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Asunción de Nuestra Señora, Carta Pastoral
+ Antonio Ceballos Atienza. Obispo de Cádiz y Ceuta
Mis queridos diocesanos:
La solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora, que se celebra el 15
de agosto, es para los cristianos una invitación a la esperanza y a
cantar con María y en María la gloria de Dios. Ella, terminado el
curso de su vida en la tierra, por haber vivido tan íntimamente
unida a su Hijo, Jesucristo, lo siguió también en su glorificación a
los cielos, sin conocer la corrupción del sepulcro.
María en su gloriosa Asunción en cuerpo y alma al cielo, como
reflejo y consecuencia de la Ascensión del Señor, su Hijo, es una
demostración del poder y de la bondad infinita de Dios, que triunfa
sobre todos los poderes de este mundo, aún sobre la misma muerte.
El pueblo cristiano, tanto de oriente como de occidente, ha creído y
celebrado desde antiguo este misterio y esta fiesta de la Asunción
de Nuestra Señora en cuerpo y alma al cielo, que en el oriente
cristiano se denomina y representa como fiesta de la dormición de
María, rodeada de los apóstoles.
La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora a los cielos es también
nuestra fiesta. No sólo porque es una gran fiesta de María, nuestra
Madre, sino porque es anticipo y prenda de nuestra propia
glorificación. María como primera y fidelísima discípula de su Hijo
Jesús nos precede en la fe, en la esperanza y en el amor, y ahora ya
también en la gloria junto a su Hijo.
El Papa Pío XII, en la Bula Dogmática Munificentissimus Deus
(1-11-1950), llevó a cabo la definición dogmática de esta verdad de
fe cristiana. Sus palabras fueron estas: Por tanto, después de
elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del
Espíritu de la Verdad...., pronunciamos, declaramos y definimos ser
dogma de fe divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios,
siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue
asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial (n. 37).
María asunta brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de
esperanza cierta y de consuelo (Concilio Vaticano II, Constitución
Lumen Gentium, n. 68).
La celebración de la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora es para
nosotros, por lo tanto, una invitación a la esperanza cristiana.
También nosotros, como María, seremos glorificados en cuerpo y alma
porque pertenecemos, como Ella, a la familia de su Hijo: somos
miembros del mismo cuerpo del que su Hijo es la Cabeza. Si Él ha
sido glorificado y ha hecho ya partícipe a su Madre de su gloria,
también nosotros vivimos con la esperanza de que un día seremos
glorificados.
Toda la humanidad y la creación entera serán definitivamente
redimidas, con su condena, esclavitudes e imperfecciones, del pecado
y de la muerte, cuando todo sea definitivamente recapitulado en
Cristo.
Pero, sobre todo, cada uno de nosotros, que nos debatimos abrumados
y condicionados por el peso de nuestra naturaleza limitada y mortal,
seremos liberados de toda esclavitud y, especialmente, de la muerte
y del pecado para participar con el Señor y con su santa Madre de la
bienaventuranza definitiva en cuerpo y alma en la gloria.
Vivir de la esperanza y en la esperanza nos conducirá a ponernos en
el camino que nos conduce a esa meta siguiendo las huellas del Señor
y de su Madre y Madre nuestra, María.
La esperanza pone en marcha toda la capacidad que Dios ha colocado
en nosotros para emprender y continuar el camino que conduce a la
meta que el Señor y María ya han alcanzado, y que nosotros esperamos
y deseamos alcanzar.
Reza por vosotros, os quiere y bendice,
+ Antonio Ceballos Atienza
Obispo de Cádiz y Ceuta
Cádiz, 2 de agosto de 2010.
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