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Jesús, concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de María Virgen
SS.
Juan Pablo II
Audiencia
general
Miércoles.
28 de enero de 1987
1.
En el encuentro anterior centramos nuestra reflexión en el nombre “Jesús”,
que significa “Salvador”. Este mismo Jesús, que vivió treinta años en
Nazaret, en Galilea, es el Hijo Eterno de Dios, “concebido por obra del
Espíritu Santo y nacido de María Virgen”. Lo proclaman los Símbolos
de la Fe, el Símbolo de los Apóstoles y el niceno-constantinopolitano; lo
han enseñado los Padres de la Iglesia y los Concilios, según los cuales,
Jesucristo, Hijo eterno de Dios, es “ex substantia matris in saeculo natus”
(cf. Símbolo Quicumque, DS 76). La Iglesia, pues, profesa y proclama
que Jesucristo fue concebido y nació de una hija de Adán, descendiente de
Abraham y de David, la Virgen María. El Evangelio según Lucas precisa que María
concibió al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, “sin conocer
varón” (cf. Lc 1, 34 y Mt 1, 18. 24-25). María era, pues, virgen
antes del nacimiento de Jesús y permaneció virgen en el momento del parto
y después del parto. Es la verdad que presentan los textos del Nuevo
Testamento y que expresaron tanto el V Concilio Ecuménico, celebrado en
Constantinopla el año 553, que habla de María “siempre Virgen”,
como el Concilio Lateranense, el año 649, que enseña que “la Madre de
Dios... María... concibió (a su Hijo) por obra del Espíritu Santo sin
intervención de varón y que lo engendró incorruptiblemente, permaneciendo
inviolada su virginidad también después del parto” (DS 503).
2.
Esta fe esta presente en la enseñanza de los Apóstoles. Leemos por
ejemplo en la Carta a de San Pablo a los Gálatas: “Al llegar la plenitud
de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer... para que recibiéramos
la adopción” (Gál 4, 4-5). Los acontecimientos unidos a la
concepción y al nacimiento de Jesús están contenidos en los primeros capítulos
de Mateo y de Lucas, llamados comúnmente “el Evangelio de la infancia”,
y es sobre todo a ellos a los que hay que hacer referencia.
3.
Especialmente conocido es el texto de Lucas, porque se lee frecuentemente en
la liturgia eucarística, y se utiliza en la oración del Ángelus. El
fragmento del Evangelio de Lucas describe la anunciación a María,
que sucedió seis meses después del anuncio del nacimiento de Juan Bautista
(cf. Lc 1, 5-25). “ fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios
a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón
de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc
1, 26). El ángel la saludó con las palabras “Ave María”, que se han
hecho oración de la Iglesia (la “salutatio angelica”). El saludo
provoca turbación en María: “Ella se turbó al oír estas palabras y
discurría qué podría significar aquella salutación. El ángel le dijo:
No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás
en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.
Él será grande y llamado Hijo del Altísimo... Dijo María al ángel: ¿Cómo
podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó y
dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te
cubrirá con su sombra, y por eso el hijo engendrado será santo, será
llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 29-35). El ángel anunciador,
presentando como un “signo” la inesperada maternidad de Isabel, pariente
de María, que ha concebido un hijo en su vejez, añade: “Nada hay
imposible para Dios”. Entonces dijo María: “He aquí a la sierva del Señor;
hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 37-38).
4.
Este texto del Evangelio de Lucas constituye la base de la enseñanza de la
Iglesia sobre la maternidad y la virginidad de María, de la que nació
Cristo, hecho hombre por obra del Espíritu. El primer momento del misterio
de la Encarnación del Hijo de Dios se identifica con la concepción
prodigiosa sucedida por obra del Espíritu Santo en el instante en que María
pronunció su “sí”: “Hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,
38).
5.
El Evangelio según Mateo completa la narración de Lucas
describiendo algunas circunstancias que precedieron al nacimiento de Jesús.
Leemos: “La concepción de Jesucristo fue así: Estando desposada María,
su Madre, con José, antes de que conviviesen se halló haber
concebido María del Espíritu Santo. José, su esposo, siendo justo, no
quiso denunciarla y resolvió repudiarla en secreto. Mientras reflexionaba
sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del Señor y
le dijo: José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu
esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará
a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su
pueblo de sus pecados” (Mt 1, 18-21 ).
6.
Como se ve, ambos textos del “Evangelio de la infancia” concuerdan en
la constatación fundamental: Jesús fue concebido por obra del Espíritu
Santo y nació de María Virgen; y son entre sí complementarios en
el esclarecimiento de las circunstancias de este acontecimiento
extraordinario: Lucas respecto a María, Mateo respecto a José.
