Reina elevada al cielo

Padre Antonio Orozco-Delclós

 

Subió al cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de Misesicordia, tratara los negocios de nuestra salvación. 
(S. BERNARDO). 


«Assumpta est Maria in coelum: gaudent angeli! -María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Angeles se alegran!

»Así canta la Iglesia» (1), al celebrar el triunfo de Nuestra Madre, que llena de esperanza el corazón de todos sus hijos. Es natural: «Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. -Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. - Tú y yo- niños al fin- tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla. / «La Trinidad Beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios... -Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Angeles: ¿Quién es Esta?» (2). 

¿Quién es Esta que surge como la aurora, bella como la luna, refulgente como el sol...? (3). Bien lo sabemos. Bien lo saben los ángeles: Yo soy la Madre del Amor hermoso, y de la sabiduría y de la santa esperanza (4). Pero la pregunta no es vana: ¿Quién es Ésta?, ¿Quién conoce la magnitud y riqueza de la dignidad y hermosura de tal Reina? Sólo Dios lo sabe. Sería menester ser Dios para saberlo. La plenitud de gracia divina y humana de esta criatura singularísima excede con mucho las posibilidades de comprensión de la mente, sea humana o angélica; y sólo la van conociendo aquellos a quienes Dios otorga la sabiduría. Nunca acabaremos de conocerla. Por eso es preciso estudiarla mucho (de Virgine numquan satis...). Y cuanto más se la conoce, más el corazón se enamora y ya no puede vivir sin Ella. 

Se alegran los Angeles 

Gaudent angeli!, los Angeles se alegran por tener en el Cielo la mirada de los más bellos ojos. Ciertamente sólo Dios basta. Pero el Cielo no es lo mismo con la Virgen que sin Ella. Obra Maestra del Creador, no ha habido, no hay ni habrá otra hermosura creada que la iguale. Por naturaleza, es inferior a los ángeles; pero, por gracia, mucho más perfecta. Los ángeles santos, humildes, sabios, se alegran. Mucho hacía que deseaban recibirla en su mundo y rendirle pleitesía de vasallos(6).

Sólo Gabriel, el Arcángel, gozó del privilegio de conversar con la Virgen en la tierra, y decirle apasionadamente, con suma veneración y respeto: "¡Alégrate, llena de gracia!". Ahora, la Madre de Dios los conoce a cada uno por sus nombres -como a todos sus hijos-; los ve, los mira; y ellos se entusiasman con la pureza inmaculada, con el corazón dulcísimo, con la majestad soberana; y le dicen cosas encendidas, aunque nunca podrán superar la palabra inspirada de Gabriel, la misma que nosotros le repetimos sin cansancio, en un crescendo de cariño, al rezar el Santo Rosario como en tantas otras ocasiones. Los Ángeles se alegran de compartir con nosotros el mismo canto. 

Era como un sueño 

A la Virgen Santísima, cuando andaba los caminos de la tierra, le parecía un sueño lo que ahora está gozando en el Cielo: verse sin sombras, ni velos ni espejos inmersa en el océano infinito de Amor que es Dios Uno y Trino; en los brazos del Padre; de nuevo entre sus brazos el Hijo; y fundida en el Amor del Espíritu Santo. Y junto a José, el esposo santo, bueno y fiel, recio, custodio invencible, su enamorado siempre. 

Cuando estaba en la tierra, la realidad de su hoy eterno parecía un sueño; ahora es una realidad realísima y definitiva. El sueño, lo que parece un sueño es ahora lo pasado en el mundo nuestro. Aquella espada de siete filos que atravesó su alma apenas recibida la más gozosa noticia que criatura alguna haya podido escuchar. La pobreza de Belén -no por Ella, claro es, sino por el Niño, el Niño-Dios-; la huida precipitada a Egipto; la pérdida del mayor tesoro, Jesús, a los doce años, en Jerusalén. La angustiosa expectación del cumplimiento de las profecías sobre el Varón de Dolores. Cada insulto, cada golpe, cada latigazo, cada espina, cada clavo en la carne del Hijo era un latigazo, un golpe, una espina, un clavo, una espada en la exquisita sensibilidad del Corazón materno. 

