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La
Asunción de María
Padre Marcelino
de Andrés L.C
El triunfo de María es
también el triunfo de sus hijos. María ha subido al cielo en cuerpo y alma
para decirnos que un día estaremos con Ella, de manera semejante. Ahí nos
espera; en ninguna otra parte, con los brazos abiertos para abrirnos la
puerta de la gloria.
La mujer que podemos definir como Amor vivió en este mundo sólo amando:
amando a Dios, a su Hijo Jesús desde que lo llevaba en su seno hasta que lo
tuvo en brazos desclavado de la cruz. Amó a su querido esposo san José, y
amó a todos y cada uno de sus hijos desde que Jesús la proclamó madre de
todos ellos.
Desde su asunción a los cielos ha seguido amando durante dos mil años a
Dios y a los hombres: Es un amor muy largo y profundo. Y apenas ha comenzado
la eternidad de su amor.
Dentro de ese océano de ternura que es el Corazón de María estamos tú y
yo para alegrarnos infinitamente. Desde el cielo una Madre nos ama con
singular predilección. La fe en este amor debe llenar nuestra vida de
alegría, de paz y de esperanza.
Dios adelantó el reloj de la eternidad para que María pudiese inaugurar
con su hijo nuestra eternidad. Mientras nosotros esperamos, Ella goza de
Dios con su cuerpo inmaculado, el que fue cuna de Jesús durante nueve
meses.
El cuerpo en el que Dios habitó es digno de todo respeto. Está eternizado
en el cielo, incorrupto, feliz como estará un día el nuestro. El cuerpo
que vivirá eternamente en el cielo es digno de todo respeto. No se debe
degradar lo que será tan dignamente tratado. Pasará por la corrupción,
pero sólo para resucitar en nueva espiga y nuevo cuerpo inmortal,
incorrupto, puro y santo.
"Voy a prepararos un lugar": Así hablaba Jesús a los apóstoles
con emoción contenida. Personalmente se encargaría de tener listo ese
lugar. Pero sabemos quién le ayudaría cariñosamente a preparar dicho
lugar: María Santísima. Ella le ayudó -y de qué manera tan eficaz- en
sus primeros pasos a la Iglesia militante. Ella sigue ayudando con su
amorosa intercesión a la Iglesia purgante y, de manera muy particular, a
preparar la definitiva estancia a la Iglesia triunfante.
Podremos estar seguros de ver un ramo de flores con una tarjeta y nuestro
nombre: Hijo, hija, cuánto me costaste. Pero ya estás aquí. También
habrá un crucifijo con esta leyenda: “Te amé y me entregué a la muerte
por ti”. Jesús. Habrá un ramo de almendro florido colocado por Jesús de
parte de María.
El premio de los justos es el cielo, la felicidad eterna. Poco lo pensamos.
Mucho lo ponemos en peligro. “Alegraos más bien de que vuestros nombres
estén escritos en el cielo”. Sabremos entonces por qué decía Jesús
estas solemnes palabras, cuando veamos con los ojos extasiados lo que ha
preparado Dios a sus hijos. Si les dio su sangre y su vida, ¿no les iba a
dar el cielo?
Pero aquí andamos distraídos, perdidos, olvidados, comiendo los frutos
agraces del pecado que pudre la sangre y envenena el alma. Cuantas veces
emprendimos el camino del infierno. Tantas otras una mano cariñosa y firme
nos hizo volver al camino del cielo. Pensamos en todo menos en los mejor y
lo más hermoso. ¡Pobres ignorantes, ingratos, desconsiderados!
El cielo es cielo por Dios y María. Al fin nos encontraremos cara a cara
con los dos más grandes amores de nuestra vida. Entonces sabremos lo que es
estar locamente enamorados y para siempre de las personas más dignas de ser
amadas. Enamorados de Dios, en un éxtasis eterno de amor: amados por el
Amor Infinito, la Bondad Infinita. Ahí comprenderemos los misterios del
amor aquí muy poco comprendidos. Volveremos a Belén a amar infinitamente,
eternamente a aquel Dios hecho niño por nosotros. Volveremos a la fuente de
Nazareth donde Jesús llenó el cántaro de María tantas veces. Volveremos
al Cenáculo a quedar de rodillas y extasiados ante la institución de la
Eucaristía, y comprenderemos las palabras del evangelista Juan: “Habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.
Volveremos al Calvario y querremos quedarnos allí mucho, mucho tiempo,
siglos para contemplar con el corazón en llamas el amor más grande, la
ternura más delicada, y comprenderemos cada uno lo que Pablo decía:
“Líbreme Dios de gloriarme en nada si no es en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo”. Pediremos permiso de bajar a la tierra para visitar los
Santos lugares no como turistas sino como locamente enamorados.
Al cielo subió la Puerta del cielo. Sueño en ese momento en que tocaré a
la puerta. Y saldrá a abrirme con los brazos abiertos y una sonrisa
celestial María Santísima. Tendré que sostenerme para no morir otra vez,
pero de puro gozo al ver sus ojos de cielo, su rostro bellísimo, su amor
increíble pero real.
María es la mujer más triunfadora. La humilde esclava del Señor ha
logrado lo que ninguna mujer famosa ha conseguido. Eligió como meta cumplir
la voluntad de Dios; como motivación el amor. El Premio: La Asunción los
cielos en cuerpo y alma. Así nos enseña de forma contundente la mejor
forma de vivir.
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