|
Asunción de Nuestra Señora, Carta Pastoral
+ Antonio Ceballos Atienza. Obispo de Cádiz y Ceuta
Mis
queridos diocesanos:
El día 15 de agosto celebra la Iglesia el gran misterio de la
Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma a los cielos.
Su dies natalis. Su coronación. Su meta. Su victoria. El Papa Pio
XII declaró el Dogma de la Asunción (Bula Munificentissimus Deus, 1
de noviembre de 1950), diciendo que María terminado el curso de su
vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. Por
eso es también nuestra victoria, porque el triunfo de Cristo y de su
Madre se proyecta a la Iglesia y a toda la humanidad.
1. Una fiesta que alegra el tiempo estival
La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora a los cielos es una de
las más populares y puede ser considerada, indudablemente, como la
más destacada, tanto por la importancia que tuvo en ella la
participación popular, como por la variedad de costumbres
tradicionales que rodean su entorno. Es una fiesta que alegra
nuestro verano y constituye en múltiples poblaciones la fiesta
mayor.
2. Comprensión litúrgica de este misterio
Considero que para comprender la profundidad
litúrgica de este misterio hay que tener muy presente la doctrina de
la Iglesia sobre la Asunción en estos últimos tiempos. Una lectura
global de la liturgia de la Asunción se nos ofrece en la Exhortación
Apostólica Marialis Cultus (1974) del Papa Pablo VI. En ella se nos
viene a decir, que es la fiesta de su destino de plenitud y de
bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su
cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado;
una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la
consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues
dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha
hechos hermanos teniendo en común con ellos la carne y la sangre (MC
6).
Se trata, pues, de una fiesta con dos dimensiones una personal de
María, pero con trasfondo cristológico (fiesta de su perfecta
configuración con Cristo resucitado), y otra eclesial, que nos
afecta a todos nosotros, más aún, a la humanidad entera.
3. Dimensión personal
La Asunción de María corresponde litúrgicamente al dies natalis de
los demás Santos, es decir, el día de su nacimiento para el cielo.
Así se canta en la oración colecta de la Misa
del día: ... has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la
inmaculada Virgen María, Madre de tu Hijo. Y en el prefacio: ... hoy
ha sido llevada al cielo la Virgen, Madre de Dios; (...) no quisiste,
Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por
obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida. Y es el
mismo prefacio el que se encarga de subrayar, no solamente el
contenido de la celebración, sino también la motivación del hecho.
María es, así, la cumbre de la redención. En
ella y solo en ella, la victoria de Cristo sobre el pecado y la
muerte ha sido total. Ella es la única entre todos los redimidos
cuya esperanza ha sido plenamente satisfecha. En María se inauguró
la fe cristiana. Ella es la Iglesia de la primera hora. Y en María
se inaugura también la plenitud de la esperanza cristiana.
4. Dimensión eclesial
La comunidad eclesial es una comunidad en marcha, en lucha constante
contra el mal y contra todos los dragones que la quieren hacer
callar y eliminar. La Virgen María, de modo eminente, nos garantiza
la victoria final. El prefacio que se entona lo expresa así: ...
ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada;
ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la
tierra. Por eso, además, de ser fiesta de la Virgen, es también
nuestra fiesta.
La Iglesia la mira como algo suyo y puede decir con todo derecho que
en ella ha comenzado ya su glorificación futura. María es la parte
más alta de la montaña, sin niebla, plenamente iluminada por la luz
de Cristo resucitado y glorificado. En ella el árbol de la Iglesia
floreció y ella es su primera rama florecida.
María glorificada es el cuadro plástico de
nuestra esperanza. Cuando animado por la fe, yo espero la
resurrección de los muertos, la vida divina, expreso el contenido de
mi esperanza fiado de la palabra de Jesús. Al contemplar desde la fe
a María, en su glorificación plena y definitiva, veo en ella la
encarnación atrayente y gozosa de mi esperanza.
5. María: nuestra esperanza
Al definir la Asunción de María, observaba el Papa Pío XII, que
abrigaba la esperanza de que la proclamación de este dogma ayudaría
a los creyentes a levantar sus frentes a lo alto para liberarse del
materialismo atosigante y demoledor del mundo moderno.
En nuestros días hay que decir que es una respuesta a los que no
encuentran respuesta a la situación económica y de paro; hay que
decir que es una respuesta a los pesimistas, que todo lo ven negro.
Es una respuesta a los mismos materialistas, que no ven más que los
factores económicos o sensuales: algo está presente en nuestro mundo
que trasciende nuestras fuerzas y que lleva más allá. Es la prueba
de que el destino del hombre no es la muerte, sino la vida, y que es
toda la persona humana, corporeidad y espíritu, la que está
destinada a la vida, subrayando también la dignidad y el futuro de
nuestro tiempo.
Efectivamente, María glorificada nos muestra la
esperanza en su doble perspectiva: la lejanía, el objeto o meta de
nuestra esperanza, pero a la vez lo descubre ya en el hoy de nuestra
vida cristiana.
María asunta en cuerpo y alma a los cielos es
para nosotros la gran señal que asegura nuestra esperanza y confirma
nuestro aliento para seguir caminando hasta nuestra glorificación
futura con ella en el cielo.
Reza por vosotros, os quiere y bendice,
+ Antonio Ceballos Atienza
Obispo de Cádiz y Ceuta
Cádiz, 4 de agosto de 2009.
|
|