Toda aquella realidad cruda, cruel, inhumana, ahora, en el Cielo, parece un sueño -"una mala noche en una mala posada", diría Teresa de Jesús-; un sueño que se recuerda tan sólo para alabar a Dios y darle gracias por el don de la fidelidad aquella, que hizo posible lo que no parecía más que un sueño. El pasado, la mala noche, es ahora un tesoro que, formando un todo con el sacrificio de su Hijo, presenta María de continuo a la Trinidad, para alcanzarnos misericordia, perdón, gracia sobreabundantes; y un lugar muy junto a Ella en el Paraíso. 

Si yo me esfuerzo por no apartar mis ojos de los suyos; si miro todas las cosas a su luz y aprendo sus virtudes - su gran amor de Dios, su vida de oración y de trabajo; su ponderar hondamente las cosas y descubrir en todas el mensaje divino que encierran; su entrega sin reservas a la humanidad entera desde la pequeña casa de Nazaret; su pureza inmaculada, su reciedumbre ante el sacrificio; su estar en los detalles con Amor, su santificar la vida ordinaria...-, entonces mi vida será un sueño magnífico. Con sus pequeñas pesadillas, nada más que esto, y con un despertar increíble, que superará con creces la imaginación más fértil. 

¡Vale la pena!. Nunca es mucho lo que se debe sufrir en este mundo si se vive de esperanza teologal. En cambio, cualquier pequeñez es una tragedia si se pierde pié, el pié -pes- de la esperanza: «Cuando los cristianos lo pasamos mal, es porque no damos a esta vida todo su sentido divino. / Donde la mano siente el pinchazo de las espinas, los ojos descubren un ramo de rosas espléndidas, llenas de aroma» (7). Lo que ha sucedido a Nuestra Madre es preludio de lo que ha de acontecer a sus hijos. Todo lo oscuro y desagradable se desvanecerá en la noche vencida de la Historia. 

¿Qué será su Esencia? 

«Ni ojo vio, ni oido oyó, ni pasó por pensamiento de hombre cuáles cosas tiene Dios preparadas para los que le aman» (8). Sabemos que cuando se manifieste Jesucristo, «seremos semejantes a El, porque le veremos como El es» (9). 

Si aquí da consuelo
Dios con su presencia,
¿Qué será su esencia,
vista allá en el Cielo?
Si en lugar penoso,
De lloro y tormento,
Da tanto cosuelo
Dios, y es tan gustoso;
Si hace tan dichoso
Al hombre en el suelo,
¿Qué hará su esencia,
Vista allá en el Cielo? (10). 


Cuenta Teresa de Jesús, en su Autobiografía: «Ibame el Señor mostrando grandes secretos... Quisiera yo dar a entender algo de lo menos que entendía, y pensando cómo puede ser, hallo que es imposible; porque en sola la diferencia que hay de esta luz que vemos a la que allí se representa, siendo todo luz, no hay comparación, porque la claridad del sol parece muy desgastada. En fin, no alcanza la imaginación, por muy sutil que sea, a pintar ni trazar cómo será esta luz, ni ninguna cosa de luz que el Señor me daba a entender como un deleite tan soberano que no se puede decir; porque todos los sentidos gozan en tal alto grado y suavidad, que ello no se puede encarecer, y así es mejor no decir más» (11). Callemos, pues. Pero, ¡que nos enséñe a soñar!. A soñar con los ojos abiertos en las cosas buenas, reales -no en fantasías que matan el tiempo y la paz, o enormizan lo temporal y escamotean lo eterno-; a soñar en el horizonte inmenso de realidades que nos aguardan junto a Ella, en Dios y con todos los santos, y en tantas cosas estupendas que podemos y debemos realizar en la tierra, con su ayuda. 

El misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo, ayuda a tener en presente la eternidad, a no olvidar que el Cielo será más grande para el que más fiel haya sido a su vocación divina en la tierra: para el que haya rezado y trabajado, y, en fin, amado más. Porque si todos los que allá arriben, intuirán claramente a Dios Trino y Uno tal cual es, unos lo harán con mayor perfección, intensidad o claridad que otros, según la diversidad de sus merecimientos (12). El Hijo del hombre ha de venir revestido de la gloria de su Padre, acompañado de sus ángeles, y entonces "dará el pago a cada cual conforme a sus obras" (13). 

Ayúdanos, Reina elevada al Cielo, a recordar que «el Reino de los Cielos no pertenece a los que duermen y viven dándose todos los gustos, sino a los que luchan contra sí mismos» (14), es decir, los que «se esfuerzan en entrar por la puerta angosta» (15). Angostura significa dificultad, sacrificio. Los comodones interesados tan sólo en su efímero presente, están perdidos. ¿Son humanos? No se diría, porque lo humano es racional. Y racional es trascender el presente y escrutar el futuro, columbrar la eternidad y lanzarse a su conquista. El entendimiento anticipa el fin y libera -cuando se ejerce en profundidad- de la imagen, de la pasión o del estímulo presente. ¿Qué es la libertad sino dominio del presente con vistas al futuro? Es libre el que domina con su voluntad en su voluntad, en su querer. Si no con belleza, sí con precisión, se ha dicho que el hombre es un ser «futurizo»: se desliza sin cesar hacia el futuro. Quien intenta aferrarse al presente vive en la irracionalidad. Tarde o temprano se hallará asido al vacío y sentirá náuseas de sí mismo, como el filósofo existencialista ateo, como todos los que confunden la liberdad -capacidad de amar- con el egocentrismo, negación del amor y de la libertad. «No seas como el caballo y el mulo, que no tienen entendimiento», dice la Escritura (16). «Tener alma -asevera Agustín-, pero no tener entendimiento, esto es, no utilizarlo ni vivir según él, es una vida irracional» (17). 

El futuro ya es presente 

En la Madre de Dios, nuestro futuro ya es presente felicísimo. Y a ese presente sí que vale la pena asirse, porque no es un presente temporal, sino eterno: felicísimo y eterno. Y no distrae del presente temporal, al contrario: lo ilumina, lo revela en su verdadera dimensión y sentido, en su fuerza determinante del eterno destino. La mirada al futuro nos obliga -nos liga- a la realidad más inmediata, para vivirla de modo sensato, sacrificando lo que sea menester para alcanzar el glorioso fin sin término. A la vista de la Asunción de Nuestra Señora, lo pertinente es soñar en nuestra realidad futura. Encaminar nuestros pasos, línea recta, por la senda cierta que conduce a la eterna felicidad: oración, trabajo, evangelización, servicio generoso a todas las almas, entrega al pequeño deber de cada momento. Siempre bien asidos de la mano de la Virgen Santa. Así no hay miedo al descamino. La esperanza es segura con la mirada siempre fija en la Estrella de la mañana.

Santo Rosario, Angelus, jaculatorias, miradas a las imágenes de Nuestra Señora, sonrisas, movimientos del corazón, son modos de afianzarse en el camino, siempre andadero, de la mano de quien es Hija, Madre y Esposa de Dios. 


NOTAS: 

1 J. ESCRIVA DE BALAGUER, cap. Santo Rosario, cap. "Asunción de la Virgen".
2 Ibidem. 
3 Cant 6, 10 .
4 Eccl 24, 24 .
5 VALDIVIELSO, Romancero espiritual, siglo XVII.
6 J. ESCRIVA DE BALAGUER, o.c., cap. "Coronación de la Virgen".
7 J. ESCRIVA DE BALAGUER, Via Crucis, VI, 5.
8 1 Cor 2, 9.
9 1 Jn 3, 2.
10 UBEDA, BAE (Biblioteca de Autores Españoles), t.. 35, n. 468.
11 SANTA TERESA DE JESUS, Autobiografía, c. 38.
12 Concilio de Florencia, Dz 603.
13 Mt 16, 27.
14 SAN CLEMENTE DE ALEJANDRIA.
15 Lc 13, 22.
16 Sal 31, 9.
17 SAN AGUSTIN, Sobre el Evangelio de San Juan, 15, 19.