María fue preparada para ser Madre de Dios

+ Miguel Card. Obando Bravo, Arzobispo Metropolitano de Managua

 


21 de agosto del 2004

Estamos celebrando el ciento cincuenta aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de María. La Inmaculada Concepción significa que la Virgen María estuvo siempre libre de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. O sea, que la gracia de Dios la santificó desde su concepción en el seno de su madre. 

Durante muchos siglos la doctrina de la Inmaculada Concepción fue una opinión que iba, ciertamente, ganando terreno en la Iglesia, pero no se imponía como verdad de fe. En el Concilio de Trento, cuando se redactó el Decreto acerca del pecado original, se dijo expresamente que no se pretendía afirmar que la Virgen lo hubiera contraído, pero no se llegó a definir la Inmaculada Concepción.

En el año 1854, el Papa Pío IX proclamó, finalmente, el dogma de la Inmaculada Concepción, diciendo que la doctrina que afirma que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original, desde el primer instante de su concepción, en virtud de una singular gracia y privilegio de Dios y en consideración a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, es doctrina revelada por Dios y que por lo mismo debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles. Agrega el mismo Papa que quien no se adhiere a esta doctrina, se aparta de la unidad de la Iglesia.

La Inmaculada Concepción de María es, puede decirse, la condición que convenía a la mujer que debía ser favorecida con un don de gracia tan excepcional como es la maternidad divina; la que, andando el tiempo, sería la Madre del Hijo Dios, según su naturaleza humana, debía tener un grado de santidad y de gracia que la colocara a la altura de la situación única que iba ocupar en los designios de Dios. 

Es más que conveniente que aquella que había de engendrar al Verbo de Dios según la naturaleza humana y acogerlo ejemplarmente en la fe, e incluso cooperar con él a la salvación de los hombres, estuviese del todo exenta de pecado”.

LA RAZÓN TEOLÓGICA 

Siglos enteros necesitó la pobre razón humana para hallar el modo de concordar la concepción inmaculada de María con el dogma de la Redención universal de Cristo, que afecta a todos los descendientes de Adán, sin excepción alguna para nadie, ni siquiera para la Madre de Dios. Pero, por fin, se hizo la luz, y la armonía entre los dos dogmas apareció con claridad deslumbradora.

De dos maneras, en efecto, se puede redimir a un cautivo: pagando el precio de su rescate para sacarlo del cautiverio en el que ya ha incurrido (redención liberativa) o pagándolo anticipadamente, impidiéndole con ello caer en el cautiverio (redención preventiva). Esta última es una verdadera y propia redención, más auténtica y profunda todavía que la primera, y ésta es la que se aplicó a la Santísima Virgen María. 

Dios omnipotente, previendo desde toda la eternidad los méritos infinitos de Jesucristo Redentor, rescatando al género humano con su sangre, derramada en la cruz, aceptó anticipadamente el precio de ese rescate y lo aplicó a la Virgen María en forma de redención preventiva, impidiéndole contraer el pecado original, que, como criatura humana descendiendo de Adán por vía de generación natural, debía contraer y hubiese contraído de hecho, sin ese privilegio preservativo. Con lo cual la Virgen María, recibiendo de lleno la redención de Cristo, más que ningún otro redimido, fue a la vez, concebida en gracia, sin la menor sombra del pecado original.

La inmaculada Concepción es un caso de redención anticipada y perfecta, en virtud del valor retroactivo del misterio pascual de Cristo y de máxima aplicación a la madre del Señor.

La inmaculada concepción implica que María “está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados” (LG 53) y ha recibido, en su radical incapacidad de autosalvación, la gracia redentora más poderosa que se puede imaginar.

El Doctor Angélico expone hermosamente la razón teológica de este privilegio de María en la siguiente forma: 

“A los que Dios elige para una misión determinada, les prepara y dispone de suerte que la desempeñen idónea y convenientemente, según aquello de San Pablo: Nos hizo Dios ministros idóneos de la nueva alianza (2 Cor 3,6). 

Ahora bien: la Santísima Virgen María fue elegida por Dios para ser Madre del Verbo encarnado y no puede dudarse de que la hizo por su gracia perfectamente idónea para tan altísima misión”. Ella recibe por adelantado los méritos salvíficos de Cristo.

La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María tiene una llamada para nosotros: nos llama a cuidar la vida y ser artífices de paz.

Nos llama a cuidar la vida

Nos llama para que cuidemos la vida, promovamos la vida, defendamos la vida.
María es verdaderamente la Madre de la Vida, que hace vivir a todos los hombres y mujeres.
Al celebrar el 150 aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción María nos preguntamos si verdaderamente María es reconocida como Madre de la Vida en cada familia nicaragüense. Si nos hemos dejado regenerar de esta vida sobrenatural o nos hemos dejado engañar por el mal. Tristemente contemplamos, decía la Conferencia Episcopal de Nicaragua, los espacios que ocupan las oprobiosas campañas en contra de la vida humana en programas de estudios, en velados programas de salud de la mujer, y en algunos medios de comunicación.

