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Discurso
a los jóvenes de la Diócesis de Roma y de las Diócesis del Lacio
SS.
Juan Pablo II
Amadísimos
jóvenes:
1. También este año nos reunimos para celebrar un encuentro de
oración y de fiesta, con ocasión de la Jornada mundial de la juventud.
Saludo al cardenal vicario, al que agradezco las palabras que me ha
dirigido al inicio; a los demás cardenales y obispos presentes, y a
vuestros sacerdotes y educadores.
Saludo a los muchachos que me han hablado en nombre de los demás y
también me han ofrecido regalos significativos, y a cada uno de
vosotros, amadísimos jóvenes, chicos y chicas, de Roma y de las diócesis
del Lacio, reunidos aquí. Saludo también la lluvia, que nos ha acompañado
fielmente, luego ha cesado un poco, pero parece que vuelve ahora.
Saludo, además, a los participantes en el encuentro sobre las Jornadas
mundiales de la juventud organizado por el Consejo pontificio para los
laicos y, juntamente con ellos, a las delegaciones de los jóvenes de
Toronto y de Colonia, a los artistas y a los testigos que hoy comparten
este momento.
2. "He ahí a tu Madre" (Jn 19, 27). Son las
palabras de Jesús que elegí como tema de esta XVIII Jornada mundial de
la juventud.
Habiendo llegado la "hora", Jesús, desde la cruz, entrega al
discípulo Juan a María, su Madre, convirtiéndola, a través del discípulo
amado, en Madre de todos los creyentes, Madre de todos nosotros. A
cada uno de nosotros nos dice Jesús: He ahí a María, mi
Madre, que desde hoy es también tu Madre.
Preguntémonos: ¿quién es esta Madre? Para comprenderlo mejor os
aconsejo que leáis, en este Año del Rosario, todo el magnífico capítulo
VIII de la constitución dogmática Lumen gentium del concilio
Vaticano II. María "cooperó de manera totalmente singular a la
obra del Salvador con su obediencia, su fe, su esperanza y su ardiente
caridad, para restablecer la vida sobrenatural de las almas. Por esta
razón es nuestra madre en el orden de la gracia" (n. 61). Y esta
maternidad sobrenatural continuará hasta la vuelta gloriosa de Cristo.
Ciertamente, él, Jesucristo, es el único Redentor. Él es el único
Mediador entre Dios y los hombres. Sin embargo -como enseña el
Concilio-, María coopera y participa en su obra de salvación. Ella es,
por tanto, una Madre hacia la que debemos tener una profunda y verdadera
devoción, una devoción profundamente cristocéntrica, más aún,
arraigada en el mismo misterio trinitario de Dios.
3. «"He ahí a tu Madre". Y desde aquel momento
-prosigue el evangelio- el discípulo la acogió en su casa» (Jn
19, 27).
Acoger a María en su casa, en su existencia, es privilegio de todo
fiel. Lo es, sobre todo, en los momentos difíciles, como son los que
también vosotros, jóvenes, vivís a veces en este período de vuestra
vida. Recuerdo que, cuando era joven y trabajaba en el taller químico,
encontré estas palabras: Totus tuus. Y con la fuerza de
estas palabras pude caminar a través de la terrible guerra, a través
de la terrible ocupación nazi y luego también a través de las demás
experiencias difíciles de la posguerra. A todos se ofrece la
posibilidad de acoger a María en la propia casa, en la propia
existencia.
Hoy, por estos motivos, os quiero encomendar a María. Queridos jóvenes,
os lo digo por experiencia, ¡abridle a ella las puertas de vuestra
existencia! No tengáis miedo de abrir de par en par las puertas de
vuestro corazón a Cristo a través de ella, que quiere llevaros a
él, para que seáis salvados del pecado y de la muerte. Ella os ayudará
a escuchar su voz y a decir sí a todo proyecto que Dios piensa para
vosotros, para vuestro bien y para el de la humanidad entera.
4. Os encomiendo a María mientras ya estáis idealmente en camino
hacia la Jornada mundial de la juventud de Colonia. Los jóvenes
de Toronto acaban de traer a este atrio la cruz del Año santo. Desde
Toronto a Colonia: el domingo próximo, domingo de Ramos, la
entregarán a sus amigos de Colonia. Dos jóvenes de Roma, en cambio,
han puesto al pie de la cruz el icono de María, que veló por
los "centinelas de la mañana" de Tor Vergata durante la
inolvidable Jornada mundial de la juventud del año 2000. ¡Tor Vergata!
Para que sea siempre evidente, también de forma visible, que María es
una poderosísima Madre que nos conduce a Cristo, deseo que el próximo
domingo, a los jóvenes de Colonia, además de la cruz, se les
entregue también este icono de María y que, junto con la cruz, de
ahora en adelante ella vaya en peregrinación por el mundo para preparar
las Jornadas de la juventud.
