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La
Virgen María y la Puerta Santa
SS.
Juan Pablo II
Ángelus,
19 de diciembre de 1999
Amadísimos
hermanos y hermanas:
1. Este domingo nos introduce en la última semana de Adviento:
el próximo sábado será Navidad, y antes de la solemne misa de
Nochebuena se abrirá la Puerta santa, que nos introducirá en el gran
jubileo bimilenario del nacimiento de Cristo.
Las luces de las calles recuerdan el aspecto más exterior de esta
fiesta que, aunque en sí mismo no es negativo, puede apartar del auténtico
espíritu de la Navidad. En efecto, si la Navidad se ha convertido con
razón en la fiesta de los regalos, es porque celebra el don por
excelencia que Dios hizo a la humanidad en la persona de Jesús. Pero es
necesario que esta tradición se viva en sintonía con el sentido del
acontecimiento, con estilo sencillo y sobrio.
Este año, de modo particular, la Iglesia invita a prepararse para esta
solemnidad con gozoso compromiso espiritual: con la oración, con
un profundo examen de conciencia que culmine en el sacramento de
la reconciliación, y con gestos de caridad hacia el prójimo,
especialmente hacia los hermanos necesitados.
2. El evangelio de este domingo presenta a la Virgen María en el
momento de acoger el anuncio del nacimiento del Mesías. Su actitud es
para todo cristiano y para todo hombre de buena voluntad modelo de cómo
hay que prepararse para la Navidad y para el gran jubileo. Es la actitud
de fe, que consiste en escuchar la palabra de Dios para aceptarla
con plena disponibilidad de mente y de corazón.
La Madre de Cristo nos enseña a reconocer el tiempo de Dios, el
momento favorable en el que él pasa por nuestra vida y nos pide una
respuesta pronta y generosa. El misterio de la Noche santa, que aconteció
históricamente hace dos mil años, se actúa, como evento espiritual,
en el hoy de la liturgia. El Verbo, que encontró morada en el
seno de María, viene a llamar al corazón de todo hombre con singular
intensidad en la próxima Navidad.
3. Al abrir la Puerta santa, la Iglesia expresa simbólicamente que
Dios ha abierto a todos el camino de la salvación. Cada uno debe responder,
como María, con un "sí" personal y sincero, abriendo a
su vez el espacio de su propia existencia al amor de Dios.
En la Navidad, "viene al mundo la luz verdadera que ilumina a
todo hombre" (cf. Jn 1, 9); y el Año santo 2000 tiene por
finalidad irradiar esta luz a todas las personas y a todas las
situaciones. Que el ejemplo y la intercesión de María santísima nos
ayuden a acoger al Salvador, para recibir plenamente el don auténtico
de su Navidad.
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