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María, modelo de comunión.
+ Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Atilano Rodríguez Martínez.
Diocesis de Cuidad Rodrigo
La reflexión sobre la Iglesia, concebida como misterio de comunión
para la misión, ha ocupado nuestra atención durante el presente
Curso Pastoral. En las celebraciones litúrgicas, en las reuniones de
formación y en la constitución de los consejos pastorales hemos
experimentado la actuación constante y la presencia cercana de la
Santísima Trinidad como modelo, fuente y meta de la comunión
eclesial. También hemos constatado que debemos adentrarnos cada día
más y más en el misterio de amor y de unidad existente entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo para entender lo que es la
comunión y para descubrir el misterio de la Iglesia. De este modo,
con la ayuda de la gracia, podremos hacer que nuestras comunidades
cristianas sean casas acogedoras y verdaderas escuelas de comunión.
Jesús nos recuerda que, cuando falta la comunión con Él, resulta muy
difícil vivirla entre nosotros y, más difícil aún, ofrecerla a los
demás. En nuestros días, los cristianos debemos sentir en lo más
profundo de nuestro corazón la llamada del Señor a colaborar con Él
en la construcción de la comunión. Las distintas vocaciones, los
variados dones y carismas, que el Espíritu suscita en el seno de la
Iglesia, no pueden justificar nunca una actuación pastoral al margen
de los restantes miembros del pueblo de Dios, puesto que en virtud
del bautismo todos estamos obligados a colaborar en la construcción
del único Cuerpo de Cristo. El Papa Juan Pablo II invitaba a vencer
la tentación del individualismo en la misión evangelizadora de la
Iglesia, cuando señalaba que “aunque los caminos por los que cada
uno de nosotros y cada una de nuestras Iglesias caminan son muchos,
sin embargo no hay distancias entre quienes están movidos por la
misma comunión” (Novo mil. Ineunte, n. 58).
Si para vivir la comunión con Dios, es necesario conocerle, amarle y
estar dispuestos a cumplir su voluntad, del mismo modo, para vivir
la comunión entre nosotros, debemos salir al encuentro del hermano
para acogerle como alguien que nos pertenece y para valorar todo lo
positivo que el Señor ha puesto en su vida. Con este fin, hemos
programado la peregrinación al Santuario de la Peña de Francia que,
si Dios quiere, realizaremos el próximo día 7 de junio. Será un
encuentro de hermanos, que sienten a María como Madre común y suben
hasta su casa para darle gracias por lo vivido durante el año, para
poner en sus manos las inquietudes pastorales, para contemplar su
experiencia de comunión y para pedirle que nos ayude a seguir
mirando a su Hijo, como fundamento y plenitud de la comunión. La
Palabra de Dios nos dice que la Santísima Virgen se fió totalmente
de Dios, se dejó guiar por la acción del Espíritu y se desvivió por
cuidar al Hijo de sus entrañas y por mostrarlo a todos los pueblos
de la tierra como el único Salvador de los hombres. Desde esta
vivencia de la comunión Trinitaria, María acoge el encargo que Jesús
le hace desde la cruz y acompaña con su presencia maternal y con su
oración confiada la preocupación de los apóstoles ante la venida del
Espíritu y los primeros pasos de la comunidad cristiana. Ella
resplandece como modelo de fe, esperanza y caridad para toda la
comunidad de los elegidos.
Pero la actuación de María no se limita al pasado. El Concilio
Vaticano II invita a los cristianos a elevar súplicas confiadas a la
Madre de Dios “para que ella que ayudó con sus oraciones a la
Iglesia naciente, también ahora, ensalzada en el cielo por encima de
todos los ángeles y bienaventurados, interceda en la comunión de
todos los santos ante su Hijo hasta que todas las familias de los
pueblos, tanto los que se honran con el título de cristianos como
los que todavía desconocen a su Salvador, lleguen a reunirse
felizmente, en paz y concordia, en un solo Pueblo de Dios, para
gloria de la Santísima e indivisible Trinidad” (LG. 69).
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