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La devoción a María Santísima en la vida del presbítero
SS.
Juan Pablo II
Audiencia
general
Miércoles.
30 de junio de 1993
(Lectura:
evangelio de san Juan, capítulo 19, versículos 25-27)
1.
En las biografías de los sacerdotes santos siempre se halla documentada la
gran importancia que han atribuido a Mana en su vida sacerdotal. Esas vidas
escritas quedan confirmadas por la experiencia de las vidas vividas de
tantos queridos y venerados presbíteros, a quienes el Señor ha puesto como
ministros verdaderos de la gracia divina en medio de las poblaciones
encomendadas a su cuidado pastoral, o como predicadores, capellanes,
confesores, profesores y escritores. Los directores y maestros del espíritu
insisten en la importancia de la devoción a la Virgen en la vida del
sacerdote, como apoyo eficaz en el camino de santificación, fortaleza
constante en las pruebas personales y energía poderosa en el apostolado.
También
el Sínodo de los obispos de 1971 ha transmitido estas recomendaciones de la
tradición cristiana a los sacerdotes de hoy, afirmando que "con el
pensamiento puesto en las cosas celestiales y sintiéndose partícipe de la
comunión de los santos, el presbítero mire con frecuencia a María, Madre
de Dios, que recibió con fe perfecta al Verbo de Dios, y le pida cada día
la gracia de conformarse a su Hijo" (L'Osservatore Romano, edición
en lengua española, 12 de diciembre de 1971, p. 4). La razón profunda de
la devoción del presbítero a María santísima se funda en la relación
esencial que se ha establecido en el plan divino entre la madre de Jesús y
el sacerdocio de los ministros del Hijo. Queremos profundizar este aspecto
tan importante de la espiritualidad sacerdotal y sacar sus consecuencias prácticas.
2.
La relación de María con el sacerdocio deriva, ante todo, del hecho de su
maternidad. Al convertirse —con su aceptación del mensaje del ángel—
en madre de Cristo, María se convirtió en madre del sumo sacerdote. Es una
realidad objetiva: asumiendo con la Encarnación la naturaleza humana, el
Hijo eterno de Dios cumplió la condición necesaria para llegar a ser,
mediante su muerte y su resurrección, el sacerdote único de la humanidad (cf.
Hb 5, 1). En el momento de la Encarnación, podemos admirar una armonía
perfecta entre María y su Hijo. En efecto, la carta a los Hebreos nos
muestra que "entrando en el mundo" Jesús dio a su vida una
orientación sacerdotal hacia su sacrificio personal, diciendo a Dios:
"Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo
[...]. Entonces dije: "He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu
voluntad!" (Hb 10, 5.7).
El
Evangelio nos refiere que, en el mismo momento, la Virgen María expresó idéntica
disposición, diciendo: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra" (Lc 1, 38). Esta armonía perfecta nos
muestra que entre la maternidad de María y el sacerdocio de Cristo se
estableció una relación íntima. De aquí deriva la existencia de un vínculo
especial del sacerdocio ministerial con María santísima.
3.
Como sabemos, la Virgen santísima desempeñó su papel de madre no sólo en
la generación física de Jesús, sino también en su formación moral. En
virtud de su maternidad, le correspondió educar al niño Jesús de modo
adecuado a su misión sacerdotal, cuyo significado había comprendido en el
anuncio de la Encarnación.
En
la aceptación de María puede, por tanto, reconocerse una adhesión a la
verdad sustancial del sacerdocio de Cristo y la disposición a cooperar en
su realización en el mundo. De esta forma, se ponía la base objetiva del
papel que María estaba llamada a desempeñar también en la formación de
los ministros de Cristo, partícipes de su sacerdocio. He aludido a ello en
la exhortación apostólica postsinodal Pastores
dabo vobis: cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse
a María (n. 82).
4.
Por otra parte, sabemos que la Virgen vivió plenamente el misterio de
Cristo, que fue descubriendo cada vez más profundamente gracias a su
reflexión personal sobre los acontecimientos del nacimiento y de la niñez
de su Hijo (cf. Lc 2, 19; 2, 51). Se esforzaba por penetrar, con su
inteligencia y su corazón, el plan divino, para colaborar con él de modo
consciente y eficaz. ¿Quién mejor que ella podría iluminar hoy a los
ministros de su Hijo, llevándolos a penetrar las riquezas inefables de su
misterio para actuar en conformidad con su misión sacerdotal.
