Solemnidad de la Inmaculada Concepción

+ Agustín García-Gasco Vicente, Arzobispo de Valencia, España

 

Homilía en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción

1. Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios; porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo (Antífona de entrada, Liturgia de la solemnidad).

Celebramos la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María.

María fue concebida sin pecado original.

Pero también conmemoramos hoy a María, que resplandece en el cielo, en el centro de la asamblea de los bienaventurados.

En ella no solo no hay mancha: Ella es Tota Pulchra. Llena de gracia y de belleza, orgullo de la humanidad, honor de la Iglesia, bendita entre las mujeres, bienaventurada y felicitada por todas las generaciones.

María, la Madre del Señor, es señalada por la Iglesia como una criatura extraordinaria.

“Redimida de un modo eminente, en atención a los méritos de su Hijo y a Él unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo. Con un don de gracia tan eximia, antecede, con mucho, a todas las criaturas celestiales y terrenas” (Lumen Gentium, 53).

La Iglesia se alegra y desborda de gozo en el Señor porque -en María Inmaculada- se sabe revestida de un traje de gala, envuelta en un manto de triunfo.

En María, descubrimos que el pecado ha sido incapaz de alejarnos de Dios. Más aún, Dios obra con poder para devolvernos nuestro estado original de hijos amados del Padre, capaces de acoger al Verbo por el Espíritu.

2. Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre: ¿Dónde estás? Él contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo y me escondí (Gen 3,9).

El libro del Génesis, narra cómo el ser humano se apartó de la fuente de su propia vida. El rostro del hombre quedó mancillado, perdiendo su inocencia original.

Pero, el Señor, rico en misericordia, no permitió que el hombre quedara abandonado en brazos del pecado y de la muerte.

La promesa de la Salvación arranca, para San Pablo, de una decisión previa al pecado mismo:

“Nos eligió en la Persona de Cristo -antes de crear del mundo- para que fuésemos santos e irreprochables por el amor” (Ef 1,4).

El anuncio del ángel, relatado por San Lucas, revela el alcance de la iniciativa de Dios.

Él nos llama para que se manifieste su gloria en nosotros. El destino de la humanidad es la gloria de Dios, revelado en Jesucristo y recibido en la humanidad por obra del Espíritu Santo.

3. La Liturgia de hoy nos ofrece el contraste entre la opción de Adán, que no escuchó la Palabra de Yahveh, y la opción de María que la acoge incondicionalmente. “Hágase en mi según tu Palabra” (Lc 2,37).

Es el contraste que podemos encontrar en los hombres y mujeres de hoy: los que desoyen por completo la Palabra de Dios y los que la escuchan y la ponen en práctica.

Los primeros viven encerrados en sí mismos, ciegos a la Luz de la Vida. Los segundos viven iluminados por Dios y su historia personal es una alabanza perenne al Señor.

Esta tensión se manifiesta continuamente en la historia humana.

Pero la balanza se decanta por el lado de la gracia. Triunfa la iniciativa salvadora de Dios. Este triunfo queda patente en la fiesta que hoy celebramos.

4. María es una mujer privilegiada. Ella fue la primera en conocer al Dios Encarnado. Su Sí al anuncio del ángel, la llevó a descubrir la Salvación que viene de Dios, engendrada en la humanidad.

María es imagen de la persona que se adhiere sin condiciones al proyecto salvador de Dios. Es modelo de la persona que se fía, que confía, en la fidelidad de la Promesa del Altísimo.

La vocación de María fue engendrar en el seno de la humanidad al Verbo Eterno del Padre.

Y en virtud de esa elección, anterior a la Creación, Dios mismo otorgó la plenitud de su gracia a la que habría de ser portadora de la Luz que salva al mundo.

5. María es el prototipo de la nueva humanidad que escucha la Palabra de Dios y, por la fuerza del Espíritu Santo, la recibe en sus mismas entrañas, la pone en práctica.

La razón de ser de María, el sentido de su vida, es Jesús. La razón de ser de la humanidad, el sentido de nuestra vida, es también “la Persona de Cristo”.

Porque Dios “nos ha destinado en la Persona de Cristo -por pura iniciativa suya- a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya” (Ef 1,5).

El Santo Padre nos recuerda que “María permanece así ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios, de la que habla la Carta paulina.

Esta elección es más fuerte que toda experiencia del mal y del pecado, de toda aquella «enemistad» con la que ha sido marcada la historia del hombre. En esta historia María sigue siendo una señal de esperanza segura” (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 11).

