Asunción de la Virgen María. Premio y triunfo para una Mujer 

Padre  Rafael Salazar Cárdenas, M.Sp.S.


En nuestra ciudad y en muchos de nuestros pueblos, en este día tiene lugar la fiesta mayor que todos celebramos: La Virgen de la Asunción, que está revestida de un color de victoria y esperanza; en medio de un mundo sin demasiadas perspectivas, cuando, confusos en muchos aspectos, los cristianos celebramos la victoria de María, la Madre de Jesús y de la Iglesia, y nos dejamos contagiar de su alegría.

Fiesta de esperanza

La imagen de una comunidad en lucha que aparece en el Apocalipsis, que es la Primera Lectura de esta fiesta litúrgica, la estamos viviendo también en nuestra generación; mas hoy, mirando a la Virgen, celebramos la victoria; la Asunción nos demuestra que el plan de Dios es un plan de vida y salvación para todos y que se cumple, además de en Cristo, en cada unas de nuestras familias.

La Asunción es un grito de fe en el que es posible esta salvación; constituye una respuesta a los pesimistas y a los perezosos. En su Encíclica de mayo de 1986: Señor y dador de vida, el Papa Juan Pablo II se extraña de que el mundo pueda prescindir sistemáticamente de la presencia de Dios en su vida, y condena la insensatez del ateísmo, del materialismo, es decir, de la cerrazón a los valores trascendentes que afectan la realización misma del hombre. Los tiempos que vivimos son difíciles. El Evangelio de Jesús no es apreciado, sino, muchas veces, marginado.

La Asunción es una respuesta


Se trata de una antigua fiesta que se celebraba en Jerusalén desde el siglo VI y que luego se extendió a todo el Oriente bajo el nombre de la «Dormición de la Virgen María», y celebraba su tránsito de este mundo y su Asunción al Cielo. La proclamación del Dogma de la Asunción por Pío XII (1950), ha tenido como consecuencia la restauración de toda la Liturgia de esta solemnidad que canta el misterio de la glorificación de María, asunta ya al Cielo en cuerpo y alma; esta fiesta es una respuesta al hombre materialista y secularizado que no es capaz de ver más que los valores económicos o humanos. El destino del hombre es la glorificación en Cristo y con Cristo. Todo él está destinado a la vida, en cuerpo y alma, esa es la dignidad y futuro del hombre. Por ello, en la Misa de hoy pedimos repetidamente que también a nosotros, como a la Virgen María, se «nos conceda el premio de la gloria». Estamos celebrando nuestro propio futuro optimista, realizado ya en María.

Los tres niveles de la fiesta

1) La victoria de Cristo Jesús: Cristo Resucitado, tal como nos lo presenta San Pablo, es el punto culminante de la Historia de la Salvación. Él es la «Primicia», el Primero que triunfa plenamente de la muerte y del Mal, pasando a una nueva existencia. Cristo corrige las consecuencias del pecado.

2) La Virgen María, como primera cristiana, como primera salvada por Cristo, participa de la victoria de su Hijo; es elevada también Ella a la gloria en cuerpo y alma. Ella que supo decir un «sí» radical a Dios, que creyó en Él y le fue plenamente obediente en su vida: «Hágase en mí según tu Palabra», es glorificada como primer fruto de la Pascua de Jesús, asociada a su victoria. En verdad ha hecho obras grandes en Ella el Señor.

3) La fiesta de hoy presenta el triunfo de Cristo y de su Madre en una proyección a todos nosotros, a la Iglesia, a toda la Humanidad. El «sí» con el cual María respondió a Dios, fue en cierto modo en nombre de todos nosotros y así nos señala el destino que Dios nos prepara a todos.

Nuestro Magnificat


Los domingos y otros días en los que celebramos la Eucaristía, la comunidad entona a Dios su alabanza y acción de gracias. Como la Virgen prorrumpió en el canto del Magnificat, así también nosotros expresamos nuestra alegría y nuestra admiración con cantos, aclamaciones y sobre todo, en la Plegaria Eucarística. No sólo damos gracias, sino que participamos del Misterio Pascual: La Muerte y la Resurrección de Cristo, del que la Virgen ha participado en cuerpo y alma, y así tenemos la garantía de la vida: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá Vida Eterna, y Yo lo resucitaré el último día», (Jn 6).

Compromisos


El Papa Juan Pablo II en su Encíclica: La Iglesia vive de la Eucaristía, apunta: «Pongámonos, sobre todo, a la escucha de María Santísima, en quien el Misterio Eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como Misterio de Luz. Mirándola a Ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En Ella conocemos el mundo renovado por el amor», (n. 62). Así pues, la reflexión y vivencia de este Sacramento nos ayudará a prepararnos a vivir el ya próximo XLVIII Congreso Eucarístico Internacional, que tendrá lugar en octubre próximo.

Fuente: Semanario, Arquidiocesis de Guadalajara, México