María
fue asociada de modo único al sacrificio sacerdotal de Cristo, compartiendo
su voluntad de salvar el mundo mediante la cruz. Ella fue la primera persona
y la que con más perfección participó espiritualmente en su oblación de sacerdos
et hostia. Como tal, a los que participan .en el plano ministerial. del
sacerdocio de su Hijo puede obtenerles y darles la gracia del impulso para
responder cada vez mejor a las exigencias de la oblación espiritual que el
sacerdocio implica: sobre todo, la gracia de la fe, de la esperanza y de la
perseverancia en las pruebas, reconocidas como estímulos para una
participación más generosa en la ofrenda redentora.
5.
En el Calvario Jesús confió a María una maternidad nueva, cuando le dijo:
"Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19, 26). No podemos
desconocer que en aquel momento Cristo proclamaba esa maternidad con
respecto a un sacerdote, el discípulo amado. En efecto, según los
evangelios sinópticos, también Juan había recibido del Maestro, en la
cena de la víspera, el poder de renovar el sacrificio de la cruz en
conmemoración suya; pertenecía, como los demás Apóstoles, al grupo de
los primeros sacerdotes; y reemplazaba ya, ante María, al Sacerdote único
y soberano que abandonaba el mundo. La intención de Jesús en aquel momento
era, ciertamente, la de establecer la maternidad universal de María en la
vida de la gracia con respecto a cada uno de los discípulos de entonces y
de todos los siglos. Pero no podemos ignorar que esa maternidad adquiría
una fuerza concreta e inmediata en relación a un Apóstol sacerdote. Y
podemos pensar que la mirada de Jesús se extendió, además de a Juan,
siglo tras siglo, a la larga serie de sus sacerdotes, hasta el fin del
mundo. Y a cada uno de ellos, al igual que al discípulo amado, los confió
de manera especial a la maternidad de María.
Jesús
también dijo a Juan: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 27).
Recomendaba, así, al Apóstol predilecto que tratar María como a su propia
madre; que la amara, venerara protegiera durante los años que le quedaban
por vivir en la tierra, pero a la luz de lo que estaba escrito de ella en el
cielo, al que sería elevada y glorificada. Esas palabras son el origen del
culto mariano. Es significativo que estén dirigidas a un sacerdote. ¿No
podemos deducir de ello que el sacerdote tiene el encargo de promover y
desarrollar ese culto, y que es su principal responsable?
En
su evangelio, Juan subraya que "desde aquella hora el discípulo la
acogió en su casa" (Jn 19, 27). Por tanto, respondió
inmediatamente a la invitación de Cristo y tomó consigo a María, con una
veneración en sintonía con aquellas circunstancias. Quisiera decir que
también desde este punto de vista se comportó como un verdadero sacerdote.
Y, ciertamente, como un fiel discípulo de Jesús.
Para
todo sacerdote, acoger a Maria en su casa significa hacerle un lugar en su
vida, y estar unido a ella diariamente con el pensamiento, los afectos y el
celo por el reino de Dios y por su mismo culto (cf. Catecismo
de la Iglesia católica, nn. 2673. 2679).
6.
¿Qué hay que pedir a María como Madre del sacerdote? Hoy, del
mismo modo (o quizá más) que en cualquier otro tiempo, el sacerdote debe
pedir a María, de modo especial, la gracia de saber recibir el don de Dios
con amor agradecido, apreciándolo plenamente como ella hizo en el
Magnificat; la gracia de la generosidad en la entrega personal para imitar
su ejemplo de Madre generosa; la gracia de la pureza y la fidelidad en el
compromiso del celibato, siguiendo su ejemplo de Virgen fiel; la gracia de
un amor ardiente y misericordioso a la luz de su testimonio de Madre de
misericordia.
El
presbítero ha de tener presente siempre que en las dificultades que
encuentre puede contar con la ayuda de María. Se encomienda a ella y le
confía su persona y su ministerio pastoral, pidiéndole que lo haga
fructificar abundantemente. Por último, dirige su mirada a ella como modelo
perfecto de su vida y su ministerio, porque ella, como dice el Concilio,
"guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la
redención de los hombres; los presbíteros reverenciarán y amarán, con
filial devoción y culto, a esta madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de
los Apóstoles y auxilio de su ministerio" (Presbyterorum
ordinis, 18). Exhorto a mis hermanos en el sacerdocio a alimentar
siempre esta verdadera devoción a María y a sacar de ella consecuencias prácticas
para su vida y su ministerio. Exhorto a todos los fieles a encomendarse a la
Virgen, juntamente con nosotros, los sacerdotes, y a invocar sus gracias
para sí mismos y para toda la Iglesia.
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