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Vigilia de la Inmaculada
+ Francisco Gil Hellín. Arzobispo de Burgos.
Parroquia de San Lesmes - 7 diciembre 2005
1. Nos hemos reunido aquí para honrar a la Inmaculada. Queremos
demostrar a la Virgen que la queremos y, a la vez, decirle que
necesitamos su cariño y amor de Madre. De este modo nos preparamos
para celebrar la Fiesta de mañana y, en cierto sentido, la Fiesta de
Navidad.
Como todos sabemos, la Inmaculada consiste en que María fue
preservada del pecado original por un privilegio especial de Dios.
Ella, ciertamente, tuvo que ser redimida por Jesucristo. Pero a
diferencia de lo que ocurre con nosotros –a quienes Jesucristo nos
redime librándonos del pecado original en el Bautismo–, Ella fue
redimida para que no contrajese ese pecado. María no tuvo nunca ese
pecado ni ningún otro. Por eso, la llamamos con toda propiedad LA
PURÍSIMA CONCEPCIÓN. Es decir, la que desde el mismo instante de su
concepción está limpia de toda mancha de pecado.
2. En la Inmaculada Dios nos revela varias verdades importantes. La
primera es que Dios, para realizar este gran prodigio, no escogió un
hombre, sino una mujer. Más en concreto, una mujer judía. La mujer
judía de entonces era considerada inferior al hombre. Así, mientras
el hombre podía ser testigo de un juicio, el testimonio de la mujer
carecía de valor. La Inmaculada nos demuestra, por tanto, que los
juicios de valor de Dios no coinciden con los juicios humanos. Que
para Él la mujer tiene la misma dignidad que el hombre. Más aún, que,
en el orden de gracia, Él la ha preferido al hombre.
3. La misma falta de coincidencia entre los criterios de valor que
usamos los hombres y usa Dios aparece en los anhelos de maternidad
que tenían todas las mujeres judías. El profeta Isaías había
anunciado que una doncella de la familia de David daría a luz al
Mesías. Por eso, todas las mujeres de ese tronco anhelaban casarse y
tener hijos y, de este modo, ser la madre del Mesías. Así se explica
que para ellas fuese una maldición de Dios ser estéril y no tener
hijos.
Pues bien, Dios eligió a una mujer de esa estirpe; pero no a una que
se hubiese casado con la intención de ser madre. Es verdad que la
Virgen estaba prometida a José y luego se casó con él. Pero entre
los dos habían convenido vivir el matrimonio en perfecta continencia
y no tener relaciones sexuales. Habían procedido así, porque María
había entregado en exclusiva a Dios su cuerpo y se había
comprometido con él a ser virgen para siempre. Había renunciado, por
tanto, de modo voluntario a la maternidad y a ser la Madre del
Mesías.
Pues bien, Dios se fijó en Ella y fue Ella la elegida para ser su
Madre. Precisamente por eso la hizo Inmaculada. No hubiera sido
digno de Dios que el demonio hubiera ocupado y manchado el cuerpo
del que tomaría la carne que necesitaba para ser verdadero hombre.
4. La misma disparidad de criterio entre Dios y los hombres aparece
si miramos la categoría social de María. Nosotros valoramos la
categoría de las personas según sea su situación económica, su
belleza corporal, su fama, su inteligencia. Por eso tantas veces nos
llevamos grandes desengaños, al ver que las personas que admiramos
tienen los pies de barro.
Dios tiene otros varemos. De hecho, al elegir a su Madre no tuvo en
cuenta su físico, ni su talento, ni su riqueza, ni su pertenencia a
la alta sociedad.
Todo lo contrario, María era una chica de Nazaret, igual que las
demás; es decir: de la clase sencilla, con todo lo que eso conlleva.
