Solemnidad de Santa María Madre de Dios

SS. Juan Pablo II

 

Angelus, 1 de enero de 2002 

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. ¡Feliz año nuevo para todos! Nos intercambiamos esta felicitación, al inicio del año 2002, bajo la mirada y la bendición de María santísima, a quien hoy veneramos como Madre de Dios. Un deseo de serenidad y de paz en esta Jornada mundial de la paz, que se renueva todos los años desde que, en 1968, la instituyó mi venerado predecesor, el siervo de Dios Pablo VI. Para construir la civilización del amor, la humanidad necesita la paz. Por desgracia, en este período de la historia, preocupaciones y dificultades obstaculizan este camino. Sin embargo, no se puede ni se debe abandonar. A las fuerzas negativas, guiadas por intereses perversos, que tienden a convertir el mundo en un escenario de guerra, hay que responder con la lógica de la justicia y del amor.

2. En este marco se sitúa el Mensaje para esta Jornada de la paz, en el que quise reafirmar que "No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón". En efecto, sólo es posible restablecer plenamente el orden quebrantado conjugando entre sí justicia y perdón.

Exhorto, en particular, a los hombres y a las mujeres que conocieron durante el siglo pasado las funestas guerras mundiales. Me dirijo a los jóvenes que, afortunadamente para ellos, no vivieron esos conflictos. A todos digo: debemos oponernos juntos con firmeza a la tentación del odio y de la violencia, que sólo dan la impresión de resolver los conflictos, pero que causan pérdidas reales y permanentes. Por el contrario, el perdón, que podría parecer debilidad, supone una gran fuerza espiritual y asegura ventajas a largo plazo.

El perdón, oponiéndose al instinto de responder al mal con el mal, es una actitud que, especialmente para los cristianos, tiene profundas motivaciones religiosas, pero se funda también en bases racionales. En efecto, para todos, tanto creyentes como no creyentes, vale la regla de comportarnos con los demás como queremos que los demás se comporten con nosotros. Este principio ético, aplicado a nivel social e internacional, constituye un camino real para construir un mundo más justo y solidario.

3. En un mundo globalizado, donde las amenazas contra la justicia y la paz perjudican en gran medida a los más débiles, urge una movilización global de las conciencias. El gran jubileo del año 2000 ha puesto las bases para ello: no hay que desanimarse ante las pruebas de la historia, sino perseverar en el compromiso de orientar en la dirección correcta las opciones personales, familiares y sociales, así como las grandes líneas del desarrollo nacional e internacional.

Nos dirigimos a la celestial Madre de Dios, a fin de que obtenga para el mundo la paz de Cristo. A ella le encomendamos con confianza la Iglesia y toda la humanidad, en la aurora de este nuevo año.