Solemnidad de la Inmaculada Concepción

+ Francisco Gil Hellín. Arzobispo de Burgos.

Catedral - 8 diciembre 2007

1. «Oh Dios, que por la concepción inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una diga morada y en previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado». Estas palabras de la oración Colecta –que hemos rezado hace unos momentos– son un resumen perfecto de la fiesta que estamos celebrando.

La Iglesia, en efecto, afirma que María, por un singular privilegio de Dios y en vista de los méritos de la muerte redentora de Jesucristo, fue preservada de contraer la mancha del pecado original, que debían contraer todos los hijos de Adán y Eva, y vino a la existencia completamente limpia. En ella se cumplió el vaticinio que Dios mismo había realizado inmediatamente después de la tragedia de nuestros primeros padres –que nos ha recordado la primera lectura–: porque el demonio y su obra, el pecado, fue vencido en la Santísima Virgen. En ella, Dios ha realizado en plenitud la bendición con que Dios nos ha colmado en Cristo, como nos recordaba la carta a los Efesios. En ella, finalmente, Dios ha derramado la plenitud de su gracia, haciéndola totalmente santa y pura desde el primer momento de su existencia.

2. Ha sido un alarde del poder. Porque Dios la redimió –cumpliendo su designio universal de salvación– con redención que los teólogos llaman «preservativa», haciéndola La Hidalga del Valle, como la llamó nuestro clásico. Todos los hijos de Adán hemos caído y, luego, hemos sido levantados. María fue la única que no cayó, porque Dios le dio la mano para no dejarla caer.

Tenía que ser así, porque María estaba destinada a ser la Madre de Dios, el Arca de la Nueva Alianza, la que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Dios no podía consentir que el demonio se le adelantara en la posesión del alma de su Madre; ni que fuera el que se posesionara del Arca de la Alianza antes que el autor y realizador de esa Alianza; ni que fuera manchada por el pecado, la que nos entregaría al Cordero Inmaculado que borraría los pecados.

3. El pueblo cristiano tuvo pronto la intuición de esta verdad, aunque los teólogos tuvieron que esperar muchos siglos para justificarla doctrinalmente. Por fin, el año 1854, el Beato Pío noveno, la definió como dogma de fe. Cuatro años más tarde, la misma Inmaculada lo confirmó en sus apariciones de Lourdes, respondiendo a santa Bernardette, que le había preguntado quién era: «Yo soy la Inmaculada Concepción».

4. La Inmaculada pone de manifiesto que, a los ojos de Dios, lo único indigno de Él es el pecado y lo que a Él le agrada por encima de todo lo demás es la gracia. Este mensaje, siempre importante, hoy tiene un excepcional relieve y una urgente necesidad de ser proclamado.

El pecado ha desaparecido de la conciencia del hombre moderno; más aún ha desaparecido la misma conciencia del pecado. Con alguna frecuencia, personas de fama declaran ante los medios de comunicación social que no tienen nada de qué arrepentirse. Se ridiculiza el pecado, diciendo que eso es cosa de tiempos pasados, en los que la razón humana estaba en mantillas. Pecados tan monstruosos como los que ocurren en las clínicas abortivas de Barcelona, son camuflados y envueltos en palabras como «interrupción del embarazo en un fraude de ley». ¡Como si no clamara al Cielo triturar como papilla y tirar al servicio a seres inocentes y plenamente formados!

5. Esta situación «ambiental» está ejerciendo una tremenda influencia en los mismos cristianos, que quieren vivir según el Evangelio. Lo denunciaba recientemente el Predicador del Papa, con la fuerza y claridad que le caracterizan: «Existe una narcosis del pecado. El pueblo cristiano ya no reconoce a su verdadero enemigo, ya no percibe al señor que le tiene esclavizado, con una dorada esclavitud, pero esclavizado. Muchos que hablan de él tienen una idea completamente inadecuada. El pecado se despersonaliza y se proyecta únicamente sobre las estructuras. En lugar de librarse del pecado, todo el empeño se concentra hoy en librarse del remordimiento del pecado y en lugar de luchar contra el pecado, se lucha contra la idea de pecado».

Hermanos: nosotros no estamos en una burbuja de cristal y estas ideas también pueden afectarnos. Pensemos, por ejemplo, con qué frecuencia nos acercamos al sacramento de la Reconciliación y cuándo nos confesamos por última vez.

6. La Inmaculada no sólo nos recuerda el aspecto negativo del pecado, sino el aspecto sumamente positivo de que Dios es más fuerte que el pecado y que la victoria está totalmente asegurada. María es, en efecto, el primer fruto de esa victoria, pero no el único. Lo que en Ella «ya» ha tenido lugar, ocurrirá un día en todos nosotros. Nosotros hemos vencido al pecado en el Bautismo; lo vamos venciendo a lo largo de la vida con el perdón del sacramento de la Penitencia y la fuerza de la Eucaristía; y lo venceremos del todo, cuando Cristo nos haga resucitar gloriosos y nos lleve con Él a la gloria. María Inmaculada es la garantía del cumplimiento de esta realidad futura.

Esta garantía se extiende a toda la Iglesia. Ella está ahora afeada, manchada y desfigurada por los pecados de todos sus hijos. Pero esta fealdad y estas manchas desaparecerán al final, cuando Cristo la presente al final de los tiempos como una comunidad totalmente limpia y sin arrugas.

7. Situada en el corazón del Adviento, la Inmaculada va precediendo a toda la Iglesia hacia el encuentro con Cristo, como su Único y Verdadero Salvador.

Pidamos ahora al Señor que el sacramento que estamos celebrando y luego vamos a comulgar, nos preserven y limpien de nuestros pecados.

† Francisco Gil Hellín
Arzobispo de Burgos