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En
la Fiesta de la Sagrada Familia
+Fernando
Sebastián Aguilar, Arzpo. Pamplona, Obpo. Tudela, España
1999
Una
de las cosas más valoradas en nuestra sociedad es la familia. Así
lo dicen las estadísticas. Luego resulta que esta valoración no es
coherente ni en la vida privada ni en la pública. Así somos de frívolos
y contradictorios. Nos dicen con frecuencia que la fe cristiana y la
Iglesia están alejadas de la vida. Pero lo cierto es que nuestra fe
es la gran aliada y el mejor apoyo de la familia. Jesucristo, el
Hijo de Dios, se hizo hombre, nació, creció y vivió como hijo, en
una verdadera familia. Creemos en el nacimiento virginal de Jesús,
pero esto no quita para que podamos pensar en sus relaciones
filiales con José y María. Jesús vivió y creció en el clima de
amor y confianza de una familia "como Dios manda".
La Iglesia nos invita a considerar esta familia de Jesús como una
familia santa, la Sagrada Familia, santificada por la santidad de
María y de José, santificada sobre todo .por la presencia de Jesús,
el Hijo de Dios. Esta memoria de la Santa Familia de Belén y de
Nazaret puede sugerimos muchas consideraciones. Y la primera podría
ser ésta: la vida humana no es completa si no la vivimos en el seno
de una familia unida por un amor firme y verdadero. Si los hombres
estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, esta semejanza no se
cumple en un individuo aislado, o en una vida dominada por el egoísmo,
sino que se cumple sólo en la vida familiar, donde varias personas
viven unidas en una comunión de amor que sostiene, enriquece y
alegra su vida.
Dios es así, una familia de Personas unidas en un amor inefable que
es el Espíritu Santo. Y esa familia divina es la fuente y el modelo
de nuestra vida y de todo lo que existe. La comunión en el amor es
"el caldo de cultivo" de la vida. Del amor nacemos, en el
amor encontramos la posibilidad de vivir y de crecer, el amor nos
ayuda a descubrir la profundidad de la realidad, el amor nos impulsa
a trabajar y a luchar por los demás, el amor nos llama
constantemente a metas más altas, el amor es la mayor riqueza de
nuestra vida personal.
Este amor que da vida nos tiene que venir de Dios. El Amor primero
es el Espíritu Santo, y de este Amor nos viene la gracia de Dios en
la que vivimos arraigados y de la cual recibimos la fuerza y el
vigor de nuestra vida. Uno de los objetivos más importantes de los
cristianos en el siglo XXI será defender la familia como refugio y
garantía de la humanidad del hombre, amenazada por la manipulación
y explotación de lo humano, programadas científicamente y
camufladas con las apariencias de un falso progresismo.
La defensa de la humanidad del hombre tiene que comenzar en la
defensa de la familia verdadera, fundada en el matrimonio estable y
fiel, construida sobre la base de un amor pleno y definitivo,
entendida como la cuna y el clima indispensable para el nacimiento y
el desarrollo verdaderamente humano de nuevas personas, engendradas
y acogidas en el amor, instaladas en una experiencia amorosa de la
realidad, donde se pueda vivir libremente, sin amenazas, con el gozo
de poder abrirse a los demás y convivir con ellos en nuevos círculos
de amor que se amplían sin fin hasta la vida eterna.
Resulta sorprendente lo remisos que son los gobiernos y los medios
de comunicación más influyentes en esta defensa de la familia como
una de las amenazas más graves contra la dignidad del hombre y el
bienestar profundo de las personas y de la sociedad dentro de muy
pocos años. Se defiende como valor supremo la libertad de los
adultos. Pero muy pocos piensan en el derecho de las nuevas personas
a nacer en un contexto verdaderamente humano y humanizador. ¿Qué
sería una sociedad de hombres y mujeres nacidos aleatoriamente en
vientres de alquiler y crecidos en almacenes de niños sin la
experiencia del amor personalizador de unos padres y unos hermanos?
Esta hipótesis comienza a no ser ciencia ficción.
Tenemos que perder el miedo a los juicios críticos de un
progresismo ignorante e irresponsable. Defender la familia es
defender la humanidad del hombre, la sensibilidad humana de las
nuevas generaciones, el equilibrio afectivo y moral de la sociedad
futura. Desde los primeros pasos de la formación sexual de los
adolescentes se está preparando el comportamiento de los jóvenes
respecto del matrimonio y de la familia. En nombre de una libertad
absoluta como valor último y decisivo se está destruyendo el
respeto a las exigencias objetivas de la humanidad del hombre. Una
liberación sexual mal ,entendida, favorecida por la inhibición de
muchos padres, educadores y legisladores cristianos está alterando
profundamente unas convicciones que están en el fundamento del tono
espiritual de las personas y de la sociedad entera dentro de pocos años.
Navarra no está segura ante estos riesgos.
El Año del Jubileo podría ser ocasión para que hiciéramos una
revisión serena sobre estos puntos tan importantes de nuestra vida
cristiana y humana. Volver a Dios y volver a interpretar la vida
humana a imagen del Dios trinitario, nos ayudará a descubrir y
vivir la familia como un proceso de amor generoso y fiel que nos
purifica, nos humaniza y nos personaliza y nos ayuda a descubrir los
grandes horizontes de la eterna salvación en la comunión amorosa
con Dios. En cambio, la idolatría consumiste nos aparta de Dios y
nos aparta también de nosotros mismos para llevamos hasta el abismo
de la inseguridad radical que termina en el nihilismo y en la
desesperanza.
Fernando Sebastián Aguilar. Arzobispo de Pamplona y Obispo de
Tudela
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