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María, Virgen y Madre de la Esperanza
+ Mons. Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón
Castellón, 13 de
diciembre de 2009
Queridos diocesanos:
Con frecuencia observamos que en el hombre actual ha anidado el
desencanto; el hombre de hoy, en efecto, está de vuelta de muchas
grandes ilusiones y tiene miedo al futuro; se refugia en lo
inmediato, en las satisfacciones a corto plazo, en lo material e
intramundano; parece como si hubiera perdido la esperanza. En
nuestro mundo hay signos claros de falta de esperanza, como son: la
crisis del ‘nosotros' y el culto del individualismo y del egoísmo
que llevan a la pérdida de la solidaridad; o el relativismo como
norma de vida, el consumismo exasperado, la llamada ‘cultura del
placer' o la crisis de confianza en el futuro que lleva a la crisis
de la acogida de la vida humana, a la alarmante baja tasa de
natalidad, al envejecimiento de la población o a la crisis de la
familia. Ahí está también el nihilismo contemporáneo que corroe la
esperanza en el corazón del hombre, induciéndolo a pensar que dentro
de él y a su alrededor reina la nada: nada antes del nacimiento,
nada después la muerte.
Entre nosotros avanza una forma de pensar y de vivir, instalada en
el momento presente y cerrada a la trascendencia. También entre los
cristianos hay una creciente crisis de fe en la vida eterna que es
la única que hace a la existencia mundana realmente digna de ser
vivida. Esto se traduce en un individualismo carente de comunión
eclesial y de práctica sacramental. Muchos cristianos se conforman
con una religiosidad ambigua, sin una referencia personal al Dios
verdadero, a Jesucristo y a la comunidad eclesial; otros se alejan
silenciosamente, atenazados por el miedo ante el hostigamiento de la
fe cristiana y de la Iglesia, o se dejan arrastrar por la moda del
agnosticismo.
En realidad, si falta Dios, desaparece la esperanza. En este tiempo
de Adviento podemos recuperar a Dios de manos de María, la Virgen y
Madre de la Esperanza; de sus manos podemos también recuperar y
fortalecer la belleza y la profundidad de la esperanza cristiana,
acogiendo a Dios en Cristo Jesús, nuestra Esperanza. Esto es lo que
desean también las parroquias de la Ciudad de Onda con la
celebración de un Año mariano, dedicado a la Virgen de la Esperanza.
En el Adviento nos hemos de preparar para acoger al ‘Enmanuel', al
Dios-con-nosotros, que nos nace en la Navidad, eliminando de nuestra
vida todo lo que impide que Dios venga a nosotros. A ello nos ayuda
la Virgen, modelo para todo creyente. María es la Virgen de la
Esperanza porque creyó en las palabras del Ángel y porque esperó en
el cumplimiento de su promesa. María es además la Madre de la
Esperanza porque es la Madre de Jesús, verdadero Dios y verdadero
hombre. Él es nuestra esperanza (1 Tim 1,1).
Jesucristo ya ha traído la plenitud de la vida en Dios a los hombres
y nos emplaza a recibirlo con fe y a mantenernos fieles y firmes en
la fe ‘hasta que El vuelva'. Se trata de una fe y de una esperanza,
gozosas, seguras y exigentes, que arraigan en el amor incondicional
de Dios, que huyen de los optimismos frívolos, que llevan al
compromiso y tienden hacia la plenitud del final de los tiempos, el
momento definitivo de Dios.
El mensaje central de nuestra fe es que Dios ama y no abandona nunca
a nuestro mundo; muestra suprema de ello es que ha enviado a su
Hijo, el Emmanuel, el ‘Dios con nosotros', el Salvador. Jesús, con
su nacimiento en Belén, ha iniciado ya el mundo nuevo, la vida nueva
del hombre en Dios: en Él se realizan las promesas de Dios y las
esperanzas humanas. María nos da a Cristo y nos conduce hacia Él;
ella es el camino seguro para encontrarnos con Cristo, nuestra
esperanza.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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