"Alégrate, llena de gracia" (Lc. 1,28) 

Mons. Javier Salinas Viñals, Obispo de Tortosa

 


12 de diciembre de 2004


Celebramos este año el 150 aniversario de la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción. En la propuesta de un dogma, la Iglesia ejerce la autoridad que Cristo le concedió para interpretar y proponer verdades contenidas en la revelación o vinculadas necesariamente a ella, y obliga al pueblo cristiano a la adhesión de fe. “Los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro”(CEC,nº89). La Iglesia nos dice que la Virgen María, “en razón de los méritos redentores del que sería su Hijo, ha sido preservada de la herencia del pecado original. De esta manera, desde el primer instante de su concepción, es decir de su existencia, es de Cristo, participa de la gracia salvífica y santificante que tiene su inicio en el Amado, el Hijo del Eterno Padre, que mediante la encarnación se ha convertido en su propio Hijo”(RM,10).

¿Y qué consecuencias tiene esto para nuestra vida?. Toda la acción de Dios en la historia tiene un alcance salvador para nosotros, nos abre la posibilidad de una vida nueva. Así, la concepción inmaculada de María nos anuncia la victoria definitiva del amor y la misericordia de Dios en el mundo. Dios se ha mostrado capaz de preservar a una sola de sus criaturas para que fuera la Madre de su Hijo y, así, iniciar el mundo nuevo que con Él nos viene. Dios, más fuerte que el pecado, proclama en María que quiere liberar a los hombres del egoísmo y del miedo. Así, frente al fatalismo del mal, en María resplandece la victoria de la misericordia de Dios; frente a la noche, símbolo de nuestro sufrimiento y de nuestra capacidad de destrucción, María es la aurora que nos trae al Salvador.

A la luz de la Inmaculada podemos descubrir que, a pesar del peso de nuestros pecados, todavía hay futuro para nosotros y, por esto, podemos dar gracias a Dios. La Inmaculada nos revela un camino nuevo en medio de un mundo viejo y marcado por tantas limitaciones e injusticias. Es un hecho que realiza la gran promesa: “María permanece ante Dios, y también ante la humanidad entera, como signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios de la que nos habla San Pablo: “nos ha elegido en Él (Cristo) antes de la fundación del mundo, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos”(Ef.1,4-5), esta elección es más fuerte que toda la experiencia del mal y del pecado, que toda aquella “enemistad”, con la que ha sido marcada la historia del hombre”(RM,11). En esta historia, María sigue siendo una señal de esperanza segura. Por esto, el pueblo cristiano dice a María: “vida y dulzura y esperanza nuestra”.

Mons. Javier Salinas Viñals, Obispo de Tortosa

Fuente: Conferencia Episcopal Española