Natividad
de la Santísima Virgen
SS.
Juan Pablo II
Ángelus. Eschen-Mauren. Liechtenstein
Domingo 8 de septiembre de 1985
Viaje Pastoral a Liechtenstein
Queridos
hermanos y hermanas:
Al
recitar ahora el "Angelus Domini", unidos con tantos fieles en
todo el mundo, esta oración mariana adquiere, en esta jornada, un
significado particular. El 8 de septiembre es, en el calendario litúrgico
de la Iglesia, la fiesta de la Natividad de María, que cae
precisamente nueve meses después de la solemnidad de la Inmaculada
Concepción de la Madre de Dios, 8 de diciembre. Al determinar estos dos
días de fiesta, la Iglesia ha tenido en cuenta el tiempo natural de una
gravidez humana. De este modo se veneran y santifican de modo particular
estos nueve meses del desarrollo del hombre en el cuerpo de la madre.
La
vida humana que comienza en el seno materno, y que la potencia
creadora de Dios hace florecer en la misteriosa colaboración con la
fuerza donadora de vida del hombre y de la mujer, es desde el primer
momento de la concepción, un bien que tiene derecho a una protección
particular. También la madre misma, que lleva bajo su corazón
al niño que nace y se desarrolla, merece en gran medida respeto,
veneración y estima. Yo pido este día de la fiesta del nacimiento de
María que el niño que se forma en el cuerpo de la madre sea reconocido
un hombre a todos los efectos y que a la futura madre se le tenga
respeto y consideración con amor y sensibilidad.
¡Decid
sí a la vida humana en todas sus fases! Con razón os esforzáis
por la protección del ambiente, de las plantas y de los animales. ¡Decid
sí a la vida humana con mayor convicción aún, a esa vida que
en la jerarquía de la creación se halla en el primer lugar entre todas
las realidades creadas en el mundo visible. Salvad al hombre que todavía
no ha nacido de la amenaza del hombre nacido que se arroga el derecho de
tocar y destruir la vida de un niño en el seno materno.
La
gran alegría que como fieles experimentamos por el nacimiento
de la Madre de Dios y que hoy manifestamos solemnemente, comporta, a
la vez, para todos nosotros una gran exigencia: debemos sentirnos
felices por principio cuando en el seno de una madre se forma un niño y
cuando luego ve la luz del mundo. Incluso cuando el recién nacido exige
dificultades, renuncias, limitaciones y gravámenes, deberá ser acogido
siempre y sentirse protegido por el amor de sus padres. El hombre
responsable y sobre todo el fiel estará en disposición de encontrar
―incluso con la ayuda de los otros― una solución digna del
hombre también en situaciones difíciles. Él mismo madurará superando
estos problemas y logrará una visión más clara del valor y dignidad,
del sentido y la finalidad de la vida humana.
María,
la aurora de la salvación que nos ha dado a luz a Cristo, el Sol de
justicia, consiga para vosotros, por medio de su esplendor materno, esta
clara visión de la que tanta necesidad tiene el hombre en el mundo
actual. La fiesta de su nacimiento es para nosotros una fiesta de la
vida.
Confiados
en su intercesión, recemos ahora la plegaria a María: Angelus
Domini nuntiavit Mariae...
Fuente:
vatican.va
|