La Inmaculada Concepción 

Mons. Jaume Pujol Balcells, Arzobispo de Tarragona

 

5 de diciembre de 2004

En breve celebraremos la fiesta de la Inmaculada Concepción. Este año luce con un especial esplendor, porque en ese día se celebrarán que hace 150 años el papa Pío IX proclamó solemnemente que se trata de una verdad revelada por Dios: “Por singular privilegio de Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Jesucristo, la Santísima Virgen Maria fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original, desde el primer momento de su concepción.”

Esta afirmación se fundamenta en las palabras del arcángel Gabriel, que recoge el evangelio de Lucas y que todos los cristianos repetimos innumerables veces, cuando rezamos el avemaría: “Llena eres de gracia”. 

La Iglesia, y todos sus hijos, nos enorgullecemos de Maria. Es una criatura humana, igual que lo somos todos nosotros; pero “ella, siempre libre absolutamente de toda mancha de pecado y toda hermosa y perfecta, ostenta tal plenitud de inocencia y santidad que no se concibe ninguna de más grande después de Dios”. 

La Inmaculada Concepción se la acostumbra a representar pisando con su pie la cabeza de la serpiente que, según el relato bíblico del Génesis, tentó a Eva al inicio de la historia. El tentador no ha tenido nunca ningún poder sobre ella, ni tan solo un instante.

Todo el mundo, más o menos, tiene experiencia de pecado. Todos experimentamos una manera de tensión interior: sentimos el atractivo de la verdad y del bien, de la generosidad, pero también nos vemos a menudo inclinados al engaño y al mal —o a la omisión del bien— para satisfacer nuestros egoísmos. Es una disyuntiva universal que ha desconcertado a los pensadores de todas la culturas y que encuentra la explicación más razonable en la narración bíblica del pecado original. 

Aquel ideal de nobleza y de pureza que nos fascina y no nos resulta fácil de conseguir, lo encontramos en santa Maria, modelo de todas las virtudes. Por eso todos los cristianos dirigimos la mirada a Maria. 

Pienso que, a muchos de nosotros, nos pueden consolar y confortar esas bellas palabras de san Bernardo: “En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en Maria, invoca Maria. Que no se aparte Maria de tu boca. Que no se aleje de tu corazón. Y para alcanzar su ayuda intercesora, no te separes de los ejemplos de su virtud. No te extraviarás si la sigues, no te desesperarás si le rezas, no te perderás si piensas en ella. Si ella te da la mano, no caerás; si te protege, no deberás tener miedo de nada; no te cansarás si es tu guía; llegarás a puerto felizmente si ella te ampara”. 

Mons. Jaume Pujol Balcells, Arzobispo de Tarragona

Fuente: Conferencia Episcopal Española