María y el Don de Dios 


+Juan Antonio Reig Pla, Obispo
Diocesis Segorbe-Castellón, España

 

 

 

 

 

3 de mayo de 1998

Aún no hace un mes conmemorábamos la Pasión de Jesucristo en la cruz. Allí, momentos antes de morir, el Señor nos entrega a su Madre como madre nuestra: "Mujer, ahí tienes a tu hijo¼ Ahí tienes a tu madre" (Jn.19,26-27).

Desde ese momento "el discípulo la recibió en su casa" (Id.); y todos los cristianos, durante siglos, hemos aceptado esa maternidad universal de María como el penúltimo gran regalo de Jesús. La solicitud maternal de la Virgen se ha extendido al mundo entero, y la Iglesia, agradecida y necesitada de esa intervención materna, ha desarrollado y multiplicado espontáneamente la devoción mariana por pueblos y países.

El postrer regalo de Cristo no está desligado de éste. Cuenta el evangelista que "inclinando la cabeza, entregó su espíritu" (Jn.19,30). La tradición patrística antigua recoge la interpretación pneumática de estas palabras: Cristo, al morir, nos entregó -como don también del Padre- al Espíritu Santo; que de nuevo enviará el día de Resurrección (cfr. Jn.20,23) y el de Pentecostés (cfr. Hech.2). "En su muerte, da comienzo el envío del Espíritu Santo, como Don entregado en el momento de la partida de Cristo" (Juan Pablo II, Discurso, 1-VIII-90).

Por su origen, pues, y por su finalidad, estos dos inefables regalos de Jesucristo a los hombres permanecen unidos profundamente. "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1 Tim. 2,4) y, para ello, envía su Espíritu que vivifica toda carne (cfr. Gal.6,8; Rom.8,9), "lava lo que está manchado, calienta lo que está frío, endereza lo torcido" (Secuencia de Pentecostés).

Pero, teniendo en cuenta la naturaleza de los hombres, su debilidad, su necesidad de tutela y protección, Jesucristo nos dejará también a su Madre. María, con dulzura y suavidad, sabe encauzar los corazones humanos para hacerlos receptivos al Espíritu. Ella, que fue "llena de gracia" y plenamente fiel a los deseos de Dios, intercede para que el Amor que nos regala la misericordia divina encuentre en nosotros la misma acogida, dócil y sin obstáculos, que encontró en su alma purísima.

El mes de mayo, con las numerosas fiestas marianas que incluye -hoy Nuestra Señora del Lledó-, es ocasión magnifica para que todos los fieles de la diócesis acudamos a la Madre de Dios, pongamos en sus manos nuestras aspiraciones y necesidades, y le pidamos -especialmente este año- el gran regalo de Dios, que es el Espíritu Santo.

Con mi bendición y afecto.