La Inmaculada, la Sin-Mancha 

Mons. Jesús Sanz Montes, Obispo de Huesca y Jaca

Queridos hermanos y amigos: Paz y Bien.

El próximo día 8 de Diciembre dará comienzo el año dedicado a la Inmaculada Concepción por estar celebrando el 150 aniversario de la proclamación de ese dogma de la Virgen María. Los Obispos españoles hemos querido invitar a todo nuestro Pueblo cristiano a unirse a esta celebración de la Iglesia universal, aceptando con gozo y agradecimiento la indicación del Santo Padre Juan Pablo II al resaltar esta efemérides en su viaje a Lourdes en agosto de este año 2004.

La Inmaculada fue Virgen, la Virgen fue Madre, y la Madre fue Asunta a los cielos en cuerpo y alma. Hay un antes de la Virginidad y un después de la Maternidad, y por eso la Iglesia ha querido exponer dogmáticamente la Inmaculada como antes y la Asunción como después. Estos cuatro momentos representan –por así decir– los puntos fuertes en los que la fe de la Iglesia ha querido fijarse para presentarnos el Mysterium Mariae, el Misterio de María, en torno a los cuales gira toda la fidelidad de María y las gracias que ella recibió como Madre de Cristo y de la Iglesia.

Como ha ocurrido en otros momentos de la historia cristiana para otras verdades de la fe católica, esa comprensión del misterio de María como llena de gracia desde el primer instante de su concepción se desarrolló primero a nivel de la fe del Pueblo cristiano que asistido por el Espíritu de Dios intuye como algo creíble lo que todavía no se explicaba desde la teología ni se había definido desde el Magisterio de la Iglesia. De este modo el pueblo cristiano entiende la Concepción sin mancha de la Virgen María como un momento de gracia que particularmente se le concede a Ella, pero que luego redundará en todos los cristianos que forman parte de la historia que precisamente en María tiene un punto de partida por estricto designio providencial de Dios.

Nosotros, que nos movemos entre la caída continua que provoca la pequeñez de nuestra condición pecadora, y la preservación que nos auxilia evitándonos providencialmente tantas caídas, vemos en María no sólo un referente estático sino una compañía amorosa y materna que nos sostiene en la fidelidad al proyecto de Dios. Vivir a María, es reconocer en el sí de la Virgen un verdadero reclamo para que nuestro sí se abrace al suyo, a fin de que coincida nuestra existencia cotidiana con el ser para el que hemos nacido.

Todos nosotros hemos sido redimidos de la culpa que a María se le evitó por la misma Redención de Cristo, y por eso con ella compartimos la gracia para responder con idéntica fidelidad al plan que para nuestra felicidad quiso el Señor trazar. Ella “antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo” (LG 68). Lo antecede nada más: no lo suple, pero lo enardece cuando se presenta ante nosotros con esa certeza que nos llena de consuelo y de esperanza. “Ella es el comienzo que tiene en sí el anticipo del fin, es el comienzo de un mundo nuevo animado por el Espíritu: es plenitud de amor, superávit de realidad cristiana, nostalgia de paraíso perdido y vuelto a encontrar”.

La Inmaculada Virgen, es la Madre que se nos confió y a la que fuimos confiados al pie de la Cruz. Con María nos dirigimos hacia ese Paraíso al que Ella fue asunta y en donde con su Hijo y todos los santos nos espera para la eternidad. Que Ella nos siga acompañando, sosteniendo a todas nuestras familias, suscitando vocaciones sacerdotales e indicándonos como hiciera en Caná, qué vino les puede faltar a todos los pobres en las bodas de la vida.

Con mi afecto y bendición.

Mons. Jesús Sanz Montes, Obispo de Huesca y Jaca

Fuente: Conferencia Episcopal Española