Fiesta de Nuestra Señora de la Merced

+ Francisco Gil Hellín. Arzobispo de Burgos.

Catedral - 24 septiembre 2008

1. Celebramos hoy la memoria entrañable de la Virgen María bajo el título de La Merced. El pasado domingo pude celebrar con los internos del Centro Penitenciario la Eucaristía, anticipando esta festividad. Hoy la tenemos con las autoridades, personal de servicio y voluntarios en general.

En el siglo XIII, san Pedro Nolasco y sus colaboradores vivieron muy de cerca la experiencia de muchos cautivos, prisioneros de guerra, oprimidos. Con el propósito de ayudarlos y liberarlos, formaron la comunidad de frailes Mercedarios dedicados a la redención de cautivos. Como eran hombres de gran fe, pusieron toda su obra bajo la protección de Santa María, Virgen de la Merced, madre nuestra. ¿Qué mejor protectora y anima-dora podían encontrar en tan difícil ministerio?

Afortunadamente, el fenómeno de los cautivos ha desaparecido casi por completo. Perviven, en cambio, los prisioneros de guerra, los secuestrados y los encarcelados por conductas delictivas o porque determinadas circunstancias de su vida profesional les ha llevado a la cárcel.

Sin embargo, el fenómeno de la cautividad en nuestro tiempo va por otros derroteros y, lejos de haber desaparecido, ha aumentado extraordinariamente. Hay muchas esclavitudes.

Pensemos, por ejemplo, cuánta gente vive cautiva hoy siendo prisionera de sí misma, de sus convicciones y sus ideas; sobre todo, de su egoísmo, que es –probablemente– la peor de todas. El egoísmo es la idolatría de sí mismo, hasta el extremo de convertirlos en diosecillos que sólo piensan en ellos mismos y viven como si los demás no existieran.

Otra atadura es el culto al sexo por encima de la dignidad de la persona y el cuidado y el respeto hacia el cuerpo humano.

Las adicciones, al alcohol, a las drogas, a los juegos, a la velocidad o a las distracciones digitales, son otras esclavitudes muy frecuentes hoy.

Finalmente, la peor forma de esclavitud es la que se autoimpone uno mismo, cuando se encierra en la contemplación de sí mismo.

Que nos libre de estas adicciones puede ser una buena oración a María en el día de hoy: libérame de todo cuanto me impide amar, crecer, construir, llegar a la santidad a la que estoy llamado.

2. El evangelio nos ha propuesto el episodio de las bodas de Caná, que nos da una hermosa lección de confianza en Cristo, reflejada en su madre, María.

El evangelista describe una situación festiva: unas bodas. María se muestra como mujer atenta y realista. De todos los evangelistas, Juan es el único que hace referencia directa a María y pone en su boca dos frases, muy breves. “Hijo, no tienen vino”, y “Haced lo que él os diga”. ¡Cuánta densidad en pocas palabras! María ordena a los criados que se presenten ante su hijo porque confía en él, sabe que obrará el milagro.

Esta escena revela la enorme confianza de María en Jesús y la estrecha unidad que existe entre ambos.

María no quiere que la fiesta se interrumpa bruscamente y el día más feliz de aquella pareja concluya con un gran disgusto y ridículo. Desea que no se agote el júbilo. No sólo confía en Jesús, sino que vela por todos. Por eso, no duda en pedir y lograr que su Hijo realice el gran milagro de convertir el agua en vino de excelente calidad y, además, sobreabundante.

¿Quién de nosotros no tiene alguna experiencia gozosa, conscientes de algún fallo, falta o pecado, del don y la merced del perdón y la misericordia? Yo mismo como penitente y como confesor soy testigo de la alegría que produce el sacramento de la penitencia a quien contrito se acerca con ánimo adecuado a recibir la misericordia de Dios.

María vela para que la tristeza no invada nuestro corazón, para que el sufrimiento no apague nuestro gozo, para que nuestra vida no esté dominada por la angustia y la desesperación. Así mismo, María nos anima a descubrir las necesidades de quienes nos rodean y, en la medida de nuestras posibilidades, remediarlas. Al menos, que no nos falte el afecto, la delicadeza y el amor hacia ellos. Acudamos confiadamente a Ella para que no nos falte nunca el vino bueno de la sana alegría, del buen humor y de la preocupación por la alegría de los demás.

3. Acudamos, finalmente, a Nuestra Señora de la Merced con la plegaria de la gente buena y sencilla:

María, Virgen de la Merced,
alcánzanos de tu Hijo misericordia y perdón.
María, Virgen de la Merced,
libera a los millones de oprimidos que hay en el mundo
María, Virgen de la Merced,
rompe las cadenas de los odios, las ambiciones, las injusticias.
María, Virgen de la Merced,
líbranos del terrorismo, la violencia física y verbal, las drogas,
la violencia doméstica.
María, Virgen de la Merced,
concédenos ser buenos, comprensivos, afectuosos y cercanos
con quienes están privados de libertad.
Y, sobre todo, líbranos de nuestros pecados,
que son la esclavitud más importante y grave que nos oprime.
AMÉN.

† Francisco Gil Hellín
Arzobispo de Burgos