Solemnidad de la Inmaculada Concepción

+Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos

 

Catedral - 8 diciembre de 2004
1. Estamos celebrando la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María. Esta fiesta que en nuestra tierra llamamos “La Purísima” o simplemente “La Inmaculada”, se ha celebrado con un fervor especial por parte del pueblo cristiano de España, en general, y de Burgos, en particular. Así se explica que España sea conocida como “la tierra de la Inmaculada”.

Este tradicional fervor de la celebración de la Inmaculada tiene este año un añadido especial. Hoy, efectivamente, hace 150 años que el santo Pontífice Pío IX pronunció estas memorables palabras: “Proclamamos y definimos que la Bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano” (Bula Ineffabilis Deus). Juan Pablo II, ha querido resaltar esta efeméride peregrinando a Lourdes el pasado 15 de agosto, a pesar de los rigores del verano parisino y los achaques de su precaria salud. Juan Pablo II quiso honrar a la Virgen que, cuando se apareció a Bernardita Soubirous, se presentó como “la Inmaculada Concepción”, confirmando así, cuatro años después, la definición dogmática del Papa.

Los obispos de España también hemos querido conmemorar este año de modo especial, estableciendo que desde hoy hasta el próximo 8 de diciembre de 2005, sea un Año dedicado a honrar a la Inmaculada en todo el territorio nacional. Dentro de él hemos querido destacar una Peregrinación Nacional al Pilar de Zaragoza, durante el mes de mayo, dentro de la cual se realizará la renovación de la Consagración de España al Inmaculado Corazón de María.

Pasadas las fiestas de Navidad, como Pastor de la diócesis daré algunas indicaciones para que este Año se viva en nuestra Iglesia local con un fervor especial.

2. Las lecturas que hemos escuchado justifican todas estas celebraciones. María Inmaculada es, en efecto, el cumplimiento de la promesa que Dios hizo a nuestros primeros padres en el mismo umbral de la humanidad caída. Ella ha triunfado verdaderamente sobre el poder del demonio y ha aplastado su cabeza, pues Satán nunca la poseyó ni mancilló en lo más mínimo. María fue, ciertamente, hija de Adán y por ello necesitada de la redención de Jesucristo. Pero esa redención no fue para librarla del pecado original –que todos contraemos en el instante de ser engendrados–, sino para librarla de contraerlo. Fue, sí, redimida; pero los méritos de su Hijo le preservaron de toda mancha de culpa original.

¿Cómo podía ser de otra manera, si Ella estaba destinada a ser la Madre de Dios y el Sagrario viviente del Verbo Encarnado? ¿Cómo Dios podía permitir que el demonio manchara y violara esa morada? ¿Cómo podía estar manchada la que iba a ser imagen de la Iglesia, limpia y sin mancilla? ¿No tenía que ser toda santa, la que iba a albergar en su seno a la Santidad misma y al autor de toda santidad? ¡Qué bien lo entiende la liturgia de la Iglesia, cuando pone en nuestros labios estas alabanzas: ¡Purísima había de ser, Señor, la que en la plenitud de la gracia fuese digna morada de tu Hijo, Purísima la que es comienzo e imagen de la Iglesia, Esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura; Purísima, la Virgen que nos diera al Cordero que quita el pecado del mundo; Purísima, la que entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad! (cf. Prefacio de la Misa del día).

María Inmaculada es la imagen más perfecta de la nueva criatura de la que nos hablaba san Pablo en el himno de la segunda lectura y la “llena de gracia”, como la saludó el ángel de parte del mismo Dios.

Ante tal maravilla, hemos hecho bien en proclamar en el salmo responsorial: “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas”. Y también cuando hemos apostrofado a María con las palabras del aleluya: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita Tú entre las mujeres”.

3. María Inmaculada ha sido la primera, pero no la única redimida. Todos los hombres hemos sido alcanzados por la gracia redentora de Jesucristo, la cual nos ha librado del pecado original y recolocado en aquella primigenia situación de la que nos privaron nuestros primeros padres. Más aún, en cierto modo hemos sido elevados a una categoría superior, pues si admirable fue nuestra primera creación más admirable aún ha sido nuestra re-creación. Es verdad que mientras peregrinamos por este mundo todavía no hemos vencido del todo al demonio; más aún, él sale tantas veces triunfador en la lucha que nos declara a través de nuestra naturaleza caída, de nuestras recaídas y de los malos ejemplos de las personas con quienes convivimos. Pero la Inmaculada es la garantía de que un día también nosotros seremos definitivamente vencedores del demonio. Lo que en Ella ya ha tenido lugar, se realizará también en la Iglesia. Lo que ha acontecido en el miembro más eminente, acontecerá también en los demás miembros. Ella nos precede en la victoria, como la aurora precede con su alborada la luz del día.

4. Pero esta victoria no tiene el sentido de la fatalidad. Requiere nuestra libre cooperación. Seremos vencedores del demonio, si realmente queremos vencerle. Y si ponemos los medios necesarios para ello. La batalla que anunciaba la primera lectura continúa, y continuará hasta el fin de los tiempos. El demonio sigue haciendo la guerra a la descendencia de la mujer. Ha sido derrotado por Cristo, pero él trata de derrotarle en sus seguidores, los cristianos. Vosotros y yo no somos espectadores de esta guerra. Somos actores. Estamos plenamente implicados. Así ha sido y así será siempre, mientras vivamos en la tierra.

Por eso, no debe extrañarnos que aquí y ahora los discípulos de Jesucristo nos veamos acosados por el laicismo y el secularismo, incluso militante y fundamentalista. Ni que traten de arrinconarnos y privarnos de influir en la vida social y defender unas concepciones de la persona humana, del mundo y de la historia que no sean ateas y materialistas, sino transcendentes. Sería triste que nosotros abdicáramos de nuestras creencias por miedo, falsos respetos o tolerancias relativistas. No impondremos a nadie nuestras creencias, pero exigiremos que nadie nos imponga las suyas, incluida su increencia y su ateísmo. Hemos de saber exigir a todas las instancias, incluidas las del Estado, que respeten el derecho de libertad religiosa. Además, en los grandes temas de la vida, la dignidad de toda persona humana, la naturaleza del matrimonio, el respeto a toda fe religiosa y tantas otras, nuestras creencias coinciden con las de cualquier persona honrada y limpia.

5. Terminemos mirando a la Inmaculada, para contemplarla triunfadora del demonio y del mal. Ella es nuestra esperanza y la mejor garantía de nuestra victoria. Ella ya nos ha precedido en el Cielo, una vez concluida su peregrinación por la tierra. Desde allí cuida por nosotros, sus hijos, nos da la mano para que no caigamos en el camino y para que nos levantemos siempre. ¡Que nosotros cojamos siempre esa mano materna y salvadora!