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Solemnidad de la Inmaculada Concepción
SS.
Benedicto XVI
Angelus.
Viernes 8 de diciembre de 2006
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy celebramos una de las fiestas de la santísima Virgen más bellas y
populares: la Inmaculada Concepción. María no sólo no cometió pecado
alguno, sino que fue preservada incluso de la herencia común del género
humano que es la culpa original, por la misión a la que Dios la destinó
desde siempre: ser la Madre del Redentor.
Todo esto está contenido en la verdad de fe de la "Inmaculada
Concepción". El fundamento bíblico de este dogma se encuentra en las
palabras que el ángel dirigió a la joven de Nazaret: "Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28). "Llena de gracia" —en el
original griego kecharitoméne— es el nombre más hermoso de María, un
nombre que le dio Dios mismo para indicar que desde siempre y para
siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más
precioso, Jesús, "el amor encarnado de Dios" (Deus caritas est, 12).
Podemos preguntarnos: ¿por qué entre todas las mujeres Dios escogió
precisamente a María de Nazaret? La respuesta está oculta en el misterio
insondable de la voluntad divina. Sin embargo, hay un motivo que el
Evangelio pone de relieve: su humildad. Lo subraya bien Dante Alighieri
en el último canto del "Paraíso": "Virgen Madre, hija de tu Hijo, la más
humilde y más alta de todas las criaturas, término fijo del designio
eterno" (Paraíso XXXIII, 1-3). Lo dice la Virgen misma en el Magníficat,
su cántico de alabanza: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, (...)
porque ha mirado la humildad de su esclava" (Lc 1, 46. 48). Sí, Dios
quedó prendado de la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos
(cf. Lc 1, 30). Así llegó a ser la Madre de Dios, imagen y modelo de la
Iglesia, elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Señor y
difundirla a toda la familia humana.
Esta "bendición" es Jesucristo. Él es la fuente de la gracia, de la que
María quedó llena desde el primer instante de su existencia. Acogió con
fe a Jesús y con amor lo donó al mundo. Esta es también nuestra vocación
y nuestra misión, la vocación y la misión de la Iglesia: acoger a Cristo
en nuestra vida y donarlo al mundo "para que el mundo se salve por él"
(Jn 3, 17).
Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de la Inmaculada ilumina como un
faro el período de Adviento, que es un tiempo de vigilante y confiada
espera del Salvador. Mientras salimos al encuentro de Dios que viene,
miramos a María que "brilla como signo de esperanza segura y de consuelo
para el pueblo de Dios en camino" (Lumen gentium, 68). Con esta certeza
os invito a uniros a mí cuando, por la tarde, renueve en la plaza de
España el tradicional homenaje a esta dulce Madre por gracia y de la
gracia. A ella nos dirigimos ahora con la oración que recuerda el
anuncio del ángel.
Fuente:
vatican.va
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