
particularmente, en los testigos privilegiados de su acción
santificadora.
3.- Ordinaria intervención de María. La especial y ordinaria
intervención de María, en las historias trajinosas de nuestros
pueblos, indica la providencia condescendiente del Padre Bueno que
se manifiesta en la muerte y Resurrección de Cristo. No ha pasado el
momento de la primera evangelización. Una parte de la humanidad ha
sido exitosamente evangelizada y ya goza de su perfección en la
Patria del Cielo. Otra parte, la que integramos, está haciendo el
camino de despegue y sufre las alternativas del tránsito, agobiada
por la fatiga de la lucha y asediada por la tentación. En ella se
dan todos los estadios del progreso: desde el anuncio evangélico, y
su correspondiente testimonio apostólico, hasta la Eucaristía, su
plenitud sacramental. María, en estas multitudinarias
peregrinaciones, se hace para todos: Madre y Maestra. Se palpa su
solicitud, y la orientación que ella sabe imprimir en los
peregrinos. La llegada de los mismos termina con el abrazo del Padre
Dios que los perdona y festeja su retorno. Cristo está en su Iglesia
para ser el rostro del Padre – que es suyo y nuestro - y mostrarnos
la novedad que debemos adoptar, profundizar o iniciar. Esa novedad
tiene rasgos inconfundibles que conformarán un estilo de ser y
comportarse. Si se opta por ella debe rechazarse lo que la impide o
vuelve irrealizable. Me refiero a las distintas manifestaciones del
pecado asimiladas como aspectos distintivos de la moderna cultura.
4.- María funda su amor en la verdad. Allí se produce la lucha sin
cuartel: el bien contra el mal, la Verdad contra el error y el amor
contra el odio… Los auténticos valores no se agotan en la
formulación de principios irreformables. Cuando son presentados - en
sus legítimas y tradicionales expresiones - sus expositores son
tildados peyorativamente de “principistas”. Lo comprobamos a diario,
en ciertas controversias mediáticas o en abiertas campañas que, con
la excusa de ilustrar a la gente, esconden la información científica
y doctrinal adecuada promoviendo adhesiones impuestas desde el
engaño y la ignorancia. María funda su amor en la verdad. Por ello
no se constituye en dique que guarda al pueblo para sí sino en
generosa espuerta que lo ofrece al único Salvador y Dios. Sabe, como
nadie, dónde está el Bien absoluto de los hombres y mujeres -
constituidos en un pueblo peregrino - y los conduce pacientemente
hacia Él. Su atracción no es música de sirenas sino un verdadero
llamado al bien y a la verdad. Su Casa, a la que somos atraídos, es
la Casa del Padre donde Cristo, celebrado en el perdón y en la
Eucaristía, se hace todo para todos. Así hemos venido hasta aquí. Lo
hacemos cada año recordando un nuevo aniversario de la Coronación
Pontificia de la Imagen venerada. El pueblo de San Luís - y las
parroquias aledañas de Paso de la Patria, San Cosme y Santa Ana - ha
mantenido con admirable fidelidad sus anuales peregrinaciones
durante 106 años consecutivos.
5.- María de la Navidad y de la Cruz. Celebrar la Eucaristía, como
culminación de la solemne celebración mariana, es manifestar
públicamente el sentido propio y único de las multitudinarias
peregrinaciones a esta amada Basílica y Santuario de Nuestra Señora
de Itatí. María nos ofrece a Cristo como en Navidad y en la Cruz. Su
regazo virginal exhibe la ternura del recién nacido y la sangre
inocente de Jesús, descendido de la Cruz. Quedémonos con esta imagen
y reordenemos nuestra vida - privada y pública - desde una sincera
conversión al Evangelio. Es el anhelo evangelizador de la Iglesia.
Predicar a Cristo es ofrecerlo al mundo en los brazos de María de la
Navidad y de la Cruz. Si ese cuadro histórico no es capaz de
conmover nuestro corazón y recomponer nuestro compromiso cristiano,
¡a qué abismos aterradores de incredulidad y soledad hemos
descendido! Pero, avivemos nuestra esperanza, Cristo sigue ofrecido
a nuestra renovada fidelidad desde los mismos brazos maternales de
María.
+ Mons. Domingo S. Castagna, Arzobispo de
Corrientes, Argentina
16 de julio de 2006
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