Solemnidad de la Maternidad Divina de María

+ Francisco Gil Hellín. Arzobispo de Burgos.

Catedral - 1 enero 2008

1. Hoy concurren muchas cosas en la misma celebración. Es el día octavo de la Navidad, el día de la Circuncisión del Niño e imposición del Nombre de Jesús; es Día de Año Nuevo y la Jornada Mundial de la Paz. Pero es, sobre todo y ante todo, el día de la Maternidad virginal de María.

Los cristianos de las diversas regiones del mundo han querido consagrar un día del tiempo de Navidad a la «Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor», como reza la segunda plegaria eucarística. La Iglesia de Roma eligió para este homenaje la octava de Navidad, antes incluso de que ese día señalara en Occidente el comienzo del año. Esta memoria ha cobrado tanto relieve en la liturgia romana actual –en nuestra liturgia–, que es celebrada como solemnidad, que es la máxima categoría que la Iglesia concede ahora a una fiesta litúrgica. Por eso, la misa que ahora estamos celebrando es la de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.

2. ¿Qué queremos decir cuando proclamamos que María es Madre de Dios? Pues lo mismo que cuando decimos de una mujer «esta es mi madre». Dios, ciertamente, no tiene madre ni padre, porque ninguna criatura le ha dado el ser. Al contrario, todas las criaturas lo han recibido de Dios. Las criaturas, además, no son eternas, mientras que Dios «existe desde siempre y vive para siempre». María, por tanto, no ha engendrado ni dado el ser a la divinidad. Dios existía ya antes que naciera María; y hubiera existido aunque María no hubiera existido. Desde esta perspectiva, María no es la Madre de Dios.

Sin embargo, Dios decidió asumir una naturaleza humana verdadera; es decir, hacerse verdaderamente hombre, unir a su Persona y naturaleza divina, una naturaleza humana. La segunda Persona de la Santísima Trinidad, la Palabra, el Verbo se hizo tan hombre, que se hizo igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Para ello, el Espíritu Santo cubrió con su poder el cuerpo de María e hizo fecundo su seno: «Lo que hay en ella viene del Espíritu Santo», dijo el ángel a José, cuando había decidido repudiarla en secreto.

Como decía con tanta sencillez y precisión el catecismo que muchos de nosotros hemos estudiado de niños, «en las entrañas purísimas de la Virgen, el Espíritu Santo creó un cuerpo perfectísimo, creó de la nada un alma y la unió a aquel cuerpo y desde aquel instante, el que era Dios, sin dejar de serlo, quedó hecho hombre.

Desde entonces, la segunda Persona de la Trinidad unió a su Persona la naturaleza humana, comenzó a ser hombre verdadero. Comenzó a recibir de María, lo que todos hemos recibido de nuestra madre: su seno para que habitara, y su sangre y carne para que se alimentara y creciera. Llegado el momento le dio a luz, como dan a luz todas las madres y le dispensó todos los cuidados maternales que nos han dispensado a nosotros las nuestras. María es, por tanto, verdadera Madre de Dios. Tan Madre de Dios, como la nuestra lo es de cada uno de nosotros. De modo que cuando Jesús la llamaba «madre» lo decía con la misma verdad, con los mismos sentimientos, con la misma confianza, con el mismo amor, con la misma pasión que nosotros hemos dicho o decimos «madre, madre mía».

El pueblo cristiano –que tiene un instinto sobrenatural extraordinario para las cosas relacionadas con María– descubrió enseguida que María es verdadera Madre de Dios. Así se explica que la primera oración mariana que crearon los cristianos llame a María la «Dei genitrix», la «Madre de Dios». Esa oración es la que comienza con las palabras «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios», que se remonta a finales del siglo tercero.

Mucho antes, por tanto, de que el Concilio de Éfeso, celebrado el año 431, declarara solemnemente que «María es verdadera Madre de Dios». Ese pueblo había entendido que Nestorio, a pesar de ser Patriarca de Constantinopla, predicaba en contra de la fe, cuando decía que María no era Madre de Dios. Por eso, estuvo expectante todo el día, esperando que los Padres conciliares condenaran a Nestorio. Cuenta san Cirilo, allí presente y valedor eximio de la maternidad divina de María, que cuando se enteraron de que Nestorio había sido declarado hereje y depuesto de su Sede, aunque ya era de noche, formaron una gran procesión y acompañaron con lámparas a los padres conciliares hasta la basílica para dar gracias a Dios.

3. ¡Qué alegría y que confianza han de brotar en nuestro corazón, sabiendo que la Madre de Dios es también Madre nuestra! Verdadera Madre nuestra porque nosotros somos hermanos de Cristo por el Bautismo; porque hemos sido engendrados en el seno de la Madre Iglesia, de la que María es tipo y figura; porque Cristo nos la entregó como Madre cuando moría en la Cruz. ¿Puede haber mejor comienzo de año que éste? ¿Cabe mayor confianza que iniciar e1 2008 sabiéndonos queridos y ayudados por María, Madre de Dios y madre nuestra?

4. Como todos sabemos, el mundo está lleno de violencias, de odio, de asesinatos, de atentados, de guerras. No hay paz. No hay paz en las naciones; no hay paz en las familias; no hay paz en los individuos; no hay paz entre los hombres. Pidamos hoy a María que –como madre buena y poderosa– nos alcance de Dios el don de la paz. Sobre todo, para nuestras familias y para nuestra Patria.

† Francisco Gil Hellín
Arzobispo de Burgos