Homilía del Arzobispo de Corrientes, con motivo del 104 Aniversario de la Coronación Pontificia de Ntra. Sra. de Itatí

+Mons. Domimgo S. Castagna, Arzobispo de Corrientes

 

16 de julio de 2004

1.- María de Itatí y el Congreso Eucarístico. Hace un año causaba cierto estremecimiento pensar que este nuevo Aniversario de la Coronación Pontificia de Ntra. Sra. de Itatí precedería, en pocas semanas, a la celebración del Xº Congreso Eucarístico Nacional. Ya estamos en él, en las inmediaciones del “gran acontecimiento de gracia”. Nuestro actual homenaje a María anhela depositar en su regazo materno los esfuerzos de su preparación. Sobre todo queremos disponer nuestros corazones para ser fraternos y hospitalarios con los miles de congresistas y peregrinos que se acercarán a unir su fervor al nuestro. En la oración del Congreso, la Nación entera está repitiendo, con nosotros, la bella invocación correntina: “¡Tierna Madre de Itatí, ruega por nosotros!”. ¡Cuánto se espera de nosotros! ¡Qué débiles y pobres nos sentimos! Teníamos la ilusión de que muchos más hogares se abrirían para albergar a nuestros hermanos compatriotas. No hemos llegado aún a la mitad de las necesidades de alojamiento. Comprobamos que los más pobres se manifiestan más generosos, incluso quienes no comparten la misma profesión religiosa pero que desean expresar su solidaridad y ofrecer sus humildes viviendas a quienes vienen a celebrar su fe católica.

2.- Carácter religioso del Congreso. No dudo que en estas últimas semanas muchos otros decidirán el gesto fraterno de compartir u ofrecer su alojamiento. María de Itatí, que se ha ocupado de atraer a sus hijos al corazón de Jesús Sacramentado, completará la obra de preparación en la concreción de un cambio interior que haga posible la reconciliación y la solidaridad en la amada Nación argentina. La intención del Xº Congreso Eucarístico Nacional, expresada sin medias tintas en la Convocatoria de la 85 Asamblea General de la Conferencia Episcopal Argentina, no se conjuga con las interpretaciones mal intencionadas de algunos personeros de cierta actividad mediática anticatólica que insisten en señalar al Congreso como una “trampa política”. Desde la decisión de celebrarlo, hace más de dos años, se lo ha identificado como de carácter netamente religioso. Así lo expresaron los Obispos en la mencionada Convocatoria: “Deseamos, en estos días, adorar públicamente a Jesucristo, presente en el Sacramento de la Eucaristía. Es nuestro propósito manifestarle nuestro amor, reconocerlo solemnemente como Señor de la historia y rogarle por las necesidades del mundo y de nuestro pueblo. Esperamos, al unirnos a Él en la contemplación y la súplica, experimentar la luz de su sabiduría y el vigor de su gracia, que son fuente de recreación de valores humanos y cristianos en la cultura de nuestro pueblo”.[1]

3.- La presencia de María. Nos hallamos ante el desafío de hacer del Congreso Eucarístico la oportunidad de renovar la vida cristiana y ciudadana de nuestro pueblo. La presencia de María mediante esta venerable advocación de Nuestra Señora de Itatí garantiza el carácter evangelizador del acontecimiento que viviremos y para el cual nos estamos preparando desde hace más de dos años. Ella acompañó a los Apóstoles y a las comunidades por ellos fundadas. Lo sigue haciendo en la sucesión de los siglos con gestos propios, hasta ocasionalmente extraordinarios. Nuestras peregrinaciones a sus Santuarios, cada día más numerosas, acaban en el Misterio de la Eucaristía. Jesucristo es siempre el término anhelado, la meta en la que multitudes de caminantes hallan el descanso, inútilmente intentado por otros caminos. ¿No es acaso éste un mensaje universal? ¿No se resumen en él tantas búsquedas de la verdad y de la justicia? La Eucaristía es Cristo que, en momentos críticos como los actuales, reclama la atención de quienes lo necesitan como Redentor.

4.- Las armas de la fe. El Congreso Eucarístico presenta a Cristo, celebra su gracia exclusiva, la ofrece a los ciudadanos cristianos para que el contacto vivo con su Sacramento revitalice la fe católica de cada uno de ellos. Los efectos de ese admirable encuentro produce cambios incómodos para quienes sostienen posturas ideológicas adversas a la fe cristiana. Es inevitable que se originen combates tácticamente desparejos. La lucha de la fe no tiene otras armas que la mansedumbre y la Verdad, el servicio fraterno que supera las fronteras de los amigos y que se ofrece a los enemigos, que suplica el perdón para los perseguidores y que mantiene el corazón abierto a la reconciliación. Cristo y el Evangelio se identifican, la Palabra es la persona de Jesús, su mensaje es la Verdad irrefutable que no se quiebra ante el odio y la violencia. El cristiano no responde a la agresión injusta con la misma moneda; se apartaría de su Maestro y convertiría el Evangelio en letra muerta. Es cristianamente coherente que el silencio humilde y acogedor suceda al cachetazo en las dos mejillas. Celebramos a Quien ofrece su Cuerpo y Sangre para la vida del mundo. Hacemos presente a Quien la invisibilidad le otorga mayor chance de estar definitivamente entre los hombres ofreciéndose como Redentor.

5.- Silencio y sabiduría evangélica. De ahí la importancia del Xº Congreso Eucarístico Nacional. El bien de todos los hombres lo inspira y orienta. Incluso para quienes no lo entienden y lo combaten. ¿Cuál debe ser nuestra actitud en este marco de situación? Celebrarlo con sencillez de corazón y testimoniar, en el propio comportamiento social, su eficacia regeneradora. María se distingue por su silencio. Es irrefutable su testimonio de la bondad y misericordia del Padre. Basta contemplarla, como los niños a su madre, para enmudecer ante su sabiduría. La historia está colmada de conversiones de hombres y mujeres llegados a María con una carga abrumadora de incredulidad. Algunos son notables, hasta geniales. De alguna manera María se hace encontradiza con ellos e inicia una relación familiar que los conduce, por el camino de la conversión, al encuentro con su Hijo divino. María tiene mucho que ver con la Eucaristía, ofrece a Quien, ya glorificado, readquiere su dimensión histórica en el Sacramento. El Papa Juan Pablo II la llama “Mujer eucarística” por su capacidad única de llevarnos al Misterio de Jesús que se actualiza en el Santísimo Sacramento. 
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[1] CONVOCATORIA al Xº CEN de la CEA, el 31 de mayo del 2003.

Fuente: Arquidiocesis de Corrientes, Argentina