A Dios sólo le importó una cosa: hacerla santa, llenarla de gracia y
de virtudes, mimarla desde el mismo instante de su concepción con el
privilegio de la inmaculada. Ahí sí que Dios no anduvo con
cicaterías. La hizo no sólo pura, sino Purísima –como la llamamos en
España–; no sólo santa, sino Santísima.
5. Me parece que es legítimo sacar esta conclusión: DIOS TIENE UNOS
PLANES Y UNOS CRITERIOS DE VALORACIÓN QUE NO COINCIDEN CON LOS
NUESTROS. Y esta otra: el hombre se hace grande no cuando realiza
sus planes sino cuando cumple los planes que Dios tiene sobre él.
6. Vosotros estáis en un momento de la vida en el que necesitáis
descubrir los planes de Dios. Dios tiene un plan concreto para cada
uno de vosotros. Porque cada uno sois para él un ser irrepetible,
único, insustituible, con una misión que cumplir tan individualizada,
que quedará incumplida si él no la realiza.
Para la mayor parte, el plan de Dios es que os caséis con un hombre
o una mujer y tengáis hijos. Para algunos, el plan de Dios es que
viváis la castidad perfecta en medio del mundo, como hombres o
mujeres consagrados totalmente a la extensión del Reino de Dios en
las tareas seculares. Para unos pocos, que seáis religiosos y
sacerdotes. Tenéis que descubrir vuestra vocación personal. Os va en
ello la felicidad humana y eterna.
7. Pero, sea cual sea vuestra vocación personal, todos estáis
llamados a ser verdaderos cristianos, cristianos a carta cabal,
cristianos de cuerpo entero. Para ello necesitáis, además de la
gracia de Dios, una fuerte dosis de reflexión personal.
Tenéis que pararos a pensar, porque en caso contrario no
descubriréis que la ideología que impera hoy en Europa y en España
es una ideología no cristiana. Más aún, muchísimas veces es
contraria a nuestra fe. Y tenéis que descubrirlo, si todavía no lo
habéis descubierto. En caso contrario, aunque os parezca que estáis
actuando con libertad, en realidad os están manipulando.
8. Esta reflexión os hará descubrir el sentido verdadero que tiene
toda la actual propaganda contra la Iglesia Católica. Quienes desean
manipular las conciencias, saben muy bien que la Iglesia es el único
dique de contención que impide implantar un Estado laicista y la
mayor fuerza que impide que se eche a Dios de la sociedad. La
Iglesia no busca privilegios, sino que lo único que busca es
defender la libertad y dignidad del hombre.
Vuestros padres y abuelos han sido testigos de una doble experiencia,
a cual más terrible: el nazismo de Alemania y el comunismo ateo de
Rusia.
¡Cuántos millones de hombres y mujeres asesinados, deportados,
perseguidos y hundidos en la miseria material y moral!
Como cristianos responsables debéis saber estas cosas. Y ser
santamente rebeldes contra cualquier intento de manipulación de
vuestras conciencias. Las armas ya las conocéis: la fe en Jesucristo.
Jesucristo nos enseña el amor a la verdad, el amor al prójimo, la
convivencia pacífica con todos, la honradez en todo. Nos enseña
también que los caminos de la mentira, del odio, de los
enfrentamientos de unos contra otros, de la venganza, de la
violencia, del egoísmo insolidario no son sus caminos y que ningún
discípulo suyo puede recorrer.
9. Como veis, queridos jóvenes, María nos lleva siempre a Jesucristo
y Jesucristo nos lleva siempre al amor del hombre: amor a su
dignidad y amor a su libertad. Por eso, no tengáis miedo a ser
discípulos de Jesucristo. Al contrario, abridle de par en par las
puertas de vuestra juventud, de vuestros amores, de vuestras
ilusiones, de vuestra vida. Si respondéis como respondió María,
también vosotros podréis cantar como Ella: el Señor hizo en Mí
maravillas, gloria al Señor.
† Francisco Gil Hellín
Arzobispo de Burgos
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