Solemnidad de Santa María Madre de Dios

César Franco, Obispo auxiliar de Madrid

 

Homilía

Lucas 2, 16-21

Meditar en el corazón
La clave para comprender el evangelio de hoy reside en lo que san Lucas dice de María: Conservaba y meditaba todo en su corazón. Frente al ir y venir de los pastores, que revoloteaban en la escena como evangelistas de la Buena Noticia, María nos ofrece la imagen de la Virgen Madre que, sin hablar, no cesa de penetrar en el misterio de su Hijo y se convierte en la fuente inagotable de la memoria y de la interpretación para toda la Iglesia (von Balthasar). María es el arca donde los misterios de Cristo encuentran siempre su justa comprensión y, por tanto, donde la Iglesia aprende a meditarlos y vivirlos de la mano de su más fiel intérprete. Cada vez son más los exegetas que apuntan a María como fuente última del evangelio de su Hijo. Ya san Bernardo decía que, grabando en la memoria las fechas y los sucesos por su orden, podría contar luego más exactamente la verdad a los escritores y misioneros del Evangelio.
Al comenzar el año 2000, nuevo siglo y milenio, la actitud de Santa María, Madre de Dios, recuerda a la Iglesia su vocación y misión más genuinas: guardar cuidadosamente lo que pertenece a Cristo e interpretarlo en el corazón. Sólo así, en un acto de pura interioridad, la Iglesia, como María, se somete a la Verdad de Dios y la acoge sin reservas. Entonces podrá contar a los hombres el misterio de Cristo que, conservado en su interior, constituye la Buena Noticia de la salvación. Podemos decir que esta Virgen, vuelta en adoración hacia Aquel que la convierte en Madre, es el mejor antídoto frente al riesgo que nos acecha de banalizar el ministerio de la Palabra. Queremos explicar el misterio sin adorarlo; decirlo sin asombrarnos de su verdad, comunicarlo sin poseerlo cordialmente, es decir, con lo más íntimo de nuestro ser. Queremos hablar sin, previamente, haber callado, enmudecidos por lo que nos viene de lo alto, como gracia que supera la simple razón. Meditar en el corazón es algo más que entender con la mente; es interpretar clara y justamente la acción divina. Sólo haciendo esto, la Iglesia puede, como María, ser memoria viva del misterio de Cristo.

En realidad, María continúa en Belén el diálogo con Dios iniciado en Nazaret, donde la Virgen se hace pura receptividad para acoger a Dios. La Virgen que escucha en Nazaret se hace Madre fecunda en Belén y enseña a la Iglesia que para decir una palabra adecuada sobre Cristo hay que prestar toda la atención del corazón al Hijo de Dios envuelto en pañales.

Fuente: Arquidiócesis de Madrid