6. Queridos hijos: en este día de fiesta, el Seminario metropolitano venera con piedad y devoción a su Patrona. Saludo con afecto a cada uno de vosotros, queridos seminaristas que os preparáis para la entrega total de vuestra vida a Dios, sirviendo a la Iglesia.

La Virgen es el camino más seguro para llegar a Jesús y pertenecerle totalmente para siempre.

Queridos seminaristas: acoged en vuestra vida a la Virgen santísima como Madre vuestra. Que cada uno de vosotros tenga conciencia de este papel de María, sobre todo durante los valiosos años de la formación mientras os preparáis para ser sacerdotes, es decir, alter Christus, otro Cristo.

En el seminario veneráis a la Inmaculada Concepción como a vuestra Patrona. Os exhorto a ir a menudo a la capilla para visitarla y abrir vuestro corazón: María es aurora luminosa y guía segura de nuestro camino (Novo millennio ineunte, 58).

La esclava del Señor os ayudará a consagrar vuestra vida al servicio del Evangelio, en un camino generoso de santidad. Valencia necesita sacerdotes santos.

Ante nosotros se abre una época fecunda de nueva evangelización que, para tener éxito, exige la valentía de la santidad: dignos ministros del altar y testigos valientes y humildes del Evangelio.

María os enseñará a permanecer junto al Señor. Pidamos hoy a la Virgen que la comunidad del Seminario diocesano sea cada día más conscientemente escuela de oración, donde el encuentro con Cristo se exprese en petición de ayuda, acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha e intensidad de afecto, hasta el arrebato del corazón (cf. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 33).

7. En el marco del Adviento, comprendemos que todo remite al Verbo Encarnado. Y el Verbo todo lo conduce hacia Dios.

Sin embargo, muchas veces, parece que nuestro mundo camina hacia otro lado. Parece que la humanidad tiende más hacia la oscuridad que hacia la luz.

No es la llamada a la Santidad lo que rige las coordenadas internacionales. No parece que sea la Palabra de Dios la que alimenta los corazones. No es la Buena Noticia del Verbo Encarnado la que alienta la expectación de la humanidad.

El antagonismo entre el pecado y la gracia sigue patente en una humanidad herida por el mal y la muerte. Signo de esto es el predominio de la cultura de la violencia sobre la cultura de la solidaridad y la paz.

8. Al recordar a María Inmaculada volvemos la mirada hacia Cristo. Queremos buscar en el Señor el rostro genuino del hombre, para devolverle su inocencia original.

Para lograr esto, es preciso que el Verbo se encarne de modo virginal en lo más íntimo de nuestro ser.

Es urgente que los hombres y mujeres de hoy miren de nuevo a Cristo. Es necesario que reconozcan a su Salvador y le respondan por la fe. Ahí está la solución a la lucha titánica entre el odio y el amor.

Por la fe prevalece el amor. Por el amor se fortalece la esperanza. Por la esperanza se regenera la vida. Y la vida mira a Cristo, porque la Vida viene de Dios.

9. El pasado mes de octubre, el Papa proclamó un año dedicado al Santo Rosario. El motivo fundamental está ahí: en la necesidad de mirar a Cristo, como María.

Dice el Papa: “María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: « Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón » (Lc 2, 19; cf. 2, 51).

Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo” (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 11).

No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado o hecho, sino de comprenderle a Él. Más que comprenderle, recibirle en nuestras entrañas para hacernos uno con El.

Hace falta, según las palabras del Apóstol, «revestirse de Cristo» (cf. Rm 13, 14; Ga 3, 27).

10. María fue revestida de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo, aún antes de que ella misma se diera cuenta. El ser humano ha sido llamado a la bienaventuranza, antes incluso de que existiera humanidad.

La belleza de Cristo narra la belleza del ser humano, llamado a ser causa de bendición para todo el universo. Como dice San Pablo, los que esperamos en Cristo somos alabanza de su gloria (cf. Ef 1,12).

11. Salve, madre soberana del redentor, puerta del cielo siempre abierta, estrella del mar; socorre al pueblo que sucumbe y lucha por levantarse, tú que para asombro de la naturaleza has dado el ser humano a tu creador.

Socorre madre a tu pueblo, intercede por nosotros, para que seamos dignos de alcanzar, en nuestra vida y en nuestras obras, la imagen de tu Hijo. Amen.

8 diciembre 2002 + Agustín García-Gasco Vicente, Arzobispo de Valencia, España