Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen

San Juan Bautista de la Salle




La Santísima Virgen, absorta en amor divino durante todo el tiempo de su permanencia en el mundo, seguía en él a su pesar, y sólo para sujetarse al querer de Dios; por eso, la muerte le pareció dulce y agradable. Y como su alma, por decirlo así, vivía muy poco apegada al cuerpo, murió sin dolor. 

La extrema alegría que experimentó entonces, causa da por el deseo de ver a Dios que la poseía, 
llenó de tal consuelo su alma que, tranquila y sin violencia alguna, pasó de la tierra al cielo. 

¡Feliz desasimiento de los lazos corporales en el alma de María, desligada de todo cuanto pudiera 
tenerla prendida a lo terreno! 

Nosotros dimos el adiós al mundo; nada, por consiguiente, ha de ser capaz de apegarnos a él, ni 
impedirnos estar siempre dispuestos a morir. Ese es el fruto del desapego total de lo caduco: sólo 
duele morir porque cuesta dejarlo que se ama y a lo que se vive aficionado. 

Tomad, pues, como tarea ir imitando vosotros el absoluto desasimiento de la Santísima Virgen y pedid a Dios, por su auxilio, la gracia de bien morir. 



No permaneció mucho tiempo la Santísima Virgen en el sepulcro. Resucitó a los pocos días de expirar. 

Era convenientísimo que Dios le otorgara tal favor; pues, a la verdad, no hubiera parecido decoroso 
que la carne de donde Jesucristo tomó la suya, quedara sujeta a la corrupción. Era también muy 
proporcionado a la bondad de Dios que, la pureza singularísima de la Santísima Virgen, fuese 
recompensada con tan especial privilegio. 

¡Cómo habrías podido permitir, oh Dios mío, que el cuerpo de la Virgen Santísima, sagrario del Verbo 
hecho carne, templo del Espíritu Santo y arca santa de un alma henchida de gracias, quedase por 
mucho tiempo ausente de ésta, y dejara de recibir, aun después de muerto, todas las prerrogativas 
con que pudiera ser honrado! 

Como gracia peculiar, debemos pedir este día a la Santísima Virgen que nos aleje y nos ponga de todo 
en todo a cubierto de la corrupción del siglo y, especialmente, que nos alcance singular pureza, la 
verdadera incorruptibilidad que debemos apetecer para nuestros cuerpos. 

La Virgen Santísima, que poseyó esta virtud en toda su perfección, puede ayudarnos en gran manera a 
conservarla. 



El más excelso favor que recibió la Santísima Virgen después de morir, y que la Iglesia honra 
particularmente este día, es su traslación en cuerpo y alma, por los ángeles al cielo. 

Era muy justo que su sagrado cuerpo, cielo animado, como dice san Juan Damasceno, ocupara su lugar  en la gloria tan pronto como dejase de vivir en el mundo; y que la Madre del Verbo encarnado fuera al instante arrebatada por Él, para colocarla cerca de Sí, donde recibiese la honra que merece tan admirable prerrogativa Por eso fue levantada sobre todos los espíritus bienaventurados, que la veneran como su Soberana. 

Era también muy justo que la Santísima Virgen, enriquecida con tal copia de gracias, a las que 
correspondió fidelísimamente, fuera asimismo colmada de gloria; y que su cuerpo, espiritualizado por la renuncia a los placeres sensibles, sólo muriese para conformarse a la ley común, mas siguiese de cerca a su alma en el cielo. 

Si de todo punto nos desligamos del cuerpo, llevaremos vida celestial en la tierra; y, por haber 
recibido de antemano cierto modo de incorruptibilidad, aunque muerto, vivirá siempre ante Dios,  merced a la transformación que en él habrá operado la gracia. 

Pedid hoy a la Santísima Virgen os alcance este favor: que, compartiendo la vida del alma por la 
mortificación de los sentidos, no halle gusto vuestro cuerpo en cosa que sea de la tierra, sino que 
viva ya de algún modo como ciudadano del cielo.