Quiero recordarles que el ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida.

La vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su existencia, también en el inicial que precede al nacimiento. El hombre, en el seno materno pertenece a Dios que lo escruta y conoce todo, que lo forma y lo plasma en sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe y que en él entrevé el adulto de mañana, cuyos días están contados y cuya vocación está escrita en el “el libro de la vida” (cf. Sal 139/138, 1.13-16). 

Debemos ser artífices de paz

Todos podemos ser agentes de paz o de guerra, según vivamos nuestro mundo interior en paz o en guerra. Cuando un hombre vive en la venganza, el orgullo, el odio, 
la ambición, aunque intente sonreír y use cosméticos, su mundo interior se le proyectará hacia fuera y creará ambiente duro, bronco, insolidario, de enfrentamientos. Damos lo que tenemos. Si queremos paz en la convivencia, tenemos que dar paz desde el fondo del yo.

Desde el amor del prójimo inspirado en Dios, es fácil acercarse, dialogar, comprender, ponerse en lugar del otro y sacrificarse por él. Y es esto lo que hacía María inspirándose en el amor de Dios. 

Para arreglar los conflictos hace falta humildad, y María era humilde. En una sociedad donde todos quieren ser reyes, el conflicto se arregla por la fuerza. Por el amor y la humildad, llegaremos a la paz en el hogar, en la fábrica, en la oficina, en la universidad, en los campos de deporte, en el autobús.

Tenemos necesidad de respirar aires de verdad, de autenticidad, de sinceridad, de claridad. Decimos que todo es del color del cristal con que se mira. Y nos hemos dedicado a fabricar cristales para engañarnos unos a otros. Así, tras el color del cristal, ocultamos la verdad.

Usamos medias verdades; se dice parte de la verdad, la que interesa, la otra se calla. Se busca el interés del grupo político, económico o el personal. Es una extorsión de la verdad que ya no resulta verdad, sino la peor de las mentiras. Algunos, confundiendo la autenticidad con las desvergüenza, caen en el cinismo, o si de otros se trata, de sacar los trapos sucios para vender la noticia o desprestigiar.

El lenguaje es para expresar los sentimientos del corazón y para unir. Pero cuando es prisionero de esquemas prefabricados, arrastra a si vez al corazón hacia sus propias pendientes. Hay que actuar, pues, sobre el lenguaje para actuar sobre el corazón e impedir las trampas del lenguaje.

De un corazón conquistado por el valor superior de la paz brotan al contrario el deseo de escuchar y de comprender, el respeto al otro, la dulzura que es fuerza verdadera y la confianza. Este lenguaje sitúa en el camino de la objetividad, de la verdad, de la paz. Grande es en este punto la función educativa de los medios de comunicación social. 

María es una mujer cargada de valores humanos, esos valores que hemos dilapidado y ahora nos duele y quisiéramos recuperar. Entre esos valores está la verdad. María puede ser el espejo donde mirarnos para recuperar la verdad, la autenticidad y la fidelidad. En María todo era auténtico, transparente, verdadero.

Bienaventurada (digamos, como conclusión, acomodando el primer salmo) la Mujer que en su vida no anduvo en consejos de impíos, ni caminó por las sendas de los pecadores, ni sentó en compañía de los malvados.

Antes tuvo en la ley de Yahvé sus complacencias, y en ella meditó durante el día y la noche. Fue como árbol plantado a la vera del arroyo de la gracia, que a su tiempo dio el fruto bendito de su vientre y cuyas hojas de virtud no se marchitaron. La divina emprese en que la puso Dios tuvo el mejor suceso.


El Dialogo 

Que la Santísima Virgen nos ayude a buscar la solución de nuestros problemas a través del diálogo. El diálogo es un modo de ejercitar y cumplir la misión de cada miembro de la sociedad, es un arte de comunicación social. Supone y exige capacidad de comprensión, es un trasvase de pensamientos, es una invitación al ejercicio de las facultades superiores del hombre.

En el diálogo se descubre cuán diversos son los caminos que llevan a la paz y como es posible hacerlos converger hacia ese fin. Aun siendo divergentes, pueden hacerse complementarios descubriendo elementos de verdad en las opiniones ajenas con un verdadero discernimiento.

Hay que promover y defender los ideales comunes; en orden a estos ideales comunes el diálogo es posible. Es necesario hacer propio este principio: poner de relieve, sobre todo, aquello que es común antes de subrayar aquello que divide.

La aceptación mutua es la primera condición para que se dé el diálogo. Debe circular una actitud de escucha, en forma sincera y acogedora de la problemática presentada por cada uno, desde su propio ambiente social. Para quien ama la verdad el diálogo es siempre posible.

+ Miguel Card. Obando Bravo, Arzobispo Metropolitano de Managua