Vigilia de la Inmaculada Concepción

+Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos

 

Catedral - 7 diciembre de 2004
Un año más nos reunimos para celebrar la Vigilia de la Inmaculada. Pero es la primera vez que lo hacemos en la Catedral. No es un capricho, sino un ‘símbolo’, un ‘gesto’. Este año, en efecto, la Vigilia de la Inmaculada tiene un carácter extraordinario: es el primer acto que se celebra en toda España y nosotros, aquí en Burgos, del Año de la Inmaculada, que hemos convocado los obispos para el espacio que va desde esta Vigilia y la Fiesta de mañana, hasta la próxima Vigilia y Fiesta de la Inmaculada de 2005.

Como ya sabéis, desde el pasado mes de octubre estamos celebrando también el Año de la Eucaristía; el cual se prolongará hasta finales de octubre de 2005. Por tanto, los dos Años Especiales: el de Cristo y el de María, van a coincidir en casi todo su recorrido.

Yo os propongo a vosotros un ‘tercer año’, esta vez con carácter local: el Año de los Jóvenes de Burgos. No es un año oficial, sino un itinerario espiritual, para que viváis vosotros el Año de la Eucaristía y el de la Inmaculada.

Este itinerario tiene cuatro etapas: la primera, QUERER VER A JESÚS; la segunda, QUERER SEGUIR A JESÚS; la tercera, SEGUIR DE HECHO A JESÚS; y la última, HACER QUE OTROS QUIERAN VER Y SEGUIR A JESÚS.

La primera etapa: Querer ver a Jesús. En el evangelio hay un personaje que puede servirnos de modelo: Zaqueo. Tenía verdaderas ganas de ver a Jesús. No era un simple ‘me gustaría’, sino un decidido ‘quiero’ verle. Por eso, como era bajito de estatura y la gente le impedía ver, se subió a un árbol, por debajo del cual tenía que pasar Jesús. Y pasó, ciertamente. Pero, como a Jesús nadie le gana en generosidad, no pasó de largo, sino que se detuvo y se puso a hablar con él. Y le dijo: Zaqueo, baja porque quiero hospedarme en tu casa. Zaqueo bajó y dio un gran banquete en honor de Jesús, invitando a sus amigos. Al final, puesto en pie, hizo esta declaración: Señor, la mitad de mis bienes, para los pobres; del resto, si he robado a alguien –cobrándole más impuestos de los que debía– le daré cuatro veces más. Jesús se emocionó y le dijo: Zaqueo, hoy ha entrado la salvación en esta casa. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido.

Nosotros hemos de tener las mismas disposiciones de Zaqueo, sobre todo, la primera: querer ver a Jesús; pero quererlo de verdad.

Para ello, hay que ir a buscarle donde él está: en el Evangelio, en la Eucaristía y en los pobres. En el Evangelio, leyendo a diario algo del texto, y sacando un propósito de vida para aquel día. En la Eucaristía: comulgando con frecuencia –con el alma en gracia– y visitando cada día a Jesús en el Sagrario. En los pobres y necesitados: hay que ser más generosos con los demás, dándoles parte de nuestro tiempo, de nuestras propinas, de nuestro amor.

Segunda etapa: Querer seguir a Jesús. En el evangelio encontramos también un personaje –mejor, dos– que pueden sernos de guía: los apóstoles Juan y Andrés y el joven rico. Los primeros son modelo de lo que debemos hacer; el joven rico, de lo que no debemos hacer.

Andrés y Juan eran discípulos del Bautista. Un día pasó por delante de ellos Jesús, y el Bautista les dijo: “He ahí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”. Ellos le siguieron inmediatamente. Jesús se volvió y les dijo: ¿qué queréis? Ellos contestaron: ¿dónde vives? Que era tanto como decir: queremos charlar contigo. Jesús les contestó: venid y lo veréis. Se fueron y estuvieron con Jesús desde aquella hora –las 4 de la tarde– hasta el anochecer. El deseo de seguir a Jesús fue sincero.

Todo lo contrario que el joven rico: cuando Jesús le dijo que le siguiera, se marchó.

Si nos preguntamos por qué los primeros le siguieron y el otro se marchó nos encontraremos con esta respuesta: los primeros eran generosos; el segundo egoísta; los primeros prefirieron a Jesús antes que a sus cosas; el segundo, prefirió sus tierras y su dinero a Jesús.

¿Quién salió ganando y quién perdiendo? Para seguir a Jesús hay que ser generosos y ‘renunciar’ a nuestras cosas. O lo uno o lo otro; las dos cosas juntas se repelen. ¿Estás dispuesto a seguir a Jesús antes que a tus cosas: tu tiempo, tus diversiones, tu vida? ¿NO?

Tercera etapa: Seguir de hecho a Jesús. También en esta etapa pueden servirnos Juan y Andrés. Ambos volvieron a las faenas de pesca, después de haberse encontrado con Jesús. Pero un día en que Jesús pasó por donde ellos estaban remendando las redes, les dijo: Venid conmigo. El evangelio dice escuetamente: “Ellos, dejando la barca y las redes, le siguieron”, es decir: se fueron a vivir con él y a participar en su misión apostólica. Hoy les veneramos como dos grandes santos. ¿Quién sabe el nombre de alguno de los demás pescadores que estaban con ellos en el muelle de Genesaret? Siempre ocurre lo mismo: el que sigue a Jesús gana infinitamente más que lo que deja.

Cuarta etapa: hacer que otros quieran ver y seguir a Jesús. Juan tenía un amigo: Natanael; Andrés, un hermano: Simón Pedro. Pues bien, cuando se encontraron con Jesús, les faltó tiempo a los dos para hablarles y llevarles hasta Jesús. Luego serían llamados también como apóstoles: Bartolomé y Pedro.

La vida cristiana es una vida de apostolado. Nadie puede ir solo por la vida, sino unido a los demás. La fe se difumina –y hasta se pierde– si no se da a conocer; al contrario, se robustece cuando se la difunde. El mejor modo de seguir con garbo a Jesús es hablar de Jesús a los amigos y hermanos, animarles a seguir a Jesús.