Mientras esperáis el encuentro con los jóvenes de todo el mundo en
Colonia, permaneced con María en un clima de oración y de escucha
interior del Señor. Por este motivo, deseo también que esa Jornada se
prepare desde hoy con la oración constante que deberá elevarse desde
toda la Iglesia y, en particular, en Italia, desde cuatro lugares
significativos: el santuario mariano de Loreto y el de la Virgen
del Rosario de Pompeya; aquí, en Roma, el Centro juvenil San
Lorenzo, que desde hace veinte años, muy cerca de la basílica de
San Pedro, acoge a los jóvenes peregrinos que vienen a visitar la tumba
de san Pedro; y la iglesia de Santa Inés en Agone, en la plaza
Navona, donde desde el Año santo 2000, todos los jueves por la noche,
los jóvenes pueden encontrar un oasis de oración ante la Eucaristía y
la posibilidad de recibir el sacramento de la confesión.
5. Pensando desde ahora en la Jornada mundial de la juventud de
Colonia, deseo dar gracias a Dios, una vez más, por el don de las
Jornadas mundiales de la juventud. En estos veinticinco años de
pontificado se me ha concedido la gracia de reunirme con los jóvenes de
todas las partes del mundo, sobre todo con ocasión de esas Jornadas.
Cada una de ellas ha sido un "laboratorio de la fe", donde se
han encontrado Dios y el hombre, donde cada joven ha podido decir:
"Tú, oh Cristo, eres mi Señor y mi Dios". Han sido auténticas
escuelas de crecimiento en la fe, de vida eclesial y de respuesta
vocacional.
Y, ciertamente, podemos decir también que cada Jornada se ha
caracterizado por el amor materno de María, del que ha sido elocuente
imagen la solicitud amorosa y materna de la Iglesia por la regeneración
de los jóvenes. ¡Vuelve la lluvia!Nosotros, los jóvenes, te amamos,
lluvia.
6. "He ahí a tu Madre" (Jn 19, 27), Reina de la
paz. Responder a esta invitación, acogiendo a María en vuestra casa,
significará también comprometeros en favor de la paz. En
efecto, María, Reina de la paz, es una madre y, como toda madre,
tiene un único deseo para sus hijos: verlos vivir serenos y en
paz entre sí. En este momento convulso de la historia, mientras el
terrorismo y las guerras amenazan la concordia entre los hombres y las
religiones, deseo encomendaros a María para que os convirtáis en promotores
de la cultura de la paz, hoy más necesaria que nunca.
Mañana se cumple el 40° aniversario de la publicación de la encíclica
Pacem in terris del beato Juan XXIII. Sólo comprometiéndonos a
construir la paz sobre los cuatros pilares: la verdad, la justicia,
el amor y la libertad, tal como nos enseña la Pacem in
terris, será posible impulsar la cooperación entre las naciones y
armonizar los intereses, diferentes y opuestos, de culturas e
instituciones. ¡Reina de la paz, ruega por nosotros!Unas pocas palabras
más, y luego os dejo.Estas pocas palabras son sobre el rosario.
7. El rosario es una "dulce cadena que nos une a Dios". ¡Llevadlo
siempre con vosotros! El rosario, rezado con inteligente devoción,
os ayudará a asimilar el misterio de Cristo, para aprender de él el
secreto de la paz y convertirla en proyecto de vida.
Lejos de ser una huida de los problemas del mundo, el rosario os
impulsará a mirarlos con responsabilidad y generosidad, y os permitirá
encontrar la fuerza para afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios
y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia "la
caridad, "que es el vínculo de la perfección" (Col 3,
14)" (cf. Rosarium Virginis Mariae, 40).
Con estos sentimientos, os exhorto a proseguir vuestro camino de vida, a
lo largo del cual os acompaño con mi afecto y mi bendición. Esta mañana
he celebrado la misa con la intención de obtener la bendición de Dios
para este encuentro con los jóvenes de Roma y del Lacio.
Acto
de consagración a María
"He
ahí a tu Madre" (Jn 19, 27).
Es Jesús, oh Virgen María,
quien desde la cruz
nos quiso encomendar a ti,
no para atenuar,
sino para reafirmar
su papel exclusivo de Salvador del mundo.
Si en el discípulo Juan
te han sido encomendados
todos los hijos de la Iglesia,
mucho más me complace
ver encomendados a ti, oh María,
a los jóvenes del mundo.
A ti, dulce Madre,
cuya protección he experimentado siempre,
esta tarde los encomiendo de nuevo.
Bajo tu manto,
bajo tu protección,
todos buscan refugio.
Tú, Madre de la divina gracia,
haz que resplandezcan con la belleza de Cristo.
Son los jóvenes de este siglo,
que en el alba del nuevo milenio
viven aún los tormentos que derivan del pecado,
del odio, de la violencia,
del terrorismo y de la guerra.
Pero son también los jóvenes a quienes la Iglesia
mira con confianza, con la certeza
de que, con la ayuda de la gracia de Dios,
lograrán creer y vivir
como testigos del Evangelio
en el hoy de la historia.
Oh María,
ayúdales a responder a su vocación.
Guíalos al conocimiento del amor verdadero
y bendice sus afectos.
Sostenlos en el momento del sufrimiento.
Conviértelos en anunciadores intrépidos
del saludo de Cristo
el día de Pascua: ¡La paz esté con vosotros!
Juntamente con ellos,
también yo me encomiendo
una vez más a ti,
y con afecto confiado te repito:
Totus tuus ego sum!
¡Soy todo tuyo!
Y también cada uno de ellos,
conmigo, te dice:
Totus tuus!
Totus tuus!
Amén.
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