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Solemnidad de San José
+ Francisco Gil Hellín. Arzobispo de Burgos.
Seminario Diocesano - 15 marzo 2008
1. Estamos celebrando la fiesta de san José. Una persona en la que
Dios confió y le encomendó la delicada tarea de sacar adelante a la
Sagrada Familia, de la que su Hijo, hecho hombre, era el miembro más
cualificado. No obstante, los evangelios nos han trasmitido pocos
datos sobre él, aunque le califican con cinco títulos importantes y
significativos. Le llaman “hijo de David” (Mt 1,20), “esposo de
María” (Mt 1,16), “padre de Jesús” (Lc 2,48), “hombre justo” (Mt
1,19), y “el carpintero” (Mt 13,55) que enseñó su mismo oficio a
Jesús (Mc 6,3). Pero no recogen ni una sola palabra suya. El
lenguaje de San José, más que de palabras está hecho de actitudes y
gestos. Él nos habla con su silencio, su obediencia, su trabajo.
A pesar de ser tan escasos los datos que poseemos, podemos decir,
sin miedo a equivocarnos, que san José no vivió como un señorito -en
el sentido peyorativo que tiene este término- ni como un pequeño
burgués. Al contrario, vivió pobremente y entregado a un trabajo
constante y esforzado. Vida pobre y llena de trabajo: he aquí el
mensaje que quisiera comunicaros en la fiesta de nuestro Patrono de
este año.
2. En la época de Cristo, en Palestina escaseaba la madera. No había
sino los famosos cedros -que eran pocos y propiedad de ricos-,
palmeras, higueras y otros frutales. Las casas de Nazaret estaban
excavadas en la montaña o construidas con cubos de piedra. Los
muebles apenas existían en una civilización en que el suelo era la
silla más corriente y cualquier piedra redonda la única mesa. En
consecuencia no debía haber mucho trabajo para un carpintero en un
pueblo que no tenía más de cincuenta familias y la carpintería no
era un gran negocio. Sólo se le hacían encargos eventuales que
consistían en reparar un tejado, en arreglar un carro, o recomponer
un yugo o un arado. San José trabajaba humildemente para ganarse la
vida y se la ganaba modestamente.
3. Su casa tenía, como todas las de la gente pobre de Palestina, una
sola habitación que hacía de cocina, comedor y dormitorio. Había en
ella un molino de mano, un hornillo de barro para cocer el pan, un
arcón para guardar los vestidos, una mesa, una lámpara de aceite,
unas esteras para dormir, y pocas cosas más. Todo pobre, pero limpio
y ordenado, gracias a las manos de María, que cuidaban del hogar. En
el exterior, una escalera adosada a la pared que conducía a la
azotea, que era el lugar de descanso de la Sagrada Familia al
anochecer.
José vestía una túnica ceñida con un cinturón; calzaba unas
sencillas sandalias, y cubría su cabeza con un velo sujeto con dos
vueltas de un cordón negro. Se casó joven, con algún año más que
María, que tendría unos dieciséis. No es difícil imaginarnos que
mientras trabajaba, José cantaba y rezaba, y se sentía feliz de
ganar el pan para sus dos grandes amores: Jesús y María.
4. Esto no quiere decir que San José no se cansara en su trabajo. Se
cansaba como se cansa toda persona que trabaja en serio. Porque, si
es verdad que el trabajo es anterior al pecado, no lo es menos que
el sudor y el cansancio son inseparables de él: «Con el sudor de tu
frente», ganarás el pan. Es decir, la tierra se te resistirá, y las
ideas se te harán escurridizas. En efecto, todo trabajo -tanto
manual como intelectual- está unido inevitablemente a la fatiga.
5. Aunque se cansaba, no por eso dejaba de trabajar todos los días
de sol a sol. Así es como pudo sacar adelante a la Sagrada Familia.
Antes que lo dijera san Pablo, él lo vivía: «El que no quiera
trabajar que no coma». Quien ha de comer, tiene que trabajar. Es un
deber que arranca de la misma naturaleza.
6. La vida de un seminarista -y de un sacerdote- del siglo XXI tiene
que seguir siendo como la de san José: pobre y llena de trabajo.
Ciertamente, no se trata de volver a una situación sociocultural ya
superada. Tampoco de vivir al margen del progreso técnico, como si
el progreso fuera malo y no querido expresamente por el Creador. Sin
embargo, podemos y debemos vivir pobremente. Os doy algunos
criterios que pueden ayudaros a formar esta mentalidad: comportaos
como un padre de familia modesta, no os quejéis cuando faltan cosas,
incluso necesarias, disfrutad con lo que tenéis y no estéis
inquietos pensando en adquirir la última novedad en ropa y en
aparatos electrónicos.
7. Para formaros en el trabajo, el único remedio es estudiar horas y
horas. El cansancio y la fatiga os ofrecen la posibilidad de
participar en la obra redentora que Cristo ha venido a realizar (Jn
17,4). Esta obra de salvación se ha realizado a través del
sufrimiento y de la muerte de cruz. Soportando la fatiga del trabajo
en unión con Cristo crucificado por nosotros, colaboráis en cierto
modo con Él en la redención de la humanidad. No olvidéis que el
verdadero discípulo de Jesús se forma llevando la cruz de cada día
en la actividad que ha sido llamado a realizar. En el trabajo -que
para vosotros son las clases y el estudio-, podéis descubrir una
pequeña parte de la cruz de Cristo y aceptarla con el mismo espíritu
de redención con que Él ha aceptado su cruz por nosotros.
Que san José nos alcance hoy la gracia de vivir su misma entrega.
Ella será la mejor semilla para que cada día haya más jóvenes que
quieran seguir a Jesucristo en el camino del sacerdocio.
† Francisco Gil Hellín
Arzobispo de Burgos
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