El pueblo venera a María

+ Francisco Gil Hellín. Arzobispo de Burgos.

La devoción del pueblo cristiano a María es un hecho relevante y universal. Brota de la percepción de la misión salvífica que Dios ha confiado a María, viendo en ella no sólo a la que es Madre del Salvador sino también madre de todos los hombres en el plano de la gracia. El pueblo sencillo ha captado muy bien que María es toda santa e inmaculada y que reina gloriosa en el cielo. Más aún, la distingue como «madre de misericordia» que siempre intercede por nosotros ante su Hijo. Por eso acude a Ella lleno de confianza y seguro de obtener su ayuda.

Los más pobres y necesitados la sienten especialmente cercana. Saben que fue pobre como ellos y que sufrió mucho, sin perder la paz y la mansedumbre. Sienten compasión por Ella ante la muerte de su Hijo y se gozan con el triunfo de su resurrección. No están dispuestos a permitir que nadie la ofenda y desconfían instintivamente de quien no la honra.

Nada más lógico que en este clima hayan construido santuarios dedicados a María y creado un sinfín de devociones, sencillas pero profundas: las peregrinaciones y romerías, las novenas, triduos y meses. Sin olvidar la ferviente acogida que han dispensado al Santo Rosario y al Ángelus y a tantas oraciones: la Salve, el Acodaos, oh Señora mía, etc.

En todo el Occidente, especialmente en España, el mes por excelencia de María es el mes de mayo. ¿Quién no recuerda con gozo la melodía del «Venid y vamos todos, con flores a porfía, con flores a María, que Madre nuestra es»? ¿O los pequeños sacrificios que, como florecillas espirituales, ofrece durante este mes a la Virgen María?

Es verdad que las generaciones más jóvenes no han vivido con tanta intensidad el «mes de mayo». Pero tampoco faltan chicos y chicas jóvenes que lo practican incluso con más fervor y hondura, acercándose al sacramento de la Reconciliación y comulgando, yendo en romería a algún santuario famoso -como los de Lourdes, Fátima, Pilar, Torreciudad-, o al de su comarca: Nuestra Señora de las Viñas, Zorita, Monasterio de Rodilla, el Valle, etc. etc.

Sería oportuno no sólo conservar sino renovar la celebración del mes de mayo. Por ejemplo, se puede tener en cuenta que buena parte de este mes coincide con el tiempo de Pascua. En consecuencia, los ejercicios piadosos deberían subrayar la participación de María en el Misterio Pascual y en el acontecimiento de Pentecostés, que inaugura el camino de la Iglesia.

Por otra parte, como durante este tiempo se celebran las Primeras Comuniones y las Confirmaciones, habría que resaltar la unión que existe entre María y la Eucaristía, y entre María y el Espíritu Santo.

De todos modos, lo propio del mes de mayo es favorecer la verdadera devoción a la Virgen. Ésta, como nos ha recordado el Concilio Vaticano II, no consiste en una vaga credulidad y en un sentimentalismo vano, sino en la práctica de las virtudes cristianas, de las cuales María es el modelo inigualable. En especial, las virtudes de la fe y de la caridad.

Por último, el mes de mayo debe llevarnos a descubrir en María el prototipo de mujer y la mujer ideal.

† Francisco Gil Hellín
Arzobispo de Burgos