Solemnidad de la Asunción de la Virgen María - Lourdes

SS. Juan Pablo II

 

Angelus, 15 de agosto de 2004

1. Al concluir esta solemne liturgia, deseo dirigir un saludo particular a todas las personas que participan en la Peregrinación nacional francesa, guiada por la "Familia de la Asunción". 

Saludo en especial a los jóvenes, que en Lourdes se sienten como en su casa, y que ponen generosamente sus fuerzas al servicio de los hermanos enfermos, como asistentes. Recuerdo con emoción los encuentros que he celebrado en Francia con los jóvenes: el primero en el parque de los Príncipes, de París; luego en Lyon, en Estrasburgo y, por último, de nuevo en París con ocasión de la Jornada mundial de la juventud. Estos encuentros han sido para mí signo de una gran esperanza, que hoy quiero compartir con vosotros, queridos jóvenes amigos. Seguid el ejemplo de María e infundiréis en el mundo una ráfaga de optimismo, anunciando a todos la "buena nueva" del reino de Cristo. 

2. En la gruta de Massabielle, la Virgen santísima salió al encuentro de Bernardita, revelándose como la llena de la gracia de Dios, y le pidió hacer penitencia y oración. Le indicó una fuente de agua y la invitó a beber de ella. Esta agua, que brota siempre fresca, ha llegado a ser uno de los símbolos de Lourdes: símbolo de la vida nueva, que Cristo da a los que se convierten a él. 

Sí; el cristianismo es fuente de vida, y María es la primera guardiana de esta fuente. La indica a todos, pidiéndoles que renuncien al orgullo, que sean humildes, para obtener la misericordia de su Hijo y colaborar así a la instauración de la civilización del amor. 

3. Recordando el misterio de la encarnación del Verbo de Dios, nos dirigimos ahora a la santísima Virgen María e invocamos su protección para cada uno de nosotros, para la Iglesia y para el mundo.