Solemnidad de la Inmaculada Concepción

+ Francisco Gil Hellín. Arzobispo de Burgos.

Catedral - 8 diciembre 2005

1. El 6 de agosto de 1945 fue arrojada una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hirohisima. Sus efectos fueron terribles: 260 mil muertos y 160 mil heridos o desaparecidos. Aunque la historia considera que esta fue la primera bomba atómica, la verdad es que muchos miles de años antes, había caído otra mucho más potente y maléfica. Pues su radio de acción alcanzó a toda la tierra y bajo su poder destructor cayeron todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Esa es la realidad que nos presentaba la primera lectura, cuando nos describía el pecado original cometido por nuestros primeros padres en el Paraíso. Una rebelión de la creación entera contra el Creador. El hombre y la creación entera fueron descoyuntados y cayeron bajo el dominio del Demonio. Desde aquel momento reinaron en el mundo el pecado, el dolor y la muerte.

2. Dios podía haber dejado abandonado al hombre. Sin embargo, se apiadó de él. Y ya en aquel mismo momento, después de maldecir al Demonio y anunciar al hombre las consecuencias de su pecado, pronunció unas palabras que anunciaban la futura victoria sobre el Maligno y la futura salvación del hombre. «Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella te aplastará la cabeza, mientras tú tratarás de morder su calcañal». Estas palabras, en cuanto expresión de aquella elección en Cristo realizada desde toda la eternidad, se cumplieron al pie de la letra. De hecho, «así como por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, del mismo modo, por otro hombre entró la salvación; y de tal manera que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia. Porque si en Adán todos pecaron, en Cristo todos hemos sido salvados». En el árbol del Paraíso el hombre fue vencido y hecho pecador. En el árbol de la Cruz el hombre fue vencedor y hecho salvo. Ciertamente, todos y cada uno de los hombres y mujeres nacen pecadores; pero todos y cada uno encuentran la puerta de la salvación en el Bautismo.

3. He dicho que todos los hombres nacen pecadores y todos son salvados en el Bautismo. Para ser más exactos habría que hacer una importante matización. Todos, menos la Virgen Santísima. Ella, en efecto, no contrajo el pecado original ni necesitó el Bautismo para recuperar la gracia perdida. Fue, ciertamente, una rosa que brotó en el rosal de la Cruz de Jesucristo, pues también Ella fue redimida. Jesucristo la amó tanto, que no consintió que cayera un solo instante bajo las garras del demonio. Al contrario, le aplicó los méritos de su Muerte para que desde el primer momento de su Concepción fuese Inmaculada, Limpísima, Purísima, como decimos en España. Esta es la doctrina que profesamos cuando confesamos y celebramos la Inmaculada: que María, por un privilegio singular de Dios fue libre de toda mancha de pecado desde el primer instante de su ser. Siempre fue Purísima. Siempre estuvo llena de gracia.

4. No fue fácil llegar a esta definición dogmática. El pueblo cristiano tenía la persuasión de que María no podía haber estado manchada ni un solo momento. Lo pensaba y lo celebraba. Pero los teólogos tenían que probarlo y no sabían explicarlo. Y tardaron mucho tiempo en demostrarlo. Tenían claros los datos del problema: si Cristo era el redentor universal, tenía que haber redimido a su Madre. Pero si María no había tenido la menor mancha de pecado, ¿cómo podía ser redimida? ¿Cómo explicar, que Cristo es el Redentor de todos los hombres, y en concreto Redentor de María si María nunca había tenido pecado?

Por fin, el franciscano Duns Scoto encontró la solución, ya al final de la Edad Media: María fue redimida por Cristo, porque era verdadera hija de Adán. Pero lo fue de una manera eminente y excepcional: su Hijo le impidió que contrajera ese pecado. Por eso, a diferencia de todos nosotros, que somos redimidos de un pecado que hemos cometido, Ella fue redimida para que no lo cometiera. Jesucristo a nosotros nos da la mano para levantarnos de la postración del pecado; a Ella se la dio y evitó que cayese.

5. María es, por tanto, un prodigio de amor. Dios la ha amado tanto, que Ella y sólo Ella es la única descendiente de Adán que no heredó el pecado original. Pero no sólo es un prodigio: es también un gran proyecto de amor. Pues fue liberada del pecado original porque estaba destinada a ser la Madre de Dios, la Madre del que iba a restaurar aquel primer proyecto divino de comunión entre él y los hombres.

No se comprende del todo la fiesta que hoy celebramos si contemplamos la Inmaculada como un privilegio del todo singular. Es, sí, un privilegio; pero un privilegio en orden a un objetivo bien preciso: ser la Madre de Dios. «María fue preservada del pecado original para hacer de Ella una digna morada del Redentor». María fue hecha santa, porque tenía que ser la Madre del Todosanto. Fue hecha Limpia, porque daría a luz al Autor de la limpieza. Fue hecha Purísima, porque iba a ser la blanca Cordera que engendraría al Cordero que quita todas las suciedades y manchas del mundo.

6. La Inmaculada se convierte así en la gran pregonera de la Navidad. Ella, que ya ha llegado, anuncia también a Aquel que por Ella ha venido. Ella, que es la Aurora, asegura que no puede tardar en llegar el Día. Al situar la Iglesia esta fiesta en el corazón del Adviento, hace de la Inmaculada la Virgen de la Esperanza y de la Alegría. De su mano pronto tendremos en las nuestras al Salvador del mundo, al Redentor que necesitamos los hombres y las mujeres de este momento de la historia.

Que al celebrar hoy la fiesta de la Purísima Concepción aumente nuestro agradecimiento a Dios por haber hecho tan hermosa a su Madre; que también lo es nuestra. Que aumente en nosotros el deseo de parecernos a Ella. Si hacemos el propósito de acercarnos estos días al sacramento de la Penitencia, la celebración de hoy no habrá sido en vano y la preparación a la Navidad trascenderá el mero sentimiento.

† Francisco Gil Hellín
Arzobispo de Burgos