La virgen de la Asunción

Padre Pedro Pedro Hernández Lomana

 

Bella fiesta, qué duda cabe, esta de la Asunción de nuestra Señora en cuerpo y alma a los cielos. Yo la recuerdo por el esplendor que en mi puebla tenía, y de pequeño, por supuesto, la gozaba, porque además se la sabía dar la importancia que, para el hombre que aspira a como se dice hoy, su propia realización, tenía en la vivencia litúrgica del momento, una inspiración bella que le podía abrir, y de hecho habría, caminos nuevos al mejor deseo de ser hombres y Cristianos.

Nos debería embargar la alegría que la virgen María es capaz de expresar en ese documento maravilloso que, nos ha dejado en su "Magnificat". "Se alegra mi Espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava". Como veis se mira pequeña, y todo lo que ella tiene como Madre de Dios, sabe ponerlo en su sitio: humillación de su esclava. Pero el gran don que ha recibido, cómo sabe agradecerlo. Por de pronto nosotros hemos perdido el sentido del don, pero no cabe duda que necesitamos la experiencia de María, para levantar nuestro espíritu con fuerza y decisión y acercarnos a esa tesitura donde podemos encontrarnos con el don, de Dios en principio, y con el nuestro desde Él, para hacernos don de los demás. Hoy tampoco sabemos dar gracias, y qué duda cabe que podríamos cantar con María para dar gracias al Señor por los múltiples favores que indiscutiblemente hemos recibido. Eso sintonizaría con las mejores fuerzas de nuestro ser, y nos pondría en algo interesante en relación a nuestra futura y actual felicidad.

Nos falta alegría para decirle al Señor, proclama mi alma la grandeza del Señor porque me ha perdonado tantas veces, porque tantas otras he sentido el don de la paz en mi corazón a pesar de mis aviesas circunstancias, que no he sabido salvar, precisamente por empeñarme en estar lejos de Dios. Pero cantar sus grandezas me ayudaría, sin duda, al cambio, y a empujar con alegría esas grandes motivaciones para todo lo de arriba que la fiesta nos propone.

Pero sobre todo deberíamos admirar el hecho de que en el Cielo esté una mujer de cuerpo entero, que sabiendo que es nuestra madre no pierde la oportunidad de enterarse de lo que a nosotros nos pasa y de cuánto sufrimos, para tonificar nuestros sentimientos con el sentir de Madre que ella ha vivido, y vive siempre. Pero sobre todo para asegurar nuestro pase a la eternidad en cuerpo y alma, como ella. Claro que deberíamos pensar desde la esperanza, ese mundo nuevo que nos espera, al que nos esforzamos por dar la tónica del cristianismo hoy. A María se la lleva hoy su Hijo al Cielo, porque al ser Inmaculada, y no tener pecado, no se debía a la muerte, y ella, no tenía nada que hacer con María.

Nosotros sabemos muy bien que la eternidad es nuestra, porque el Señor nos la ha ganado, pero el ejemplo de María, me parece, nos hace el camino más fácil, porque ella vivió su tesitura humana con la dedicación y entrega que merecía su elección para Madre de Dios y nuestra, y sabe en cada caso a qué atenerse, y lo vivió, por cierto, sin pretensiones de ninguna clase, con sencillez; nosotros debemos esforzarnos, por sentirnos Hijos de Dios, que de tal forma nos amó que se dio en el Calvario, y se da diariamente por nosotros en la Santa Misa, pero también sentirnos hijos de María, que entrega su Hijo por nosotros, y Él quiere hacernos hijos de María, en su sufrimiento en la Cruz. Así nosotros, por qué no, podemos y debemos, caminar ese mundo nuevo que se recorta a la luz del brillante camino que hoy María nos entrega y nos señala en su horizonte de verdadera claridad, que de verdad hace nuevo todo, y andarlo con la sencillez y humildad, que ella nos ofrece y que tanta falta nos hacen hoy.

Os digo que debemos esforzarnos. En otras palabras, tenemos el poder de hacerlo, si de verdad nos dedicamos a cultivar nuestro mundo espiritual, y desde él damos a cada cosa su valor y dejamos que el Señor actué. Se me ocurre, ¿por qué,... en lugar intentar con todas nuestras fuerzas, formarnos a nosotros mismos, no dejamos que el Señor nos vaya formando poco a poco en sus caminos?. San Pablo nos dice en su carta a los Efesios: "¡qué soberana grandeza despliega su poder en nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa! Este poder lo ejercitó en Jesucristo resucitándolo de entre los muertos y constituyéndolo a su diestra en los cielos" (Ef 16,- 2-10). Qué poder tan grande actuó sobre Pablo que llega a expresarnos que ya no vive él, es Cristo quien vive en él. Por supuesto, nosotros no somos una excepción de este inmenso poder que Jesús manifiesta en su historia, y que nos lo entrega si de verdad se lo pedimos, poder que actúa sobre todo contra nuestro pecado, pero eso es precisamente lo que nos inhibe a la hora de la verdad, de ser lo que podemos, y sabemos tenemos que hacer. No nos atrevemos...

Alegrémonos, pues, de que María ha subido hoy al cielo, porque ahora sí sabemos que tenemos allí un lugar para nosotros, después de todo, hombres, humanos, como ella. Y Cantemos con la Iglesia:

Al cielo vais Señora,
Allá os reciben con alegre canto;
¡Oh, quién pudiera ahora
asirse a vuestro manto
para subir con vos al monte santo!

De ángeles sois llevada
De quien servida sois desde la cuna,
De estrellas coronada,
cual reina habrá ninguna,
pues os calza los pies la blanca luna.

Volved los linces ojos,
ave preciosa, solo humilde y nueva
al val de los abrojos
que tales flores lleva,
do suspirando están los hijos de Eva

Que, si con clara vista
Miráis las triste almas de este suelo
Con propiedad no vista
Las subiréis de vuelo,
Como perfecta piedra de imán al cielo. Amén