La nueva Encíclica "Redemptoris Mater"
SS.
Juan Pablo II
Audiencia
general
Miércoles.
25 de marzo de 1987
1.
La solemnidad de la Anunciación del Señor, que celebramos hoy, dirige
nuestro pensamiento a la casa de Nazaret y nos sumerge en el silencioso
estupor que solemos sentir cuando contemplamos idealmente el rayo de la luz
del Espíritu Santo que inundó con su poder a la Virgen "llena de
gracia".
Es
éste el acontecimiento misterioso que esperaba toda la historia y hacia el
cual ha seguido y seguirá convergiendo desde entonces, con renovada
admiración, la historia posterior.
Con
aquella unión extraordinaria entre cielo y tierra, que tuvo como
protagonistas -del mundo creado- al Ángel y a la humilde Jovencita del
pueblo de Israel, el curso de los siglos desembocó en la "plenitud de
los tiempos", sancionó el momento arcano en que el Hijo de Dios vino a
habitar entre nosotros (Jn 1, 14). Este admirable acontecimiento fue
posible gracias a María, Madre del Redentor. Sin su "Sí" a la
iniciativa de Dios, Cristo no habría nacido.
2.
En el clima espiritual del misterio de la Anunciación y en la misma fecha
de su celebración litúrgica he situado la Encíclica dedicada a la Virgen
María, que había anunciado el primero de enero y que se publica hoy en la
perspectiva del Año Mariano.
La
he pensado desde hace tiempo. La he cultivado largamente en el corazón.
Ahora agradezco al Señor que me haya concedido ofrecer este servicio a los
hijos e hijas de la Iglesia, correspondiendo a expectativas, de las que me
habían llegado ciertos signos.
3.
Esta Encíclica es básicamente una "meditación" sobre la
revelación del misterio de salvación, que fue comunicado a María en los
albores de la redención y en el cual fue llamada a participar y a colaborar
de modo excepcional y extraordinario.
Es
una meditación que evoca y, en algunos aspectos, profundiza el magisterio
conciliar y, en concreto el capítulo octavo de la Constitución dogmática Lumen
gentium sobre la "Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios,
en el misterio de Cristo y de la Iglesia".
Sabéis,
queridos hermanos y hermanas, que se trata del capítulo que corona el
documento fundamental del Vaticano II; un texto especialmente significativo,
pues ningún Concilio Ecuménico anterior había presentado una síntesis
tan amplia de la doctrina católica sobre el lugar que ocupa María Santísima
en el misterio de Cristo y de la Iglesia.
Las
reflexiones que nacen del mismo se alargan a todo el horizonte bíblico,
desde sus comienzos hasta las simbólicas visiones del Apocalipsis, cargadas
de misterio, sobre el mundo futuro. En ese horizonte aparece repetidamente,
en las etapas y en el mensaje de la salvación, la figura de una
"mujer", que asume contornos precisos en María de Nazaret cuando
suena la hora de la redención. La Encíclica se llama, en efecto Redemptoris
Mater, titulo emblemático que indica ya de por sí su orientación
doctrinal y pastoral hacia Cristo.
4.
La índole cristológica del discurso desarrollado en la Encíclica se funde
con la dimensión eclesial y con la mariológica. La Iglesia es el Cuerpo de
Cristo que se extiende místicamente a través de los siglos (cf. 1 Cor 12,
27). Y María de Nazaret es la Madre de ese Cuerpo. Madre de la Iglesia.
Por
esta razón, la Iglesia "mira" a María a través de Jesús, lo
mismo que "mira" a Jesús a través de María (cf. Redemptoris
Mater, 26). Esta reciprocidad nos permite profundizar
incesantemente, junto con el patrimonio de las verdades creídas, en la órbita
de la "obediencia de la fe", que marca los pasos de esa criatura
excelsa desde la casa de Nazaret a Ain-Karim, en el templo, en Caná, en el
Calvario; y posteriormente, entre los muros del Cenáculo, en la espera
orante del Espíritu Santo. María "avanzó en la peregrinación de la
fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz" (Lumen
gentium, 58).
Sierva
del Señor, Madre, discípula, María es modelo, guía y sostén en el
camino del Pueblo de Dios sobre todo en las etapas más relevantes.
Ante
nosotros aparece ahora la conmemoración bimilenaria del nacimiento de
Cristo, que se acerca a pasos agigantados. Se trata de un acontecimiento
que, más allá del aspecto conmemorativo, debe ser vivido en su realidad
permanente de "plenitud de los tiempos". Por ello es necesario
disponer nuestras mentes y nuestros corazones. Y la peregrinación de fe, síntesis
de la experiencia vivida por la Virgen María, abre un camino que, en el
transcurso del Año Mariano, la Iglesia recorrerá a la luz del "Magníficat":
el himno profético, que hacen propio todos los hombres y mujeres que se
sienten auténticamente Iglesia, y por ello perciben en toda su amplitud los
imperativos de los "tiempos nuevos".
5.
La Encíclica expresa el aliento que emana de la universalidad de la redención
realizada por Cristo y de la universalidad de la maternidad de la Virgen María.
Dirigida
a los fieles de la Iglesia católica, convocados para celebrar el Año
Mariano, la Encíclica presta su voz a la profunda aspiración de la unidad
de todos los cristianos, codificada por el Concilio Vaticano II y expresada
mediante el diálogo ecuménico. Se hace además eco de la alegría y el
consuelo manifestados por el Concilio al constatar que "también entre
los hermanos desunidos no faltan quienes tributan el debido honor a la Madre
del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que concurren con
impulso ferviente y ánimo devoto al culto de la siempre Virgen Madre de
Dios" (Lumen
gentium, 69).
En
este orden de ideas he deseado recordar también el milenario del bautismo
de San Vladimiro de Kiev, ocurrido el año 988, con el cual comenzó la
expansión del cristianismo entre los pueblos de la antigua Rusia, extendiéndose
luego a otros territorios de la Europa Oriental hasta el Norte de Asia. Toda
la Iglesia es invitada a unirse por la oración a todos los ortodoxos y católicos
que celebran esta efemérides.
6.
El horizonte de la Redemptoris
Mater, al tocar la dimensión cósmica del misterio de la redención,
se abre a todo el género humano, por la solidaridad con que la Iglesia se
halla vinculada a los hombres, con quienes comparte el camino terreno,
consciente de los formidables problemas que agitan las raíces de la
civilización en la frontera entre los dos milenios, con esa perenne tensión
entre el "caer" y el "resurgir" del hombre. La Encíclica
asume los grandes anhelos que atraviesan actualmente la conciencia del
mundo: individuos, familias y naciones.
A
la Santa Madre del Redentor encomiendo con afecto esta Encíclica, mientras
deseo que las celebraciones promovidas por las Iglesias particulares durante
el Año Mariano encuentren en ella inspiración para un fuerte incremento de
la vida cristiana, sobre todo mediante la participación en los Sacramentos
de la Penitencia y de la Eucaristía. Son éstas las fuentes de las que se
debe sacar la energía necesaria para realizar la propia misión en la
Iglesia y en el mundo, según el imperativo que la Virgen repite también en
esta fase de la historia: "Haced lo que Él (Cristo) os diga" (Jn
2, 5).
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