Para
identificar la fuente de la que deriva el Evangelio de la infancia,
hay que referirse a la frase de San Lucas: “María guardaba todo esto
y lo meditaba en su corazón” (Lc 2, 19). Lucas lo dice dos veces:
después de marchar los pastores de Belén y después del encuentro de Jesús
en el templo (cf. 2, 51). El Evangelista mismo nos ofrece los elementos para
identificar en la Madre de Jesús una de las fuentes de información
utilizadas por él para escribir el “Evangelio de la infancia”. María,
que “guardó todo esto en su corazón” (cf. Lc 2, 19), pudo dar
testimonio, después de la muerte y resurrección de Cristo, de lo que se
referí la propia persona y a la función de Madre precisamente en el período
apostólico, en el que nacieron los textos del Nuevo Testamento y tuvo
origen la primera tradición cristiana.
7.
El testimonio evangélico de la concepción virginal de Jesús por
parte de María es de gran relevancia teológica. Pues constituye un signo
especial del origen divino del Hijo de María. El que Jesús no tenga
un padre terreno porque ha sido engendrado “sin intervención de varón”,
pone de relieve la verdad de que Él es el Hijo de Dios, de modo que cuando
asume la naturaleza humana, su Padre continúa siendo exclusivamente Dios.
8.
La revelación de la intervención del Espíritu Santo en la concepción
de Jesús, indica el comienzo en la historia del hombre de la
nueva generación espiritual que tiene un carácter estrictamente
sobrenatural (cf. 1 Cor 15, 45-49). De este modo Dios Uno y Trino
“se comunica” a la criatura mediante el Espíritu Santo. Es el misterio
al que se pueden aplicar las palabras del Salmo: “Envía tu Espíritu, y
serán creados, y renovarás la faz de la tierra” (Sal 103/104,
30). En la economía de esa comunicación de Sí mismo que Dios hace a la
criatura, la concepción virginal de Jesús, que sucedió por obra del Espíritu
Santo, es un acontecimiento central y culminante. Él inicia la
“nueva creación”. Dios entra así en un modo decisivo en la
historia para actuar el destino sobrenatural del hombre, o sea, la
predestinación de todas las cosas en Cristo. Es la expresión
definitiva del Amor salvífico de Dios al hombre, del que hemos
hablado en las catequesis sobre la Providencia.
9.
En la actuación del plan de la salvación hay siempre una participación de
la criatura. Así en la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo María
participa de forma decisiva. Iluminada interiormente por el
mensaje del ángel sobre su vocación de Madre y sobre la conservación de
su virginidad, María expresa su voluntad y consentimiento y acepta
hacerse el humilde instrumento de la “virtud del Altísimo”. La acción
del Espíritu Santo hace que en María la maternidad y la virginidad estén
presentes de un modo que, aunque inaccesible a la mente humana, entre de
lleno en el ámbito de la predilección de la omnipotencia de Dios. En María
se cumple la gran profecía de Isaías: “La virgen grávida da a luz”
(7, 14; cf. Mt 1, 22-23); su virginidad, signo en el Antiguo
Testamento de la pobreza y de disponibilidad total al plan de Dios, se
convierte en el terreno de la acción excepcional de Dios, que escoge a María
para ser Madre del Mesías.
10.
La excepcionalidad de María se deduce también de las genealogías aducidas
por Mateo y Lucas.
El
Evangelio según Mateo comienza, conforme a la costumbre hebrea,
con la genealogía de Jesús (Mt 1, 2-17) y hace un elenco
partiendo de Abraham, de las generaciones masculinas. A Mateo de hecho, le
importa poner de relieve, mediante la paternidad legal de José, la
descendencia de Jesús de Abraham y David y, por consiguiente, la
legitimidad de su calificación de Mesías. Sin embargo, al final de la
serie de los ascendientes leemos: “Y Jacob engendró a José esposo de María,
de la cual nació Jesús llamado Cristo” (Mt 1, 16). Poniendo
el acento en la maternidad de María, el Evangelista implícitamente subraya
la verdad del nacimiento virginal: Jesús, como hombre, no tiene padre
terreno.
Según
el Evangelio de Lucas, la genealogía de Jesús (Lc 3, 23-38) es
ascendente: desde Jesús a través de sus antepasados se remonta hasta Adán.
El Evangelista ha querido mostrar la vinculación de Jesús con todo el género
humano. María, como colaboradora de Dios en dar a su Eterno Hijo la
naturaleza humana, ha sido el instrumento de la unión de Jesús con toda la
humanidad.
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