La Asunción de la Virgen María signo de esperanza

Antonio Ceballos Atienza, Obispo de Cádiz y Ceuta, España

 

Mis queridos diocesanos:

La solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a la gloria del cielo es una de las fiestas más entrañables, populares y consoladoras de las que la Iglesia dedica a la Virgen María.

1. La Virgen María, signo de esperanza

"La Madre de Jesús....precede con su luz al peregrinante pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor" (LG 68). El Concilio presenta a Nuestra Señora glorificada en los cielos. De esta manera, María aparece como "imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura", y, también, como signo de esperanza cierta y de consuelo. Por eso, es bueno que contemplemos a Nuestra Señora, ya definitivamente en la gloria del Padre, en la plenitud de su actividad. Contemplar así a Nuestra Señora despierta en nosotros el deseo de eternidad, del encuentro definitivo: "Ven, Señor, Jesús" (Ap 22,20).

La esperanza está expresada en este grito con el cual, prácticamente, termina la Sagrada Escritura: "Ven, Señor, Jesús". María será siempre quien ilumine y muestre el camino de la esperanza. Ella, ahora, ya no espera nada porque posee lo que ardientemente deseaba. 

2. Desde su Asunción a los cielos

También desde su Asunción a los cielos acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina (cf. Prefacio de la Virgen).

El relato de la Biblia sobre María, Madre del Señor, termina con las escenas de la Cruz (cf. Jn 19, 25-27) y de la Pascua de Pentecostés (cf. Hch 1, 13-14); ella ha culminado de esa forma su camino de creyente, de figura y principio de la Iglesia, como sabe la tradición cristiana. Pero la devoción popular ha pensado y ha dicho que el misterio de María se expande y se expresa del todo en su muerte y en su pascua, es decir, en su Asunción al cielo, desde donde ella intercede por los hombres, hermanos de su Hijo Jesucristo, como decía el Concilio Vaticano II (cf. LG 58-59).

Lógicamente, los cristianos comenzaron a celebrar desde antiguo (siglos IV-V) el tránsito y triunfo de María, en la fiesta de la Asunción. Teniendo que pasar muchos siglos hasta que la Iglesia declarara el dogma de la Asunción, diciendo que María, "terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono como Reina del universo" (Pío XII, 1950).

3. La fiesta de la Virgen de Agosto

Ella desde su Asunción a los cielos anuncia a su pueblo que peregrina y el pueblo vuelve sus ojos a la Madre y Señora. La religiosidad popular se vuelca sobre la Virgen María en el mes de agosto, sintiendo a María más cercana, más familiar, llamándola, incluso, la Virgen de agosto, como formando parte de la vida ordinaria y de la historia de nuestro pueblo, desde las distintas catedrales, santuarios, ermitas, lugares de romerías y procesiones.

Toda clase de personas en agosto, mayores y niños, gentes piadosas e, incluso, turistas observadores, conectan con la fe de sus mayores y buscan, en este tiempo de perplejidades e indiferencia, hacer el camino de la peregrinación a la Virgen de su pueblo, según las múltiples advocaciones, como signo de esperanza.

La Virgen de agosto, Nuestra Señora de la Asunción, muestra lo que María "guardaba en su corazón": la vivencia de su fe, esperanza y amor. Nos predice desde su entrañable entrega cosas tan evangélicas que, envueltas en un sano espíritu mariano popular, nos acerca más a la escucha de la Palabra para que cale en lo más profundo del alma.

4. Verdadera devoción a María

Es necesario centrar bien la verdadera devoción a María, signo de esperanza. Para ello, recordemos también con el Papa Pablo VI, al proclamar a María, Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el Pueblo de Dios: "Creemos que la Santísima Madre de Dios, Nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos" (Credo del Pueblo de Dios, 1968).

Tal es el testimonio de innumerables creyentes de todas las Iglesias particulares unidas a Roma, donde aparece de forma nueva en la Mariología, después de la definición dogmática de la Asunción, la cooperación carismática y maternal de María.

Por tanto, si María, Madre de la Iglesia, faltara en nuestra espiritualidad y misión apostólica, descentraríamos el misterio de Cristo y fallaríamos en nuestro ser cristiano y eclesial, porque esta verdadera devoción a María nos introduce en el mismo centro del corazón de la Iglesia, que será mucho más fecunda en la medida en que cada uno de sus miembros viva más su singular presencia mediadora. El cristiano, al entregarse filialmente a María, la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, de su "yo humano y cristiano".

5. María, modelo de la Iglesia peregrina

La esperanza es para los peregrinos. Ella acompaña a los peregrinos. María, presente en la Iglesia, es peregrina en la fe hacia la plenitud del Reino de Dios. Como primera y singular creyente del misterio de Cristo en el corazón de la Iglesia, entre todos aquellos pertenecientes al "primer núcleo de quienes en la fe miraban a Jesús como autor de la salvación". Interviniendo, animando y colaborando a engendrar la fe en los fieles con su presencia y función de Madre en el camino de la Iglesia. Por su cooperación incesante en la obra salvadora llevada a cabo por su Hijo Jesús, ya que "solo desde el Misterio de Cristo se esclarece plenamente su Misterio de Madre de Dios" (RM, 4, 26).

Esta actitud fundamental en María es la que ha movido al Papa Juan Pablo II a decir de Ella que se nos muestra "como icono perfecto el rostro de Dios, exégesis viva del Evangelio y modelo sublime de la Iglesia". Por ello, la existencia ejemplar de María se hace paradigma para todos los cristianos que se dejan asumir por la gracia de su Hijo, dándose en amorosa confianza a Dios y al servicio de los hermanos. 

6. María peregrinó en la fe y en la esperanza

María que "avanza en la peregrinación de la fe", "crece cada día en medio de las pruebas y contrariedades" y "es feliz porque ha creído". En este proceso de su vocación materna la Virgen "encontrándose en el centro mismo de aquellos inescrutables caminos y de los insondables designios de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y de corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino".

Con su trayectoria María "inicia también aquel camino de la fe, la peregrinación de la Iglesia a través de la historia de los hombres y de los pueblos". En esta verdad sobre su Madre se encuentra y vive la Iglesia, tanto en el gran desafío que presenta la sociedad actual, de increencia, indiferencia e ideologías, como en el camino más personalizado de nuestra fe y nuestra esperanza.

7. María Asunta, signo de esperanza cierta y de consuelo

Nosotros vivimos esta serena y ardiente espera mientras contemplamos a Nuestra Señora, que por haber llegado al término de su camino ilumina y hace posible nuestra peregrinación. Nosotros aguardamos al Señor. Esa es nuestra feliz esperanza.

La esperanza no nos quita del aquí y del ahora, sino que nos sumerge más profundamente en la situación histórica en la que vivimos y en la misión profética que nos ha sido encomendada. La esperanza nos hace vivir nuestra misión con toda dedicación, y al mismo tiempo en una actitud de total desprendimiento. Vivamos en la firmeza inquebrantable de la esperanza y animémosnos mutuamente a continuar en este camino de espera y de esperanza. 

Dirijamos nuestra plegaria a la Virgen María en esta solemnidad de la Asunción: María, coronada en el cielo como Madre y Reina nuestra, tú eres signo de esperanza cierta y de consuelo para nosotros, que todavía peregrinamos en la tierra. Danos un corazón sencillo y pobre, como el tuyo, para poder esperar verdaderamente.

Reza por vosotros, os quiere y bendice,

+Antonio Ceballos Atienza, Obispo de Cádiz y Ceuta

Cádiz, 2 de agosto de 2004.