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Solemnidad
de la Madre de Dios
SS.
Juan Pablo II
Homilia,
Jueves 1 de enero de 2004
1.
"Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo,
nacido de mujer" (Ga 4, 4).
Hoy, octava de Navidad, la liturgia nos presenta el icono de la Madre de
Dios, la Virgen María. El apóstol san Pablo alude a ella cuando habla
de la "mujer" por medio de la cual el Hijo de Dios entró en
el mundo. María de Nazaret es la Theotokos, la "Virgen, Madre del
Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos" (Antífona
de entrada).
Al inicio de este nuevo año entramos dócilmente en su escuela.
Deseamos aprender de ella, la Madre santa, a acoger en la fe y en la
oración la salvación que Dios no cesa de donar a los que confían en
su amor misericordioso.
2. En este clima de escucha y oración, demos gracias a Dios por este
nuevo año: ¡que sea para todos un año de prosperidad y paz!
Con este deseo me complace saludar afectuosamente a los ilustres señores
embajadores del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede,
presentes en esta celebración. Saludo cordialmente al cardenal Angelo
Sodano, secretario de Estado, y a mis colaboradores de la Secretaría de
Estado. Juntamente con ellos, saludo al cardenal Renato Raffaele
Martino, así como a todos los componentes del Consejo pontificio
Justicia y paz. Les agradezco el trabajo que realizan para difundir por
doquier la invitación a la paz, que la Iglesia proclama constantemente.
3. "Un compromiso siempre actual: educar para la paz", es el
tema del Mensaje para esta Jornada mundial de la paz. Se remite
idealmente a lo que propuse al inicio de mi pontificado, reafirmando la
urgencia y la necesidad de formar las conciencias con vistas a la
cultura de la paz. Dado que la paz es posible -he querido repetir-, es
también un deber (cf. Mensaje, n. 4).
Ante las situaciones de injusticia y violencia que oprimen a varias
zonas del mundo, y ante la persistencia de conflictos armados a menudo
olvidados por la opinión pública, resulta cada vez más necesario
construir juntos caminos para la paz; por eso, es indispensable educar
para la paz.
Para el cristiano "proclamar la paz es anunciar a Cristo, que es
"nuestra paz" (Ef 2, 14), y anunciar su Evangelio, que es
"el Evangelio de la paz" (Ef 6, 15), exhortando a todos a la
bienaventuranza de ser "constructores de la paz" (cf. Mt 5,
9)" (Mensaje, n. 3). Del "Evangelio de la paz" era
testigo también monseñor Michael Aidan Courtney, mi representante como
nuncio apostólico en Burundi, trágicamente asesinado hace algunos días
mientras cumplía su misión en favor del diálogo y la reconciliación.
Pidamos por él, deseando que su ejemplo y su sacrificio den frutos de
paz en Burundi y en todo el mundo.
4. Cada año, en este tiempo de Navidad, volvemos idealmente a Belén
para adorar al Niño recostado en el pesebre. Por desgracia, la tierra
en la que nació Jesús sigue viviendo en condiciones dramáticas. También
en otras partes del mundo persisten focos de violencia y conflictos. Con
todo, es preciso perseverar sin caer en la tentación del desaliento. Es
necesario que todos se esfuercen para que se respeten los derechos
fundamentales de las personas a través de una constante educación para
la legalidad. Con este fin, hay que comprometerse para superar "la
lógica de la estricta justicia" y "abrirse a la del perdón",
pues "no hay paz sin perdón" (cf. Mensaje, n. 10).
Cada vez se siente más la necesidad de un nuevo orden internacional,
que aproveche la experiencia y los resultados conseguidos durante estos
años por la Organización de las Naciones Unidas; un orden que sea
capaz de dar a los problemas de hoy soluciones adecuadas, fundadas en la
dignidad de la persona humana, en un desarrollo integral de la sociedad,
en la solidaridad entre países ricos y pobres, en el deseo de compartir
los recursos y los extraordinarios logros del progreso científico y técnico.
5. "El amor es la forma más alta y más noble de relación de los
seres humanos" (ib.). Con esta convicción escribí el Mensaje para
esta Jornada mundial de la paz. Que Dios nos ayude a construir todos
juntos la "civilización del amor". Sólo una humanidad en la
que venza el amor podrá gozar de una paz auténtica y duradera.
Que María nos obtenga este don. Que ella nos sostenga y acompañe en el
arduo y entusiasmante camino de la edificación de la paz. Por eso
pidamos con confianza, sin cansarnos: ¡María, Reina de la paz, ruega
por nosotros!
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